viernes, 27 de octubre de 2017

"Espiral inflacionaria"

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

La desbordada inflación que hoy padece Venezuela es un asunto que no se puede ocultar. Todos la sufrimos cada vez que pagamos los bienes y servicios necesarios para la subsistencia. Es decir, permanentemente.

Se trata de un problema de larga data que, a cuenta de no haber sido atendido, ha empeorado a paso de vencedores. Las alarmas se prendieron desde hace mucho rato, alertando que el asunto tiene que ver con un muy desatinado manejo de la economía.

Pero la terca insistencia en profundizar políticas económicas tan erradas como fracasadas, nos ha puesto hoy en un cuadro de dudoso honor, al encabezar las naciones con más alta tasa inflacionaria en el planeta, según el Fondo Monetario Internacional.

La misma fuente afirma que estamos escoltados por Sudán del Sur, Libia, Egipto y Surinam, todos con índices mucho menores que el nuestro.

¿Y por qué apelamos a organismos externos para citar cifras inflacionarias? Porque, desde diciembre de 2015 el Banco Central de Venezuela, ente del Estado encargado de monitorear este indicador, no ha vuelto a revelar sus cifras.

¿En cuál terreno estamos parados realmente al momento de escribir estas líneas en cuanto al tema?
El presidente de la Comisión de Finanzas del Parlamento, el economista José Guerra, explicó a la agencia de noticias Efe que la Asamblea Nacional decidió construir un índice de inflación, usando toda la metodología del Banco Central, debido al silencio del ente emisor.

La inflación acumulada hasta agosto de este año alcanzó el 366,1 %, según informó la mencionada Comisión del Parlamento. Muy por encima del 119% que exhibe Sudán del Sur, el segundo país con mayor inflación en el planeta, tras el nuestro. Y recordemos que ellos alcanzaron esta cifra en doce meses, mientras nosotros la triplicamos apenas en ocho.

Entre las referencias que podemos citar para tratar de llenar el vacío de información oficial, el diputado Ángel Alvarado indicó que "Este incremento obedece a varias razones; primero, a que ha habido una expansión descomunal de la base monetaria de más del 300%,”, a lo cual agrega el dañino financiamiento del Banco Central de Venezuela al Ejecutivo nacional.

Es decir, se ha incrementado de forma notable la circulación de dinero inorgánico, o de billetes sin respaldo en las bóvedas del BCV.

Continúa señalando Alvarado que el incremento también se debe a la "fuerte restricción a las importaciones y escasez de materia prima para producir" y por la "devaluación" de la moneda "tanto en el tipo de cambio paralelo como con el oficial Dicom (Divisas Complementarias)".

Todas estas causas han sido señaladas una y otra vez por numerosas voces del debate público, entre quienes nos incluimos. Y no es por caer en la tentación de decir “Se los dijimos”, ojalá todos nos hubiéramos equivocado.

Pero lo más terrible es la falta absoluta de voluntad para corregir el rumbo mientras, muy por el contrario, se profundizan las equivocaciones cometidas, se huye hacia adelante en una actitud que no es más que intentar apagar el fuego con gasolina.

Volviendo al vacío de información del BCV, recordemos que la última vez que el ente emisor publicó la cifra de ese indicador, señaló que había cerrado 2015 en un 180,9%.

No debemos saber demasiadas matemáticas para constatar que se ha incrementado exponencialmente, ya que lo sentimos en nuestros bolsillos y en el deterioro de nuestra calidad de vida. Es el tema principal de conversaciones -angustiosas por demás- dondequiera que vayamos.

Cuando se recurre a las fuentes gubernamentales para debatir este grave problema, imposible de ser ignorado, la respuesta -harto conocida- es que estamos en “guerra económica”.

Se trata del mismo argumento que venimos escuchando desde hace ya unos cuantos años.

Supongamos que sí existe una confabulación de factores perversos que atentan contra la economía de Venezuela. Cabe preguntarse: ¿por qué el gobierno está perdiendo esta guerra? ¿Por qué no hace algo para atajar la desgracia que estamos viviendo? ¿Por qué insisten en seguir aplicando las políticas equivocadas?

Porque, como dice el dicho: si siempre haces lo que siempre has hecho, seguirás obteniendo lo que siempre has obtenido. Es desquiciado esperar resultados distintos si las acciones no cambian. Sin embargo, eso es lo que vivimos.

¿Soluciones? Enumeradas hasta el cansancio: trabajar de la mano con la iniciativa particular, protegerla y darle su espacio, delegar en el sector privado renglones de la economía que no deben estar en manos del Estado y que solamente sirven para convertirlo en un elefante blanco –rojo en este caso-, controlar el déficit fiscal, disciplina administrativa del gobierno y desmontar el enrevesado control de cambios.

Sí, es predicar en el desierto. Pero luego no digan que no lo dijimos.

viernes, 20 de octubre de 2017

¿Y ahora qué?

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Los adversos resultados de la más reciente justa electoral para escoger gobernadores, han dejado a Venezuela con un mal sabor en la boca. Y es que el agotamiento por la tensa situación que vive el país se siente en el aire, especialmente tras unos comicios sin brújula, que han profundizado las fracturas nacionales.

Los resultados adversos para las fuerzas alternativas democráticas no solamente han traído desaliento, sino enfrentamientos. Porque la resaca post electoral nos ha encontrado buscando culpables en el vecino, atentos a quién nos pueda servir para descargar la frustración y la rabia.

Mientras unos culpan a la abstención, otros lo hacen con el fraude. Y parcialmente hay razón de lado y lado.

Lo importante, lo más urgente, es detener de inmediato esta polémica fratricida que nos aleja de nuestros objetivos como nación a paso de vencedores. 

La vorágine política de los últimos meses, alimentada por la adversa situación económica, ha desatado pasiones mal enfocadas que nos hacen canibalizarnos entre nosotros. Y eso, hay que reconocerlo.

La Unidad, ese baluarte para lograr nuestras metas, está seriamente golpeado. Se había logrado tras años de ensayo y error, de conversaciones, de afinar estrategias, de aprender a convivir con quien no siente ni piensa igual, pero tiene el mismo objetivo legítimo que nosotros.

Y obtuvimos victorias políticas y electorales. Y logramos ponerle un muro de contención a un poder avasallante que, de manera irracional, buscaba arrasar con todo lo que no fuera igual a él.

Y también es importante en este momento tener ese referente. Porque hemos hecho las cosas bien en el pasado, a costa de “sangre, sudor y lágrimas”, como diría Winston Churchill.

Pero también hay que reconocer que ese accionar correcto, se ha diluido en enfrentamientos, en imprecisiones, en extravíos y atajos.

Son múltiples los factores que desembocaron en el revés actual. Y el primer paso para superarlos, es detectarlos y asumirlos.

El “sistema fraudulento" es una entelequia mágica para buscar justificaciones simplistas, que no es la explicación más acertada para toda una serie de situaciones irregulares que rodean los procesos electorales.

Recordemos la acumulación de poder en manos del Ejecutivo y la presión a los empleados públicos, los cambios de centros de votación, la propaganda a través de medios del Estado aunada a las estrictas regulaciones para los canales de exposición de los candidatos de la Unidad.

El ventajismo oficialista está a ojos vista y no tiene pudor alguno. Más que un “fraude” –entendido como voltear unos números-, se trata de una compleja construcción de factores que inclinan la balanza a favor del brazo fuerte sin el menor recato.

Luego, del lado nuestro, han sucedido muchas y cosas muy lamentables. Los desfases entre dichos y hechos, los llamados contradictorios a la calle y a votar, el desconocimiento del gobierno, cambiando al otro día por una campaña electoral, denotan que ya no estamos unidos, como en los tiempos cuando ganábamos espacios a favor de la democracia.

La gente no ha perdonado estas contradicciones. Y tampoco ha perdonado el no ser escuchados.
No podemos creer en caudillismos encantadores de masas que las lleven a donde les plazca, porque si no, no estaríamos de este lado de la acera, sino del otro.

El acompañamiento ciudadano a las iniciativas del liderazgo político se materializa en tanto y en cuanto estos líderes realmente representen a quienes dicen representar. Cuando leen sus necesidades, reclamos y urgencias, y proceden en consecuencia.

El trabajo de base en las comunidades no puede cesar jamás. Como tampoco puede cesar la labor de escuchar, de tomar el pulso, de anotar lo visto, escuchado y sentido.

Se enarbola el voto castigo contra una administración nefasta, que sin duda lo merece; pero en paralelo hay que ver más allá. ¿Qué más se ofrece? ¿Cuál es el rumbo? ¿Qué va a sustituir a un proyecto fracasado cuando finalmente se le venza su tiempo histórico?

No podemos ser simplemente reactivos, porque eso fue lo que nos hizo perder el rumbo. Y las fisuras dentro de la coalición democrática fueron rápidamente percibidas por la gente, con la consecuente pérdida de confianza.

Puede que estos comentarios caigan mal a unos cuantos; pero también el hecho de exponerlos, nos separa de aquello a lo que no nos queremos parecer, nos diferencia. Porque los mandatos verticales y sin apelación no están de este lado. Porque debemos propiciar la autocrítica si queremos retomar un rumbo, que una vez existió y que se extravió; pero que puede ser retomado y robustecido, en tanto y en cuanto tengamos en las manos la verdadera causa del revés y no nos conformemos con salir a la calle a buscar culpables externos.

La tarea número 1 del día después, es mirar hacia adentro.

viernes, 13 de octubre de 2017

“De Gira”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

La más reciente gira internacional del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, es literalmente un tiro que salió por la culata, desde nuestro punto de vista.

Y es que este tipo de periplos tienen por objeto conseguir alianzas internacionales. Pero en el contexto de todo lo que sucede en nuestro país y de la conciencia que hay de ello a nivel mundial, no resulta más que una reafirmación de que “algo huele mal en Dinamarca”, como diría el famoso personaje de William Shakespeare.

En primer lugar, habría que revisar quiénes fueron los que recibieron al representante venezolano. Rusia, Bielorrusia, Argelia y Turquía, no son los modelos de desarrollo más ejemplares, ni en lo político ni en lo económico.

Las notas de prensa oficiales aseguran que “Venezuela tiene acuerdos en materia energética, agroindustrial, turística, militar, científica, tecnológica, comercial, financiera e industrial” con las naciones mencionadas. Pero habría que ver los aportes cualitativos de estas en los campos mencionados, con lo cual probablemente confirmaríamos dos cosas: una, que son acercamientos movidos más por la afinidad ideológica y política que por la conveniencia nacional. Y la otra, que los países que realmente están a la vanguardia en estos campos, quizá otorguen muy escaso beneficio de la duda a quienes hoy administran nuestra nación.

Adicionalmente, se han deteriorado de manera sensible los vínculos con países de los cuales sí podríamos sacar ventaja para robustecer el nuestro, entre otras cosas, por esa suerte de “política de carrito chocón” que ha marcado las dos décadas de la autodenominada revolución. 

Luego, habría que poner la lupa al objetivo de este viaje, que no es otro que conseguir un oxígeno financiero para la deteriorada economía del país. Eso lo saben todos los anfitriones. Y por supuesto, están como caimanes en boca de caño, esperando a ver cuál provecho pueden sacar de la riquísima pero maltratada Venezuela.

El mismo mandatario aseveró al regresar, que “Esta gira por la ruta del nuevo mundo ha sido un éxito total, desde el punto de vista económico y financiero para el proceso de la recuperación del país”, con lo cual reconoce abiertamente el estado actual de nuestra patria.

Incluso, habla de “acuerdos de beneficio mutuo, de ganancia compartida”, a los cuales habría que leer la letra pequeña. Nadie da nada por nada y es ya vox populi la desventajosa posición del actual gobierno venezolano para cualquier tipo de negociación. Hecho que nos puede costar la imposición de la parte estrecha del embudo. Muy estrecha.

Ese mundo de allá afuera, se pone cada vez más estrecho. Los intereses con los que se pecha cualquier préstamo a Venezuela son cada vez más altos, por eso que los expertos  denominan “el riesgo-país”. Las garantías exigidas son cada vez mayores. Y el deterioro que en todo sentido sufrimos, nos resta vigor para negociar.

También hubo un llamado –otro más- “a los países productores para trabajar en conjunto y así alcanzar la estabilidad del mercado petrolero”.

Esto indica, que aún se tiene la ilusión de que el fallecido ex presidente Hugo Chávez fue el artífice del alza de los precios del petróleo en la década pasada. Un muy conveniente mito que se ha alimentado hasta la saciedad, y que no toma en cuenta los complejos vaivenes de la geopolítica mundial, que son los verdaderos relojes de estos hechos.

Es triste decirlo, pero nuestro país se mueve actualmente a contrapelo de la industria petrolera mundial, accionando sin estrategia y con desesperación por el adverso momento que vivimos. Y la desesperación no es buena consejera. El liderazgo nacional en el mundo de los hidrocarburos es cosa del pasado y cualquier llamado que no esté alineado con las realidades de ese mercado, es predicar en el desierto.

Tampoco es novedad la “neolengua” con la cual se empaqueta este regalo. “Victoriosa gira”, “Triunfo para Venezuela”, “Construir las bases de la seguridad social”, son fórmulas más que escuchadas y gastadas en todos estos años. Suenan vacías, huecas, no dicen nada, cuando contrastan con los hechos, que no son otros que el continuo retroceso de la calidad de vida de los venezolanos. Quizá quepa más bien aquí el término aquel de “victoria pírrica”, entendido como un éxito obtenido a costa de enormes pérdidas.

Nuevamente nos hablan como si hubieran llegado al gobierno ayer, como si los reveses que todos padecemos hubieran tenido otros responsables distintos, como si ellos fueran la solución. Y las giras internacionales son otro reciclar de palabras ya dichas, de discursos ya pronunciados y de noticias que no son nuevas. Nada cambia.


viernes, 6 de octubre de 2017

“En igualdad de condiciones”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Uno de los supuestos, de los “debe ser” de la democracia, es el acudir a las siempre tan esperadas citas electorales en igualdad de condiciones. Pero sabemos que no siempre es así.

Esto ha sido siempre un dolor de cabeza, porque el menos imperfecto y más perfectible sistema de gobierno que se ha dado el hombre, cojea de ese problema.

¿Cómo hacer para que los candidatos oficialistas no avasallen a los opositores, gracias al ventajismo del aparato gubernamental? Y esta es una pregunta que se hacen incluso las democracias más solventes del planeta. Porque el poder siempre tiende a desbordarse, por más ecuánimes que sean las manos que lo manejen.

Quizá la primera medida de saneamiento sea, justamente, hacerse esa pregunta. El eterno cuestionamiento a sí misma, es también uno de los motores de la democracia.

Y la sola existencia de esta interrogante, implica que las cosas se quieren hacer bien. Porque se sabe –o hay que saber- que hay que atajar cualquier deterioro de este sistema, por mínimo que sea. Puede constituirse, en caso contrario, en un boquete que crezca y por el cual el barco hace agua. Y eso, nos hunde a todos.

Todo esto viene a colación, por supuesto, de cara a las próximas elecciones del 15 de octubre.

Y es que no deja de preocuparnos, entre las numerosas observaciones que nos hace llegar la gente, el hecho de cómo se han desdibujado esta clase de límites en Venezuela.

Lo deseable sería, por ejemplo, que las máximas autoridades del poder Ejecutivo nacional se abstuvieran de opinar y participar del debate en unas elecciones que son de carácter regional.

Y esta es la esencia de aquellas democracias que se acercan a la perfección y que tanto admiramos.

Sabemos que la imparcialidad como tal no puede existir en forma químicamente pura, y que por lo general, algún cabo suelto queda en estas situaciones.

Pero, en una sociedad ideal, las mismas autoridades serían las encargadas de detectar y corregir estos excesos en una clara autorregulación; amén del deber y el derecho que tienen los actores sociales de señalar las irregularidades. Y la obligación de los gobernantes de escuchar estos señalamientos y atajar los excesos denunciados.

El deber seria, por ejemplo, que la propaganda electoral se debe equilibrar en todos los medios de comunicación, incluidos los del Estado y que ninguna de las opciones políticas –dos, en el caso de Venezuela- debería tener más presencia que el adversario.

Esto incluye por supuesto, a las entrevistas y las coberturas de los actos de campaña.

También se deberían restringir –autorestringir- los comentarios de las autoridades en ejercicio de sus respectivos cargos a favor de candidatos de su tolda, e incluso las fotos, videos o cualquier tipo de imágenes que puedan insinuar un endoso del poder que ostenta un funcionario en favor de quienes vistan su misma franela política.

Cabría también abrir una discusión sobre cuánto aportan esta clase de desatinos a quienes circunstancialmente usufructúan el poder. Porque el electorado es agudo y sensible, mucho más de lo que se puede imaginar.

El sentido de justicia de la gente permanece intacto, por lo cual el desequilibrio es percibido y rechazado, haciéndolo contraproducente para quienes busquen ser favorecidos con cualquiera de estas prácticas.

Y es que, en general, toda esta clase de errores de estrategia parten de una subestimación del elector. Porque la propaganda es uno de los elementos que incide en la toma de decisión final de cada persona respecto a quién será el candidato que va a merecer su voto. Pero hay muchos otros elementos que pesan en la balanza.

Y por supuesto, esto tiene que ver con la calidad de vida que percibe cada quien en su entorno, y en qué tanto responsabiliza a las autoridades en ejercicio de todo lo bueno o lo malo que le suceda y que provenga de las instituciones responsables de gestionar los distintos aspectos de la vida pública.

Colocando la saturación de propaganda oficialista en el marco de esta fórmula, y no percibiéndola de manera aislada, es como entendemos que ciertos excesos pueden ser en definitiva contraproducentes.

Nos gustaría ver equilibrio, civismo, conciencia, altura y crecimiento ciudadano en la justa por producirse en pocos días. Sin embargo, si no lo vemos, o si vemos menos de lo deseable, también será para nosotros una lección como colectividad.

Porque nos daremos cuenta de lo que no se debe hacer, y por qué no se debe hacer. Y esto nos incluye a todos. Porque intentar generar imposiciones cuando se tienen posiciones de poder, suma menos de lo que se podría pensar.

Al final del día, intentar detener los cambios históricos que tienen que producirse porque les llegó el momento, es un caso perdido. Y resistirse a ello, deja aún más en evidencia que son necesarios.