Por David Uzcátegui
@DavidUzcategui
@DavidUzcategui
Desde hace ya unos tres meses, el país
está esperando el anuncio de una serie de medidas económicas, que todos,
sin saber mucho de economía, suponemos urgentes. El oficialismo las ha
bautizado como “el sacudón”,
un apelativo sonoro e incluso amenazante.
El nombre no importa, es lo de menos. Lo cierto es que hay
que dar un golpe de timón de 180 grados a la manera de gobernar actual.
¿El motivo? Está a la vista de todos. La profunda crisis en los más
diversos
ámbitos de la vida nacional no mejora ni un ápice y muy por el
contrario, se profundiza por minutos.
Sin embargo, el ejecutivo no se atreve. Está entrampado en
su propia decisión de postergar un viraje quirúrgico de su accionar,
por el bienestar de todos. El amado sacudón es postergado una y otra
vez.
Una vez más fue esperado par el pasado martes 2 de
septiembre, sin que llegara. Esa noche, en cadena nacional, solamente se
conoció la rotación de ministros, la fusión de algunas carteras, la
creación de nuevas
dependencias gubernamentales y la incorporación de algunos nombres y
rostros poco conocidos al elenco estelar del gobierno.
Hay varios motivos de franca alarma. El primero es la
falta de foco absoluta sobre las medidas urgentes que requiere el país. Y
el segundo es el empantanamiento del aparato burocrático gubernamental,
cuando justamente
lo que se requiere es simplificar la estructura de gobierno para aliviar
los males que acosan al venezolano.
No hubo anuncios ni los ha habido desde que se introdujo
en la jerga cotidiana de la ciudadanía la palabra “sacudón”. No hubo ni
una palabra para explicar cómo se luchará contra el desabastecimiento de
alimentos
y medicinas, contra la inseguridad o contra la inflación.
Epidérmicas referencias a los temidos y evadidos
problemas, como “soberanía alimentaria” o “producción”, sin explicar
concretamente acciones, están muy lejos de generar confianza y ratifican
la inacción. Tampoco
hay algún aporte concreto en las retóricas “cinco revoluciones”,
terminando por generar el efecto contrario: la inquietud sigue flotando
en el ambiente y cada vez se espesa más.
Aunque la rotación de rostros tocó particularmente a las
carteras del área económica, lo cierto es que se trata de caras
conocidas, lo cual lleva a dar por descontado que el cambio de nombres
no traerá cambios
de políticas. Seguirán procediendo como hasta ahora y todos se muestran
alineados con una política que evade admitir y enfrentar la gravedad de
los problemas.
Las nuevas vicepresidencias no tienen otro objetivo que no
sea político, más específicamente, la administración del poder. Pero no
contribuyen a la calidad de vida del venezolano. Lejos de ello,
complicar la
estructura gubernamental profundiza la maraña con la cual convivimos los
ciudadanos de este país.
Se quedan en el tintero realidades que hay que afrontar
con urgencia, como lo son el hecho que el control de cambio entorpece el
acceso a divisas a los empresarios venezolanos y por ello sufre el
consumidor final,
quien no encuentra productos de primera necesidad.
Se parte de un supuesto errado de que el gobierno lo ha
hecho bien hasta ahora, cosa que todos sabemos no es así. Lo sabe la
gente, pero también lo saben quienes gobiernan. La verdadera
rectificación –palabra
usada por el presidente Chávez años atrás- pasa por admitir que se ha
transitado un camino equivocado, y que, mientras más se avance en ese
camino, más difícil será corregir las circunstancias que atosigan al
país.
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