viernes, 23 de febrero de 2018

“Movilidad”

No es secreto para los venezolanos el hecho de que cada vez cuesta más desplazarse en el país. Y también sabemos que esta dificultad se debe a que el parque automotor público y particular enfrenta cada vez más contratiempos para su debido mantenimiento.

En las rutas de autobuses, por ejemplo, cada vez es menor la cantidad de unidades que circula para cubrir la demanda, y el pasajero avezado se da cuenta del hecho de que muchos de los choferes comparten los problemas que confrontan para encontrar las refacciones necesarias. A la dificultad para ubicarlas, se suma el hecho de que, cuando se consiguen, muy probablemente los precios se encuentren fuera de su alcance.

Los usuarios particulares padecen exactamente el mismo panorama, por lo cual entienden en forma meridianamente clara y de primera mano, las dificultades del asunto.

Todos tenemos algún familiar o vecino que ha debido dejar estacionado su vehículo ante la imposibilidad de repararlo, sea por los costos del trabajo o por la imposibilidad de localizar las autopartes necesarias.

Y estos conductores frustrados pasan a engrosar la lista de peatones que confían en un transporte público que, a su vez, enfrenta sus propios contratiempos, con lo cual la demanda aumenta mientras la oferta baja.

Incluso estamos viendo cómo se está subsanando la operatividad de ciertas rutas con la utilización de camiones no aptos para el transporte de pasajeros, los mismos que muchos abordan pensando quizá que “algo es algo, peor es nada”.

Es otro círculo vicioso que se está produciendo en nuestra nación, el cual también tiene otra arista: por más que se controlen y regulen los precios de los pasajes en unidades públicas, para una importante cantidad de venezolanos, el gasto mensual en movilización se hace prácticamente incosteable por sus bolsillos.

No es poca la inquietud que crea el hecho de que cada vez se dificulte más desplazarse en estas latitudes. Y es que, evidentemente, este contratiempo incide medularmente en la productividad, tanto de cada ciudadano como del país en general.

Y como sucede con muchas de las situaciones que debemos enfrentar en la actualidad, el peor error es verlas como hechos aislados. Hay que buscar entenderlas como parte de un todo, a ver si así podemos comenzar a transitar el camino hacia las soluciones.

Por ejemplo, el hecho de que cada vez se encuentren menos autopartes, tiene mucho que ver con la manera en la cual se ha conducido la economía en los últimos años.

Primeramente, debemos recordar que en algún momento produjimos en nuestra tierra una buena cantidad de los elementos que componen un vehículo, y que esa productividad bajó sustancialmente. 

El desestímulo a la actividad particular tuvo mucho que ver con eso, así como la masiva importación de todo lo que fuera posible importar, a precios de una u otra manera subsidiados, que terminaron por ganarle la partida a lo que se fabricaba en la plaza local.

Luego, ya muchos lo sabemos también, el engorroso sistema cambiario múltiple, un cuello de botella que ha dificultado la importación de refacciones para suplir de alguna manera lo que se necesita en el mercado local, y que llega por cuentagotas.

Y finalmente, el asunto de los precios. Sea por la causa que sea, lo poco que se consigue es incosteable para trabajadores del volante o profesionales que intentan mantener operativos sus automóviles particulares.

Todo esto, es consecuencia de haber anclado nuestra dinámica económica a la confianza en los altos precios de un bien tan volátil como lo es el petróleo; el cual, al caer en sus cotizaciones, dejó a la vista lo endeble de la apuesta que se hizo a un modelo que no podía tener largo aliento.

Quizá, más que proponer soluciones para el asunto que abordamos hoy, y que está bajando paulatinamente la velocidad de marcha del país, debamos seguir insistiendo en ver la situación como un todo con muchas ramificaciones, de las cuales hoy estamos mencionando apenas una.

Desmontaje del control cambiario, discurso que genere confianza –obviamente apuntalado con hechos contundentes-, convocatoria a todos los sectores productivos de la sociedad, son algunos de los puntos a abordar para desatascar el progreso en Venezuela. Un progreso que se ve comprometido al tener que desgastarse sorteando contratiempos de transporte, como los que hemos enumerado hoy.

De la movilidad nacional depende en mucho la prosperidad y el bienestar del país. Es por ello que nos parece imprescindible tocar hoy este tema, ya que, en la medida en que se complique más la situación, el rebote en distintas áreas que comprometen el bienestar de la gente, se hará sentir más. Y en sentido contrario, en tanto se consigan soluciones que aceiten la maquinaria del transporte, más oxígeno se traerá al aparato productivo nacional.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

viernes, 16 de febrero de 2018

"Fronteras "

Uno de los asuntos que ha convertido a Venezuela en titular de la prensa internacional en las últimas semanas, es el episodio que hoy se vive en las fronteras. Bien es sabido de muchos, que numerosos venezolanos están marchando hacia los vecinos países de Colombia y Brasil, en busca de muchas cosas, pero básicamente de una: oportunidades. 

Este episodio, complejo y fuera de lo común, es la confirmación de que se acumula la lista de aspiraciones que echamos en falta dentro de nuestro país, como muchos venimos diciendo desde hace años. Y de que esta situación se prolonga tanto, que es mejor macharse a intentarlo en otras latitudes. 

¿Por qué por tierra? ¿Por qué a países vecinos? La respuesta a esto puede darnos muchas más luces de lo esperado. 

Primeramente, el rango de los venezolanos que deciden aventurarse en otros países, ha crecido, es hoy mucho más diverso y variado. Recordemos que desde que tenemos registro de la historia de nuestra patria, hemos sido una tierra receptora de inmigrantes, pero jamás había tocado a nuestro pueblo salir. 

El fenómeno nuevo no llega ni siquiera a las dos décadas y comenzó con un discurso altisonante por parte del poder, el cual comenzó a resquebrajar la confianza y a ahuyentar tanto a los capitales como a la materia gris con calificada formación. Ambos, por cierto, elementos imprescindibles en la construcción de un país y cuya partida fue un torpedo en la línea de flotación del desarrollo venezolano en los años posteriores. Hoy, sin duda, estamos viendo las consecuencias. 

Sin embargo, este clima enrarecido que hoy marca a la venezolanidad y que la ha marcado por años, no ha hecho sino profundizarse con el transcurrir del tiempo. Y ello ha hecho que cada vez más compatriotas consideren la posibilidad de un destino alternativo en otras latitudes. 

La falta de respuestas, la limitación de soluciones y de oportunidades, la ausencia de fe en un porvenir que es a todas luces incierto, dispara el instinto humano de aferrarse a la posibilidad de vivir mejor de alguna manera, como sea. Y es muy doloroso que cada vez más compatriotas consideren que esto solo es posible al otro lado de alguna frontera. 

En el caso de lo que está sucediendo con Colombia, todos sabemos que la historia es vieja y de larga data. En este espacio lo hemos tratado, justamente a raíz de incidentes anteriores en la línea fronteriza con nuestros vecinos colombianos. 

Esa línea en cuestión, es una de las más calientes del continente y del mundo. El paso de un lado a otro siempre ha sido cotidiano y por ello las fuerzas públicas de ambos lados desde siempre han intentado encontrar soluciones a la medida de lo que es una realidad histórica, cultural y social. 

Sin embargo, el incremento de la cantidad de personas que cruzan de Venezuela a Colombia, ha llamado la atención de las autoridades de ese país, porque era a todas luces inesperado y sobrepasaba cualquier cálculo. 

Hay que decir, y esto es importante, que sin duda no todos tienen el plan de permanecer y establecerse en el territorio colindante. Muchos pasan esperando encontrar alguna labor temporal que facilite su sustento, para regresar a nuestro lado y suplir a su familia de lo necesario. Otros se animan al recorrido con el fin de buscar algunos bienes que necesitan y que no están a la mano de este lado. Y siempre, la intención es regresar. 

Pero sí se debe reconocer que otros tantos aspiran a quedarse. E incluso, algunos más usan esta puerta de salida y tienen en sus planes continuar el viaje hacia terceros países por tierra o aire. 

Es lo mismo que nos está sucediendo con Brasil, una frontera con menos movimiento que la colombiana, por la escasa población y por lo agreste de su geografía. El movimiento de coterráneos en esa dirección sí ha resultado una verdadera novedad, que ha sorprendido a las autoridades de los dos lados de la línea limítrofe. 

¿Qué falta en nuestra tierra, para que cantidades cada vez mayores de ciudadanos se animen a buscarlo fuera? 

De nuestra parte, nos negamos a ver la presencia de fuerzas de seguridad colombianas y brasileñas en nuestra frontera como un asunto que pueda presagiar algún tipo de agresión hacia nuestro país. 

Lógicamente, ante el incremento en la llegada de connacionales a las poblaciones limítrofes, se ha necesitado reforzar el orden para administrar la situación inesperada de la mejor manera posible. Cualquier clase de paranoia disparada por estos hechos no haría sino enrarecer aún más una situación ya de por sí delicada y llena de matices que la complican. 

No nos queda más que agradecer la hospitalidad de quienes reciben a los visitantes en ambas tierras y agradecer la comprensión. Sin duda, se encontrarán maneras de administrar esta coyuntura de la mejor manera posible y vendrán tiempos mejores para todos.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

viernes, 9 de febrero de 2018

“Sistema cambiario y soluciones”

La semana nos ha traído nuevas vueltas de tuerca en el sistema oficial de comercio de divisas en Venezuela. Principalmente, porque desapareció la tasa denominada “Dipro”, que se mantenía en la irreal cifra de diez bolívares por dólar, una cantidad que todos sabemos demasiado alejada de la realidad. 

Ahora nos encontramos frente a un sistema de subastas, que ha situado el cambio, tras su primera activación, en 30.987 bolívares por euro. Esta cotización equivale a unos 25 mil bolívares por dólar estadounidense. 

Este es el último eslabón de una larga cadena de controles en la compraventa de divisas que se estrenó tiempo atrás, con la creación de la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) el 5 de febrero del año 2003 y que por lo tanto, está celebrando ya por estos días quince años de existencia. 

No fue la primera vez que se intentó en nuestro país administrar desde el gobierno el cambio de moneda. El "Régimen de Cambio Diferencial" (RECADI) funcionó entre el 28 de febrero de 1983 y el 10 de febrero de 1989, para un total de seis años, menos de la mitad de lo que hoy llevamos en el modelo actual. 

Durante el segundo gobierno de Rafael Caldera, se establece la Oficina Técnica de Administración cambiaria, OTAC, que operó entre 1994 y 1996. 

Vamos a decir pues, que el problema cambiario en Venezuela es de muy vieja data, y que se debe a erróneas prácticas gubernamentales en el aspecto económico. 

El asunto, es que, dichas prácticas erradas, lejos de corregirse, se han profundizado y nos han llevado al sistema de control cambiario más largo de nuestra historia, contrastando con los más de sesenta años de libre convertibilidad de la moneda que marcaron al bolívar hasta principios de la década de los 80 en el siglo pasado, y que fueron posibles gracias a la confianza y solidez de nuestro signo monetario, que era reconocido como uno de los más estables del planeta. 

Sin embargo, vamos a decir también que lo pasado, pisado. El asunto es: ¿cómo hacemos hoy en día para sanear las finanzas nacionales? Y, muy específicamente, para solucionar el engorroso asunto cambiario, que tiene atascada a la economía, y por tanto a la cotidianidad de todos los ciudadanos. 

En primer lugar, los sistemas de control de cambio han demostrado siempre que no son mayor remedio. 

Se puede entender que se asuman momentáneamente, en momentos de emergencias. Emergencias que no deberían presentarse, en tanto y en cuanto una administración acertada debería mantener sana la economía y evitar de manera preventiva el hecho de tener que recurrir a medidas de shock, como la citada. 

Sin embargo, y como decíamos, medidas de este calibre deberían ser solamente puntuales, y ser levantadas una vez que los números hayan sido puestos en orden. 

Por ejemplo, la OTAC de Caldera II oficializó el precio del dólar en 170 bolívares para 1994. Sin embargo, el mandato presidencial se entrega a Hugo Chávez en 1999 con un precio del dólar de 573,86 bolívares. Casi se triplicó, a pesar de las medidas. 

Retomando las cifras de las dos últimas administraciones, y para hacer el cuento corto, de los 573,86 bolívares por dólar del año 99 saltamos hoy a lo que todo ya sabemos, con la acotación de que en el año 2008 -hace ya una década- se implementó el llamado “bolívar fuerte”, al hacerle una modificación a nuestra moneda con la eliminación de tres ceros. 

Este periplo nos ha llevado por distintas entidades que han intentado, sin mayor éxito, contener el problema. No solamente no lo han hecho, más bien lo han empeorado. 

Nos referimos al Sicad (Sistema Cambiario Alternativo de Divisas) I y II, al Simadi (Sistema Marginal de Divisas), al Dicom, a subastas y sistemas de bandas. Nada ha logrado la vertiginosa carrera del precio del dólar. Y cabe preguntarse: ¿por qué? 

Desde nuestro punto de vista, lo peor que se puede hacer para desatar los fantasmas en una economía es imponer controles. Ya que ello habla de que algo no está bien, de que el sistema no es capaz de regularse por sí mismo, es una reafirmación de que necesita una mano externa para controlarlo. 

Y esta afirmación o reconocimiento, es la mejor manera para empezar a crear desconfianza y generar automáticamente un rechazo a lo que envuelve. 

Por otro lado, volvemos sobre lo tantas veces planteado aquí: la solución es la producción nacional, en alianza de la iniciativa particular con la administración pública, como socios en el destino de un mismo país y haciendo buena aquella expresión de negocios, tan simple pero tan poco entendida, que consiste en “ganar-ganar”. Aunque muchos no lo crean, sí se puede trabajar en conjunto y obtener beneficios para todas las partes involucradas. 

Creemos que la solución es, pues, el desmontaje de cualquier control, acompañado de productividad.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

domingo, 4 de febrero de 2018

¿Y dónde está la canasta?

Las más recientes informaciones sobre el aumento del precio de la canasta básica venezolana, obligan a poner el foco en qué está sucediendo en nuestra economía, para que este indicador registre un alza tan notable.

El Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores dio a conocer que la Canasta Alimentaria del pasado mes de diciembre de 2017, tuvo un costo de 7 millones 980 mil con 314 bolívares.

La variación intermensual fue así de 108,8% reflejado en 4 millones 158 mil con 185 bolívares. Vale acotar que, según el organismo mencionado, esta variación intermensual es la más alta registrada durante los últimos veinte años.

Lamentablemente, la reiteración en el camino equivocado de las políticas económicas y de gobierno en general, se sigue haciendo sentir cada vez con mayor fuerza en donde más nos debe doler y preocupar a todos: en el bolsillo y en la mesa, que es al final del día el sustento de cada familia.

No es por decir que lo dijimos, pero desde hace mucho tiempo señalamos que algunos antiguos vientos traerían las tempestades que hoy atravesamos.

Errores tales como el acaparamiento voraz por parte del Estado de la actividad económica en general, el hecho de confiar en los altos precios del petróleo para establecer la llamada “agricultura de puerto” que fue una competencia desleal para los venezolanos trabajadores que apostaban a producir en esta tierra, la demonización de la iniciativa particular, han sido, entre otros, los desaciertos que nos han llevado a pagar hoy de esta manera semejante colección de desatinos.

Creencias ideológicas que están ya descartadas en este siglo XXI que casi arriba ya a las dos décadas, son las que vuelven al intermediario, al productor, al empresario, un enemigo per se.

Sin embargo, hasta el sol de hoy no hay quien explique de manera satisfactoria, cuál es la alternativa y menos aún existe quien implemente algún tipo de sustitución medianamente operativa, para satisfacer las exigencias de la población en cuanto al más elemental sustento. Derecho humano, por demás garantizado en nuestra Carta Magna.

El ingreso petrolero de la década pasada logro crear una ilusión, un espejismo, que autorizó a avasallar el aparato productivo nacional sin piedad alguna, porque, aparentemente, se había encontrado la manera de colmar las urgencias alimentarias de la ciudadanía, prescindiendo de los estigmatizados productores privados.

Y aquello fue comprar de todo a manos llenas en otros países, colmar los puertos de mercancías que llegaban, venderlas a precios subsidiados y con ello, dar la espalda a la tan nombrada -pero poco apoyada- producción nacional.

Pero la ilusión tuvo fecha de vencimiento, y esa tuvo que ver con la caída de los precios petroleros.

Cuando se puso cada vez más cuesta arriba llenar esa canasta alimentaria con productos importados, se volvió la mirada hacia la producción interna, solamente para descubrir que prácticamente ya no existía.

A este panorama tan dramático se agrega el hecho de que las empresas expropiadas por el gobierno han estado muy lejos de ofertar los requerimientos nutricionales de los venezolanos. Y ello se debe a que es mejor que el zapatero se dedique a sus zapatos.

Los gobernantes están para poner reglas y hacerlas cumplir, no para oficios como la producción de alimentos, que, como cualquier otra actividad, exige de conocedores para poder funcionar adecuadamente.

Pero en esta década larga, ya esos conocedores no existen. Se han dedicado a otras actividades, se han ido del país o sencillamente fallecieron.

Tampoco existe el músculo financiero para reactivar la industria nacional. El fabuloso ingreso petrolero, que ha debido aprovecharse en ello como en otras cosas que trajeran bienestar, se ha desvanecido, dejándonos con más deudas que haberes.

Venezuela, una vez más, como en otros ciclos de su historia, ha vuelto a la época de las vacas flacas.

Errores que se cometen cíclicamente, porque al parecer insistimos en tropezar con la misma piedra, por más que la sabiduría haya quedado registrada en la historia.

En conclusión, y esto es un precepto elemental de economía, hay muy pocos bienes para la cantidad de gente que los demandan.

Y esto sucede porque no se producen en las cantidades adecuadas. Y es ello lo que genera ese incremento en los precios, que es imposible de controlar con órdenes o con decretos.

El daño a este momento, es amplio y profundo. No hay soluciones mágicas ni cortoplacistas. Esa es la cruel realidad. Como también es cierto que, mientras más se tarde en tomar los correctivos, más grave aún será todo.

La buena noticia es que aún contamos con gente dispuesta a trabajar en pro de soluciones, y con las riquezas naturales de esta tierra generosa. Solamente falta la voluntad política. ¿La encontraremos?

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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