sábado, 26 de mayo de 2018

“La economía, la economía.…”

La frase que titula este artículo fue utilizada en la campaña electoral de Bill Clinton contra el presidente de Estados Unidos en ese entonces, George Bush padre, en el año 1992. 

Poco antes de las elecciones, Bush era considerado imbatible, debido a sus éxitos en política exterior, como el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico. James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, señaló que éste debía enfocarse sobre cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. 

Con el fin de mantener el foco en un mensaje, Carville pegó un cartel en las oficinas centrales con tres puntos escritos: Cambio vs. más de lo mismo; “la economía, estúpido”; y no olvidar el sistema de salud.

Aunque el cartel era solo un recordatorio interno, la frase se convirtió en una especie de eslogan no oficial de la campaña de Clinton, que resultó decisivo para modificar la relación de fuerzas y derrotar a Bush, algo impensable poco antes.

Aunque el presidente saliente había logrado estruendosos éxitos en el tablero internacional, por ello había descuidado lo doméstico, y muy puntualmente la economía, cosa que resentían los estadounidenses en sus mesas y en sus bolsillos. 

La gran lección del éxito de Clinton tiene que ver con haber puesto el foco en la cotidianidad y en la economía. En pocas palabras, en el día a día de los ciudadanos, en lo que les afecta y les duele más hondamente. 

Venezuela en estos momentos está saliendo de otra de tantas diatribas políticas, que nos han copado la atención desde hace ya unos cuantos años y que nada aportan al bienestar de la gente. 

Más allá de las épicas batallas imaginarias, o de la discusión sobre quién ganó o quién perdió -que hay que darla, pero no es el tema de hoy-, nos cabe una pregunta crucial: ¿y la economía? ¿Alguien piensa en ella? ¿Alguien se ocupa de eso? 

Porque el clamor de las calles no es otro que la pérdida abismal de la calidad de vida en el país. Porque las cifras de abstención en la cita electoral fueron desproporcionadamente elevadas, sea cual sea la fuente que tomemos. Y hay que saber leer con urgencia las señales de hartazgo que enviaron los votantes. 

No se puede seguir adelante con la diatriba política, cuando la vida misma se le ha vuelto a todos un calvario. Y los llamados a accionar inmediatamente frente a esta grave situación, son ni más ni menos que quienes tienen el poder. No hay otros responsables. 

Estamos recibiendo indicadores de la profundidad del problema económico que no pueden dejar de ser tomados en cuenta. 

Por ejemplo, nos enteramos de que el Banco Interamericano de Desarrollo no desembolsará más prestamos al país hasta que no se le liquiden los pagos atrasados que están pendientes. 

Esta información es apenas la punta del iceberg del complejo trance económico que atraviesa nuestra nación. 

Para hacer corto un cuento muy largo, bien sabemos que la actual administración -y la anterior, que es la misma- lejos de diversificar la economía, se afincaron más en la producción y exportación petrolera. Cosa que no estaría mal si no se hubieran ignorado los archiconocidos ciclos de altas y bajas de los precios petroleros. 

La soberbia de los tiempos de las vacas gordas, llevó a aplastar a la emergente producción nacional con importaciones pagadas por los ingresos petroleros. La persecución a la iniciativa particular por razones políticas dejó al país convertido en un verdadero desierto en el ámbito productivo. 

Solamente quedaba el ingreso petrolero como único sustento de una nación entera. Pero los precios bajaron. Algo que muchos -aunque no todos- sabíamos que iba a pasar. Y entonces, se vieron las costuras de un delirante proyecto de poder que no construyó país. 

Por si fuera poco, todas las fuentes del sector petrolero coinciden en afirmar que es sostenido el descenso en la producción nacional. No se trata solamente de que el petróleo cueste menos, el asunto es que producimos menos también. 

Así pues, la economía venezolana se encuentra en medio de un terrible nudo gordiano, entre precios petroleros bajos, producción baja y muy escasas alternativas de impulsar otros sectores de la productividad. Tormenta perfecta.

¿Quién tiene respuesta a esta situación? ¿Cómo escapar de este laberinto, de este callejón sin salida?

Respuestas hay, por supuesto. El asunto es que la inacción gubernamental nos ha llevado muy lejos en el deterioro y que habría que actuar hoy mismo, con medidas radicales y drásticas, con un golpe de timón de 180 grados, que significaría entre otras cosas, renunciar a una ideología política que ha fracturado las dos piernas a la economía. 

Es el momento de elegir entre lo político y lo económico. Se juega la supervivencia de un país. ¿Qué elegiría usted?


David Uzcátegui
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viernes, 18 de mayo de 2018

“Eso es todo, amigos”

Parafraseando la famosa línea final de los dibujos animados, bien pudo ser eso lo que dijo la empresa multinacional Alimentos Kellogg’s al anunciar su partida de Venezuela.

Los creadores y comercializadores del emblemático cereal para desayunar Corn Flakes, así como de otros también muy conocidos, como Zucaritas, Choco Crispis y un largo etcétera, permanecieron en Venezuela durante cincuenta y siete años, con sus plantas y operaciones basados aquí, concretamente en la zona de Maracay, estado Aragua; si bien sus productos se comercializaban en nuestra tierra desde hacía ciento diez años.

Con semejante historial, la marca ya formaba parte de la identidad del país, y sus productos eran cotidianos en la dieta del venezolano desde hace varias décadas. Igualmente, toda su imagen y sus personajes se habían integrado a nuestro día a día, formando parte de la nómina cultural de la venezolanidad, de esa venezolanidad que se construyó a lo largo del siglo XX, sumando tantos y tantos activos que llegaban a nuestras costas desde latitudes tan diversas.

No solamente se trataba de una empresa que llevaba alimento a las mesas nacionales. También hay que ver la otra cara de la moneda: la del empleo estable que benefició a miles de trabajadores durante todos estos y que les permitió progresar y levantar a sus hijos, hacerse de los bienes a los cuales aspira toda familia y a los cuales por demás tienen derecho: vivienda, educación, automóvil. Al momento del cierre, entre cuatrocientos y quinientos venezolanos recibían su sustento de esta firma comercial.

Sin embargo, la creciente partida de empresas multinacionales de nuestro país, ya no sorprende a nadie. Viene sucediendo desde hace rato y, parafraseando al Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, es la “Crónica de una muerte anunciada”. Entre los casos más sonados, podemos recordar las partidas de marcas como Clorox, Kimberly Clark y General Motors.

La compañía había dicho en febrero que el deficiente acceso a materias primas y los escasos dólares para importar bienes debido a los controles cambiarios, perjudicaron la capacidad de la multinacional para continuar aquí. Ya venían reduciendo sus actividades desde tiempo atrás e incluso algunos productos emblemáticos de la fábrica habían desaparecido. Por si esto fuera poco, no escapó al ojo del consumidor más detallista el cambio en los empaques, debido a la falta de materia prima para hacer los tradicionales.

Entre las razones para cesar por completo las operaciones se encuentran la situación económica actual y el deterioro del país, según las declaraciones ofrecidas en aquellos días. Aunque no se nombran los elevados índices de inflación, no cabe duda de que debemos incluirlos en la lista, muy especialmente cuando esta realidad no permite al consumidor adquirir lo que quiere, sino lo que puede. Una situación que, sin duda, incide en las caídas de las ventas de cualquier producto.

Desde hace mucho tiempo, por parte del Ejecutivo nacional, se ha convertido en práctica el satanizar a la empresa privada. Adicionalmente, se le suma el perverso elemento complementario de señalar como nocivo todo lo que huela a extranjero, como si este país no se hubiera ensamblado de la suma de miles y miles de partes que llegaron desde todo el mundo. Como si la grandeza de Venezuela no residiera en su diversidad.

Es particularmente triste la respuesta de la administración central al anuncio de la partida de Alimentos Kellogg’s.

Lejos de un llamado al diálogo, de la búsqueda de una solución, del intento de cualquier acción para abrir la posibilidad de su permanencia, son señalados y estigmatizados, se les acusa de ser parte de un complot internacional, se amenaza con investigaciones y se pide la persecución en el exterior de sus representantes.

Esta conducta es sumamente delicada en un momento tan complejo, en el cual otras tantas empresas luchan por seguir adelante, produciendo en el país y lo que se está enviando son señales que invitan a cualquier cosa, menos a la confianza.

Ya ha pasado mucho tiempo desde los días en los cuales el ex embajador de Estados Unidos en nuestro país, John Maisto, decía que no hay que hacerles caso a las palabras del gobernante, sino a los hechos. Ciertamente, en un principio de este experimento político, acciones y discurso parecían seguir por caminos distintos; pero más de un agudo analista advirtió en aquellos tiempos que las palabras terminarían por convertirse en hechos y así fue.

Actualmente, la retórica hostil contra todo lo que no sea oficialismo se ha enseñoreado en nuestro territorio, y el episodio de Kellog’s no es más que el botón de muestra de hoy, en un panorama noticioso de permanente turbulencia, ante el cual un país entero no puede alcanzar la paz y mucho menos el progreso.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 11 de mayo de 2018

“Cantos de sirena”

La próxima elección presidencial en México, ha estado revestida de polémica como pocas antes que esta. Y no es para menos, porque puntea en las encuestas el controversial candidato Andrés Manuel López Obrador.

El asunto es que el aspirante en cuestión viene con un discurso y un accionar que recuerdan a otras experiencias políticas fracasadas en distintas latitudes, amén de no tener asidero en circunstancias viables para sacar adelante a un país.

El señor López Obrador parece ser de esta camada de políticos latinoamericanos que apelan a decir lo que los electores quieren escuchar.

Todos queremos vivir mejor, todos aspiramos q que nos resuelvan la existencia, es humano quiere pagar menos y recibir más. Y por supuesto, soñamos con un país, con un Estado idealizado que lo resuelva todo y nos llene de dádivas.

Pero si conectamos por un instante con la sensatez, no cabe menos que preguntarnos de dónde va a salir ese maná de bondades. Porque hablando nuevamente desde la lógica y el sentido común, todo tiene un precio.

Todo vale algo, nada es de gratis, todo sale de alguna parte. Pero ese no es un razonamiento que esté dispuesto a aplicar el candidato que apele a la emoción más que a la razón.

AMLO, como se le conoce por sus iniciales, tiene la mesa servida. Las numerosas acusaciones de corrupción que han enrarecido la vida de los mexicanos, aunadas al desprestigio de la clase política, hacen que una ciudadanía indignada busque desesperadamente a un salvador. Y este astuto político lo tiene muy claro.

De cara a las elecciones presidenciales de México el venidero 1 de julio, López Obrador se presenta como favorito. Las encuestas dan a este hombre de izquierda de 64 años una enorme ventaja, muy por encima de quien le sigue en intención de voto, Ricardo Anaya, un abogado de 39 años, del Partido de Acción Nacional (PAN) que encabeza una coalición de derecha e izquierda. El poco popular candidato del partido oficialista, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), José Antonio Meade, se encuentra muy lejos, en el tercer lugar.

Por supuesto, los fantasmas del pasado reciente de la izquierda latinoamericana y sus estrepitosos fracasos, son el “bacalao al hombro” de este político. Picando adelante, ha intentado aplacar estos temores nombrando un equipo de expertos de alto nivel como su gabinete y ha prometido a los empresarios que no habrá expropiaciones ni nacionalizaciones si él gana. Así se adelanta a uno de los peores temores que puede espantar a su electorado, cosa que por cierto no parece estar sucediendo. La ira vengadora está por encima de cualquier riesgo que pueda encarnar este aspirante a la silla presidencial.

Tiene otro punto a favor: fue alcalde de la Ciudad de México y su gestión, si bien polémica, no hizo que la sangre llegara al río, como se podía esperar. Fue bastante más prudente en su acción que en su verbo, aunque se le atribuya un sello indeleblemente populista y de paso, no haya sido tampoco particularmente brillante al frente de esa caótica ciudad, la más habitada del planeta.

Es la tercera vez que aspira a llegar a la residencia presidencial de Los Pinos. Las dos anteriores fueron en 2006 y 2012, e incluso cantó fraude en la primera. Tras ello lideró una ocupación del centro de la ciudad de México que duró meses.

Ahora, según muchos de sus seguidores – los humoristas los llaman AMLOvers- ha moderado bastante su accionar incendiario e incluso su vocabulario. Parece que la madurez ha hecho bien al llamado “peje”, apodo que debe a un pez caracterizado por su agresividad y por ser frontal en sus ataques.

Sin embargo, aún inquieta cómo pretende cumplir muchas de esas promesas que lucen como cantos de sirena.

Por ejemplo, ofrece diversas ayudas, como becas y apoyos para madres solteras, pero no explica de dónde saldrán, ya que lo ofrecido supera por mucho el presupuesto destinado al órgano encargado de ofrecer apoyos al pueblo, por lo que deberá aclarar cómo va a hacer para cumplir con las prebendas que promete.

También propone realizar consultas al pueblo cada dos años para que decida si le permitiría continuar o no como presidente. Una promesa que a los venezolanos nos suena, pero que en México es inconstitucional, además de costosa y extremadamente populista. ¿Será que se lanza con una Constituyente para sacarla adelante?

Sin embargo, el deseo de justicia y escarmiento que anima a muchos electores es como para enfrentar la ocasión con precaución. Ya sabemos en qué clase de tempestades pueden terminar estos vientos que llevan al poder a candidatos vengadores.

Quisiéramos mejor suerte para México y para Latinoamérica en general. Pero ya sabemos que cada nación debe transitar su propia historia. Ojalá sea para bien.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 4 de mayo de 2018

“El aumento que nadie quiere”

El reciente Día del Trabajador se celebró, una vez más, con un aumento de sueldos y salarios. En esta oportunidad, superó el 95%, sin contar tickets de alimentación. Es esta una tradición que se pierde de vista en la cultura venezolana. Solamente que esta vez – y ya desde hace rato- no son muchos quienes celebran la noticia.

Y esto se debe a que la ciudadanía, meridianamente clara, ha entendido que la seguidilla de aumentos salariales que presenciamos desde hace años no es motivo para alegrarse. Muy por el contrario, es sin duda una señal de alarma. Y el espectador desprevenido de la tragicomedia venezolana, que presencie el episodio desde afuera, se preguntará por qué.

La respuesta es muy sencilla y la entiende quien tenga dos dedos de frente y no esté ciego por fanatismos: este es apenas un síntoma más de lo enferma que está la economía nacional.

A estas alturas de la vida y ante los numerosos aumentos salariales de este gobierno, todos sabemos que no contribuyen a reforzar el poder adquisitivo, sino que, muy por el contrario, son el último eslabón de una cadena inflacionaria y por lo tanto llegan cuando ya hay muy poco que hacer por proteger el bolsillo del trabajador.

Contrariamente a lo que se pueda pensar si se desconoce la tensa y compleja situación nacional, no son el punto final de la desgracia, sino el comienzo de otra nueva.

Y es que un aumento de sueldos en medio de la situación económica adversa que padecemos, en primer lugar, no alcanza para nada. En segundo término, será pulverizado en cosa de días por la inflación indetenible, la verdadera causa de todo y que nadie pareciera poder atajar. Y finalmente, coloca una presión adicional sobre la escasa empresa privada que nos queda, que no produce dinero para pagarlo en una economía recesiva, viéndose obligada en el mejor de los casos a restringir los puestos de trabajo que ofrece y en el peor, como ya lo hemos visto tantas veces, a cerrar.

Y es que no se puede obligar a troche y moche un aumento salarial en una nación que no es productiva, porque no genera riquezas ni recursos para pagarlo.

Vean este sencillo ejemplo: esta semana el pasaje sube a 5 mil bolívares, mientras el banco solamente nos entrega 20 mil bolívares a sus clientes. Esto se va en dos días, y solamente en los pasajes. Se trata de una buena imagen de las desproporciones entre lo que un limitado sistema de corsés puede permitir ofrecer y las necesidades nacionales.

Se puede manipular el discurso y alegar que ningún otro gobierno en el mundo da tantos y tantos aumentos salariales, que ningún otro país puede decir que les subió el sueldo a sus trabajadores a casi el doble. Se puede decir, sí. Pero, ¿quién se alegra?

La respuesta es fácil: nadie. Y no se alegra nadie por la sencilla razón de que esos aumentos siempre son una consecuencia de la inflación y un aumento de semejantes proporciones, solamente sirve para refrendar los niveles de inflación que padecemos. Amén de que sabemos que está muy lejos de paliar las crecientes necesidades.

Valga acotar que, si el sueldo se duplica, todos tenemos claro que esto es una medida de cuánto han subido los precios últimamente. Es un secreto a voces, que no se puede ocultar con un dedo porque todos lo padecemos en el bolsillo. Para muestra de lo que decimos, basta un botón: se trata del tercer aumento de sueldo en lo que va de año. Y cabe preguntarse qué ha sucedido con los otros dos, para que sea ya necesario un tercero, cuando ni de lejos hemos arribado a la mitad del año.

Y lo más desolador de tan adverso panorama, es que por ninguna parte se ve aunque sea la menor acción encaminada en la dirección correcta. Pareciera que quienes gobiernan hoy no tienen la menor idea de cómo atajar una inflación y revertirla. Es más, pareciera que se disfrutara intentando apagar el fuego con gasolina, porque no hay explicación lógica a tanto despropósito junto.

Para abatir la inflación, hay que producir. Y producir desde todos los flancos. Administración pública y empresa privada. Hay que elevar la oferta de productos en los anaqueles, para que la demanda sea ampliamente satisfecha.

Hay que disciplinar el gasto público. El orden en las cuentas gubernamentales es esencial en países azotados por la inflación. Y de nuevo caemos en el tema de que no se puede cargar con todo el peso de las responsabilidades a un gobierno hipertrofiado, que se ocupa de cosas que no debe, que tiene que delegar a quienes lo puedan hacer mejor. Y es inquietante que, en semejante situación económica, la nómina pública supere los dos millones de personas.

Hay que abrir las puertas a la iniciativa privada, apuntalara, confiar en ella. Porque no hay país en el mundo, por más petrolero que sea, que pueda alimentar a toda su población a partir del Estado.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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