La semana pasada, el gobierno
nacional anunció otro nuevo aumento del salario mínimo venezolano. Son
decisiones que a nadie toman por sorpresa, ya que estamos acostumbrados desde
hace años a varios aumentos de salario mínimo al año.
El salario mínimo aumentó de
1.000.000 bolívares a Bs 3.000.000, mientras que el bono de alimentación,
situado en Bs 1.555.500, quedó en 2.196.0000 dando un total de 5.196.000
bolívares.
Lamentablemente todos sabemos de
sobra que estos aumentos, lejos de traer un beneficio, son la confesión de cuán
grave está nuestra economía. Porque, cabe preguntarse: si la alocución
presidencial anunció un 103% de aumento integral en esta última oportunidad,
¿por qué no alcanza a cubrir la brecha con el precio de los productos más
elementales? Y es que, desde cualquier otro país, un aumento superior al 100%
sonaría escandaloso. Pero hay que conocer la realidad de Venezuela.
Son incrementos reactivos, que
responden a una inflación que se ha hecho incontrolable. Como dice el lugar
común, el sueldo sube por la escalera mientras los precios lo hacen en
ascensor. O en nuestro caso, en cohete.
Ya toda la gente lo sabe: a mayor
cantidad de incremento de sueldos por año, mayor es también la confesión de que
los aumentos de los precios están muy por encima.
Y para muestra, basta un botón:
seis aumentos salariales el año pasado y tres más en lo que va del corriente.
Consecuencia: no hay mejoría alguna en la situación. Y, entre otras cosas, se
asfixia un poco más a las escasas empresas que aún sobreviven y se empeñan en
producir.
Los episodios de incremento de
precio reiterados, como los que estamos viendo hoy, son una pesadilla para
cualquier país y atormentan a sus ciudadanos con la incapacidad de comprar
hasta lo más necesario. En el mundo de han visto una y otra vez casos como el
de Zimbabue, que llegó a ver billetes con valores superiores al trillón. Los
precios cambiaban en minutos.
Otro de los entuertos que hay que
resolver con urgencia, es el hecho de que casi el 50% de los ingresos de un trabajador
en condiciones de sueldo mínimo son una bonificación, lo cual quiere decir que
no tiene incidencia en beneficios como prestaciones sociales.
Por cierto, entre los anuncios
también destaca un “bono de guerra económica”, el cual trae a colación ese
término que se ha utilizado desde hace ya casi una década para justificar las
enormes distorsiones que vive la economía nacional en manos de una de las
gerencias más desatinadas que haya visto país alguno.
Sí, es así: si comparamos los
exiguos ingresos de los trabajadores venezolanos con los precios que hace rato
se les escaparon de las manos, no queda otra que declarar ganadores a los
adversarios del gobierno.
Pero estos no son el llamado
imperio ni los empresarios, ni los extraterrestres. Son las leyes de la
economía, inexorables, que no pueden ser torcidas ni ignoradas. Y mucho menos
modificadas a punta de gritos o decretos. A esto, debemos agregar los
reiterados intentos de quienes gobiernan, de apagar los incendios con más
gasolina.
Ciertamente, Venezuela vive en
una economía de guerra. Aunque por ninguna parte vemos bombardeos o campos de
batalla contra el invasor enemigo, los efectos que sentimos en nuestros
bolsillos solo pueden ser comparables a la devastación que vivió Europa tras la
Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el gobierno anuncia
reiteradamente su salida al ataque contra esa entidad abstracta que ha
bautizado como guerra económica. ¿Por qué entonces, no se pueden atajar los
precios? ¿Por qué las órdenes, los operativos, la persecución, no funcionan?
Pues porque los precios no son
causas, son consecuencias. De la muy escasa producción nacional, de las
empresas que ya no producen porque han cerrado en estos años por diversas
causas, de los inversionistas y los profesionales que se han marchado ante el sombrío
panorama que tiene años empeorando y no promete mejorar.
Y lo que es peor aún, lejos de
funcionar para contener los incrementos, trabajan en el sentido exactamente
contrario: disparan los precios aún más.
Por allí se dice que los
capitales son cobardes. Y hay que asumir que es absolutamente cierto. Es una
realidad y más aún, se trata de una de las reglas que deben tener en cuenta
quienes pretendan manejar una economía.
La agitación permanente que se ha
convertido en la marca de la Venezuela de los últimos años es mucho peor de lo
que cualquiera pueda imaginar, en cuanto a torpedear cualquier intento de
recuperación que pueda tener nuestra economía.
Un incremento de sueldos jamás
será una buena noticia, mientras no se ataje la inflación y no se estabilicen
los precios. Será digno de celebración cuando logremos tener bajas cotas de
inflación y el aumento en cuestión sea superior a ellas. Si no, siempre será
sal y agua.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
No hay comentarios:
Publicar un comentario