lunes, 31 de agosto de 2015

“Dos países, un sentimiento”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui


La noticia de los últimos días ha sido sin duda el Estado de Excepción implementado por el gobierno nacional en municipios fronterizos con Colombia. El aspecto humano de lo que allí sucede, ha llamado la atención de la opinión pública internacional.

Se trata de una de las fronteras más calientes del continente y esto, como tal, tiene un doble matiz que va acompañado de muchas cosas buenas y otras tantas malas.

La confraternidad entre ambos lados de la línea limítrofe ya es proverbial. De uno y de otro país se cruza al contrario por trabajo, comercio, vínculos familiares y otra serie de factores que generan vínculos robustos.

Pero también se sabe de los graves episodios de vieja data que suceden en el lugar: desde contrabando hasta violencia, que mortifican la cotidianidad de los habitantes de uno y otro lado.

¿Qué si los gobiernos de ambas naciones debían tomar medidas al respecto? Sí, sin duda. ¿Que si la frontera estaba abandonada y a la buena de Dios? También, y esto es queja cotidiana de sus habitantes.

Lo que sucede en el lugar no es nada nuevo, y muchos de los fenómenos negativos los arrastramos desde hace muchos años. Que han empeorado con el tiempo tampoco es un secreto.

Había que tomar acciones. Complejas, complicadas, polémicas. Sin duda alguna. Pero, ¿se tomaron las correctas, las adecuadas, las convenientes?

Como dijimos al principio, el asunto humano ha llamado la atención de la opinión pública internacional. Ya son conocidos de muchos lectores y televidentes los casos de familias separadas a ambos lados de la frontera cerrada, los venezolanos varados en Colombia, los problemas de salud de quienes viven en un sitio y reciben tratamiento en otro.

En conclusión, la compleja circunstancia fronteriza debe abordarse con soluciones igualmente complejas y que aborden con conocimiento y respeto la cotidianidad de quienes allí viven.

No se puede dudar que las medidas de los últimos días hayan puesto un parado a algunas de las circunstancias inaceptables que se dan en la cotidianidad fronteriza. Pero esto no se puede hacer al costo de generar otros problemas nuevos y menos aún de crear molestias a la gente trabajadora que hace vida en la región.

¿Soluciones? Las hay, y muchas. La sensibilización ante el asunto que se ha generado por lo que reflejan los medios ha conseguido que importantes personalidades e instituciones se pongan a la orden para mediar y facilitar respuestas que contribuyan a aliviar los problemas fronterizos sin que haya un costo para los habitantes del sitio.

Por ejemplo, el secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Ernesto Samper, aseguró que el organismo está dispuesto a colaborar en la búsqueda soluciones a la situación. A través de la red social Twitter el expresidente colombiano publicó el siguiente mensaje: “Como se lo dije a los Presidentes: UNASUR está dispuesto a ayudar en la inaplazable solución de la crisis fronteriza....”

La afinidad del actual gobierno venezolano con el organismo y con su vocero, puede ser una gran oportunidad de comenzar a hallar entendimientos, dado que Samper es originario de la hermana nación. Este perfil lo coloca como un mediador calificado en la circunstancia que se vive.

Sobre la eventual intervención de Samper, el mandatario venezolano opinó: "Que venga de inmediato, es un hombre de gran capacidad (...) muy objetivo, con gran experiencia, y que la presidencia pro témpore también nos envíe lo que el presidente Tabaré Vázquez considere y nos apoye".

Para el momento de publicarse estas líneas, ya se habrá realizado la reunión entre las cancilleres de Colombia y Venezuela, Mariángela Holguin y Delcy Rodríguez. Quizá entre damas haya mayor sensibilidad a la situación, y la expectativa ante lo que pueda poner en la masa la señora Holguin es grande, dada su trayectoria en el universo diplomático.

Incluso, la alta funcionaria vecina reconoció la soberanía de Venezuela en cuanto a su decisión unilateral de cerrar la frontera, aunque no compartió que la medida fuera la solución para el contrabando, el cual reconoció como un importante problema.

Esperamos que las oportunidades para encontrar soluciones a los problemas reales que allí existen, sean aprovechadas; porque están sobre la mesa. Y tenemos la certeza de que no hay razón para que el atajar determinadas irregularidades signifique irremediablemente la creación de otros contratiempos.

En el espíritu bolivariano está el acercamiento fraternal con la nación vecina que comparte con nosotros el mismo Libertador. Este debe ser el tono y el norte para los encuentros por venir y las soluciones por edificarse. La frontera colombo-venezolana es una gran oportunidad de bienestar y progreso para ambos países.

domingo, 23 de agosto de 2015

“La otra cara de la OLP”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Ante el clamor ciudadano por atajar de alguna manera la delincuencia que azota a Venezuela y que ha convertido en rehenes a los ciudadanos, el gobierno nacional ha emprendido la llamada Operación de Liberación del Pueblo. Una iniciativa que responde a una incuestionable necesidad; pero que también es altamente polémica.

Tras varios episodios de este nuevo plan contra la delincuencia, la iniciativa ha recibido muy serias observaciones por parte de voceros que tienen peso en la opinión pública.

Tras lo visto en estas semanas, los operativos de las OLP parecen estar cargados con una agresividad inusitada y sin organismos que hagan contrapeso en la vigilancia de los derechos humanos en su implementación.

Se han registrado cantidades inquietantes de fallecidos en las mismas y las circunstancias de estos decesos no están claras, por lo cual queda en el aire la inquietud –justificada- de excesos de fuerza por parte de los organismos encargados de ejecutarlas.

Los pobladores de las llamadas zonas de paz, que han sido “peinadas” con las OLP son quizá los más afectados, al quedar en el medio de un fuego cruzado entre las autoridades y las bandas, hecho que pone en grave riesgo a civiles inocentes.

Organizaciones No Gubernamentales observadoras de los derechos humanos, como Provea (Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos) han pedido al gobierno detener la  OLP, y sustituirla por un plan de seguridad que supere "la visión autoritaria y militarista".

La organización se basa en información de las mismas autoridades, en las cuales se señala que en 23 operaciones 4.021 ciudadanos fueron aprehendidos en el primer mes, pero sólo 368 han sido puestos a la orden del Ministerio Público; con lo cual apenas en el 9,1% se presume la vinculación de los aprehendidos con hechos delictivos.

Igualmente es preocupante el alto número de fallecidos en presuntos enfrentamientos, ya que todo sucede de manera tan violenta y rápida, que es difícil separar el grano de la paja en esas muertes y es válida la inquietud respecto a la posibilidad de muerte de inocentes o en todo caso, que la figura del enfrentamiento sea manejada con ligereza.

Otro matiz delicado de lo que actualmente sucede es  el modo como se conducen los allanamientos, tomando en cuenta la inviolabilidad del hogar y el hecho de que solamente se pueda hacer ante un delito infraganti o con una orden adecuada, expedida por las autoridades competentes.

También señala la organización que se estigmatiza a sectores de la población. Sería este el caso de las edificaciones de la Misión Vivienda, en las cuales se han practicado varias veces estos operativos y se les coloca ante la opinión pública como refugio de antisociales, hecho que señala a todos sus habitantes.

Paralelamente, el Sindicato nacional de Trabajadores de la Prensa también ha señalado hostilidad hacia los medios de comunicación que cubren dichos operativos, como sucediera recientemente con los equipos de Venevisión y Notitarde en una OLP en la ciudad de Valencia.

Es cierto que el delito está desbocado, pero desde esta tribuna muchas veces hemos hecho llamados a trabajar tan urgente asunto con los especialistas en la materia –que los tenemos, bastantes y buenos- así como con apego a los derechos humanos, a lo preventivo, al redimensionamiento de todo el sistema de justicia, la correcta formación de los funcionarios y en definitiva, al ajuste de todo un complejo universo que permita sanar el que quizá es el peor problema que enfrentamos los venezolanos, con un enfoque digno del siglo XXI y no con excesos que puedan llevarse por delante a inocentes y terminar sembrando mayor violencia.

La agresividad flota en el ambiente en nuestro país. Es una dura tarea, que sin duda será larga, el contenerla y revertir sus efectos. Nos toca a todos; pero muy especialmente a las autoridades. Sabemos que no es una petición sencilla de concretarse: atajar la violencia con el mínimo de la misma. Y más aún cuando está en niveles epidémicos. Pero es por ello que las autoridades deben hilar sumamente fino. Tienen una tarea extremadamente difícil y delicada en sus manos.

Organismos como la Defensoría del Pueblo deberían pronunciarse ante esta iniciativa y ponerle coordenadas que garanticen los DDHH en medio de una situación tan compleja.

Nadie duda que las acciones para contener la delincuencia sean necesarias. Y desde aquí hemos apostado al éxito de las mismas. Pero también es necesaria la continuidad, por lo cual lamentamos que se hayan visto más de 20 operativos en los años de la llamada revolución. Quizá uno solo de mayor aliento y ambición, hubiera impedido que llegáramos a extremos donde la violencia amenaza con desbordarse a cada instante.

domingo, 16 de agosto de 2015

“Examen de conciencia”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

La presión social que se siente en el ambiente venezolano ha aumentado en los últimos días y parece no decrecer. Ya sabemos cuál es el coctel fatal de inflación y desabastecimiento, que ha atrapado a nuestra nación en lo que los economistas llaman “estanflación”, un escenario francamente indeseable, absolutamente adverso al crecimiento de un país y al bienestar de sus ciudadanos.

Sin embargo, también pensamos que no es el momento de recriminaciones e inculpaciones, simplemente porque ello nos distrae de la tarea urgente de este momento: encontrar soluciones e implementarlas.

En notas pasadas comentábamos la necesidad de convocar a la gente, a todo el mundo, a la venezolanidad en pleno, para aportar a esta suerte de “tormenta perfecta” en la cual se encuentra el país en este momento.

Y que conste que dicha tormenta perfecta tiene que ver tanto con la aplicación de políticas que consideramos erradas –vistos sus resultados- como con factores exógenos que escapan al control de nadie, como la caída de los precios petroleros.

Pero hoy nos preguntamos: ¿en torno a qué unimos a la gente? ¿En torno a cuál plan, a cuales acciones? ¿A qué programa de acciones le debemos poner los venezolanos la voluntad, el pecho y el corazón?

Y son muchos los compatriotas con sobrados conocimientos que han señalado qué es lo que se está haciendo mal y cómo hacerlo bien a partir de ahora para brindarle una mayor calidad de vida a la gente, que es lo que al final del día interesa a todos.

También el sentido común hace lo suyo, porque si bien atravesamos una circunstancia por demás complicada; también es cierto que el ubicar dónde quitar y dónde poner, también tiene bastante de lógica.

Por ello, insistimos, hay que accionar. Y hay que trazar un rumbo que sea propicio para salir adelante y que debe ser apoyado por todo el que quiera a Venezuela y por quienes tengamos en esta patria un afecto y un dolor, que somos todos los venezolanos.

Lo primero, y en ello reiteramos lo del sentido común: hay que ahorrar. El aparato burocrático se ha hecho enorme y se ha exacerbado el pecado original de Venezuela, que tiene que ver con poner absolutamente toda actividad económica a cargo del Estado.

Eso, con un barril de petróleo a más de 100 dólares era perfectamente posible. Desaconsejado, pero posible. Ahora, con el barril a cuarenta y pocos dólares y amenazando con desplazarse hacia los treinta y pico, es sencillamente inviable.

¿Cómo se puede recoger este aparato público que se ha desparramado hasta niveles que atentan contra la viabilidad de la economía nacional? Es una compleja discusión que hay que dar. Y en ello se debe incluir la otra tarea postergada de la actual administración: hacer las paces con la empresa privada.

Porque el relocalizar trabajadores que agobian la nómina pública en una empresa privada emergente y con visos de prosperidad, traería una bocanada de optimismo al país. Y permitiría focalizar los recursos públicos a lo verdaderamente prioritario, que clama por la atención gubernamental en estos momentos.

También es urgente revisar los programas de auxilio de Venezuela a otros países. Y volvemos a recordar: el petróleo venezolano está muy lejos de aquellos añorados cien dólares. Ya no somos el muchacho rico de la cuadra. No podemos presumir, y ni siquiera tenemos mucho para ejercitar nuestra buena voluntad, por más loable que ello sea.

Con el asunto de Petrocaribe, Venezuela parece estar ajustando su posición a una realidad más pragmática. Que, dicho sea de paso, es lo más aconsejable en este momento. Fuentes especializadas, citadas recientemente por diversos medios de comunicación, aseguran que el gobierno de Venezuela ha ido renegociando las condiciones para poder recibir al menos una parte del pago del financiamiento prestado a los países firmantes a lo largo de diez años.

Y ya que estamos en el delicado tema energético, debemos recordar que el precio del combustible en Venezuela es el más bajo del mundo, y está muy lejos no digamos de dar ganancias; sino de aunque sea cubrir los costos de producción.

Es un subsidio que pesa demasiado en el presupuesto nacional y que, si bien beneficia a sectores desfavorecidos, lo hace por igual con estratos sociales que podrían pagar más por el transporte. Tiempo atrás se habló de corregir esta anomalía; pero lamentablemente, el día a día enterró esta discusión. Es hora de reflotarla.


Y de levantar los controles de precios y el de cambio. Es una medida audaz pero necesaria. Y que debe ir acompañada de medidas compensatorias, así como de implementación gradual. Pero no se puede evadir. Tenemos a la gente, y tenemos claridad en las medidas que hay que tomar. No es fácil, pero nos brindarán el país mejor que tanto necesitamos. ¿Cuándo vamos a comenzar?

domingo, 9 de agosto de 2015

“La hora de todos”

David Uzcátegui
Secretario Nacional de Asuntos Municipales Primero Justicia

@DavidUzcategui

Dentro de nuestra condición humana, parece estar fuertemente arraigada la necesidad de contrastar con otros semejantes. Los desacuerdos, más grandes o más pequeños siempre están presentes y por ello se puede llegar a situaciones francamente delicadas. Sin embargo, creemos que también en nuestra condición está el deseo y la capacidad de unificar, de hallar puntos de encuentro, de ubicar acuerdos y modos de seguir adelante a través de un camino en común.

Quienes han escogido el segundo camino, han constituido sociedades prósperas y exitosas. Quienes han apostado por el primero, sin resolver las naturales contradicciones, se han embarcado en un callejón sin salida de ruina y fracaso.

Evidentemente toda esta reflexión tiene que ver con el momento que estamos viviendo actualmente en Venezuela. Las diferencias y divergencias que han enturbiado la vida de los venezolanos en los últimos tres lustros, han contribuido sin duda a complicar el escenario de nuestro país hasta ser un factor importante – a nuestro juicio- en los momentos adversos que vivimos en la actualidad.

Un país no puede progresar cuando hay enfrentamientos medulares entre sus ciudadanos, cuando a una parte de los mismos se le pretende negar el espacio. Cuando se recalcan las diferencias en lugar de tender puentes, se están dinamitando las bases del progreso. Años atrás, esto podía parecer simplemente una opinión; pero en el momento actual lo sentimos como un llamado urgente a lo que probablemente pueda ser una de las soluciones a la encrucijada de la Venezuela actual.

No podemos decir que el llamar a colaborar con un gobierno solamente a partidarios de su ideología política, sea un invento de la administración actual. Por el contrario, lo hemos visto muchas veces tanto en nuestro país como en otras latitudes, y forma parte de ese perverso deseo genético del ser humano por dividir, por levantar muros. Sin embargo, tampoco podemos negar que los venezolanos estamos actualmente recogidos bajo colores políticos que no se mezclan y que el arraigo de esa práctica nos cierra el camino a soluciones necesarias en este momento.

Somos muchos quienes conocemos las cifras de agobiantes indicadores como violencia, inflación, escasez o caída de los precios del petróleo. Pero también debemos presionar por soluciones y movilizarnos hacia ellas. Y ello pasa por la participación de todos, absolutamente de todos. De la fuerza de trabajo, de los vecinos, de los profesionales, de estudiantes y amas de casa. De todos los sectores sociales y de todas las visiones políticas.

Es el desencuentro entre los venezolanos el punto más flaco en la crisis nacional. El no encontrarnos a todos empujando en la misma dirección, nos ha hecho más vulnerables ante vaivenes como el bajón de los precios petroleros. Tanto desde el oficialismo como desde la oposición han surgido llamados al reencuentro y al entendimiento. Lamentablemente, nunca han sido simultáneos y ha faltado esa voluntad política de encuentro en el sano centro, que es indudablemente la plataforma de la reconstrucción nacional.

Y en ello también hay que incluir a la ciudadanía, a quienes hacen vida en las más distintas instancias de la sociedad y aportan para su apuntalamiento desde sus acciones diarias. Tenemos que observar con honestidad que, si bien Venezuela vive un problema netamente político, la solución involucra a todos los actores de la sociedad que no participan del quehacer político como oficio.

Ya no es electivo. Hay que sentarse, hay que hablar. Y no puede ser un saludo a la bandera, ni una simple manifestación de buena voluntad. Hay que ponerlo en planes, en hechos, en acciones muy urgentes. La diferencia y la divergencia debe ser terreno para el complemento, no para el rechazo. La diversidad debe llamar al acercamiento y no al aislamiento. Al comprender que, más allá de lo que nos separa estamos destinados a llevar por siempre un gentilicio común, debemos abordar todos la responsabilidad de aportar nuestros esfuerzos, nuestros conocimientos y nuestros talentos en pro de esta empresa común que es Venezuela.

Tenemos la certeza de que esto va a suceder y prontamente. Es difícil ver el vaso medio lleno en medio del panorama actual, pero nos empeñamos en ello. Es un lugar común decir que de las situaciones adversas salen las grandes ganancias. Pero no por común, es menos cierto.

Del “reseteo” que va a ser necesario para poner a andar la República por mejores caminos, también va a salir una venezolanidad más robusta y más unida, porque es la única forma de salir adelante. Y todos vamos a buscar esta solución por instinto, por corazonada, porque está en lo más profundo del ser humano el buscar la unión para avanzar.

domingo, 2 de agosto de 2015

“Que no se vayan, que regresen”

David Uzcátegui
Secretario Nacional de Asuntos Municipales Primero Justicia
@DavidUzcategui

Entre los fenómenos que caracterizan los tiempos recientes de nuestro país, sin duda uno de los más preocupantes es el de la emigración.

El movimiento de los venezolanos que abandonan su patria es relativamente reciente y crece en forma exponencial e inversamente proporcional a las esperanzas de un futuro mejor, que disminuyen y son necesarias para sostener a cualquier ser humano.

Hasta no hace mucho tiempo, los venezolanos presumíamos de pertenecer a un país receptor de inmigrantes. Todos nosotros conocemos a hijos de españoles, portugueses, italianos, chilenos o argentinos, por nombrar solamente algunas nacionalidades que fueron acogidas en nuestra tierra.

Y ellos vinieron huyendo de guerras o de crisis económicas o políticas. Florecieron, formaron familias y prosperaron en una tierra que volvieron propia y que amaron tanto, que se negaron a regresar a sus países aunque estos hubieran superado las circunstancias adversas.

Ahora las cosas suceden al revés. Los hijos y los nietos de aquellos inmigrantes emprenden la travesía de regreso; e incluso muchos venezolanos con generaciones de antepasados nacidos en este lugar, se aventuran a buscar lejos un futuro mejor.

¿Qué es lo que está sucediendo? La desesperanza, como lo comentamos al principio de esta nota. El no visualizar un futuro posible, en el cual haya seguridad y progreso. El miedo a la incertidumbre y a las condiciones de vida que se deterioran.

Es muy difícil llevar números o registro alguno de los compatriotas que se van, pero el sociólogo Tomás Páez y la página web mequieroir.com coinciden en apuntar que debemos estar hablando de una cifra superior a 1.6 millones de venezolanos repartidos por el planeta.

Páez asegura que cerca del 90% de los emigrantes venezolanos tiene estudios superiores. Su perfil es el de emprendedores, creadores de empresa y de empleo, según sus cuestionarios a unos mil residenciados en 33 países.

Para 2013, más de 9 mil 500 venezolanos obtuvieron tarjeta de residencia en EEUU, mientras para el mismo período, 21.725 conseguían visa de estudiante en la nación norteña, esto de nuevo según números de mequieroir.com.

Venezuela se forjó como país de inmigrantes, quienes fueron recibidos con los brazos abiertos. Aún estamos asimilando que la realidad actual sea a la inversa y que una parte importante de nuestra fuerza laboral y de nuestra materia gris, se embarque con planes de no regresar.

En este momento, cabe la pregunta: ¿qué hacemos para que nuestra gente deje de irse? Y la consecuente: ¿qué podemos hacer para que vuelvan quienes se fueron? Sin dejar escapar una tercera: ¿Cómo podemos atraer una migración calificada, si alguna vez pudimos hacerlo?

Son preguntas que necesitan una urgente respuesta cuando nos enteramos de que, por ejemplo, los profesores universitarios y los médicos se encuentran entre quienes se van, debido a las bajas remuneraciones que perciben aquí, cuando son comparadas con las de otras latitudes.


Y antes de buscar respuesta, queremos recalcar que entendemos plenamente las razones para que quienes se van busquen otros horizontes. Se trata de decisiones personales que deben ser respetadas; más aún cuando se fundan en circunstancias objetivas e incuestionables.

Pero por ello, no vamos a dejar de decir también que nos gustaría que no se fueran y que volvieran. Que Venezuela vuelva a ser esa casa grande, como dijo el poeta y escritor Leonardo Padrón y que aquí quepamos todos de nuevo. Que nadie se vaya herido, ni frustrado, ni asustado. La sanación de nuestro país pasa por convocar a todos sus hijos.

Respondiendo a las preguntas planteadas unas líneas más arriba, la labor para atajar y regresar al recurso humano que se nos va es larga y compleja. Y pasa por abordar con valentía y voluntad política tópicos que hemos comentado reiteradamente en este espacio y que son el día a día de las conversaciones de los venezolanos. Pasa por enderezar el país.

El primero de ellos es sin duda la inseguridad, que hace huir a venezolanos que temen por su vida y por su integridad física. ¿Qué ha sucedido con buenas iniciativas que se han desinflado, como el plan desarme?  ¿Y con los planes de seguridad, que se inician y se olvidan en el camino? ¿Por qué no retomarlos y llevarlos a buen término?

La inflación y el desabastecimiento, otros asuntos que alejan a muchos de nuestro terruño, se combaten con producción nacional y sin duda, con una sinceración respecto al obsoleto e inoperante control de cambio, que convence a los emprendedores natos de que su futuro no está aquí.

Apenas enumeramos, son tópicos largos y complejos, de los cuales se ha hablado con acierto y se seguirá hablando. El asunto es pasar a la acción, para impedir que sigamos perdiendo talentos, manos que trabajan y afectos en nuestras vidas.