El domingo pasado, todo el mundo
siguió con extremada atención la segunda vuelta de las elecciones en Colombia.
Para suerte de las vapuleadas encuestas, se cumplieron las previsiones: el
candidato Iván Duque ganó inequívoca y holgadamente, aunque su contrincante,
Gustavo Petro, aglutinó también una votación masiva y nada despreciable.
¿Que Colombia es un país dividido
y polarizado? Sí, y hay que decirlo. Y mucho. Se sintió en estos comicios,
donde los votantes se alinearon apasionadamente en dos filas tras los
respectivos candidatos y defendieron visceralmente sus respectivas propuestas.
Pero también hay que manifestar
una admiración enorme por la ciudadanía colombiana, por su civismo, y por su
terca determinación para encauzar diferencias a través de unos comicios, de
dirimir sus desacuerdos en las mesas de votación.
Ya es sabido y está demás abundar
en la dolorosa y larga fractura que ha significado la historia contemporánea de
Colombia. Una nación harta de la sangre y la violencia, en la cual la gente ha
puesto lo suyo en trabajo y educación y que se niega a dejarse atrapar por la
barbarie, por más que la tengan allá adentro.
La han ido acorralando con
acciones concretas, con su crecimiento como colectividad, con trabajo y
educación. Y eso, ha desembocado en un debate político elevado, con solución
pacífica al quiebre histórico que los ha marcado como gentilicio.
Lo más interesante quizá sea la
convivencia entre ambas tendencias de tan profunda diferencia, habiendo logrado
desembocar en un evento electoral no solamente reconocido, sino también
aplaudido por el mundo, si vemos a la distancia cuánto ha avanzado Colombia en
su sendero como patria.
De una parte, la propuesta más
prudente consiguió un triunfo claro a través de los más de diez millones que
consiguió Iván Duque. Pero por otro lado, Petro se convirtió en un candidato
emergente que logra conquistar una votación significativa: ocho millones
estuvieron junto a él.
Hay que recordar que el
antecedente fue una primera vuelta marcada por la diversidad, donde se alzaron
voces que reflejaron los más amplios matices de una nación multicolor. Para
llamar más aún la atención mundial, todo este periplo se desenvolvió mientras
en paralelo marchaba un proceso de paz que aún se encuentra en sus primeros pasos
de concreción, y que genera tanto temores como esperanzas a partes iguales
entre los colombianos, dividiéndolos en los dos bloques bien definidos que
vimos en los días finales.
El ganador, Iván Duque Márquez,
tiene 41 años y cuenta con un impresionante currículo, ya que es abogado con
estudios mayores de Filosofía y Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda.
Cursó maestría en Derecho Internacional Económico de la American University y
Gerencia de Políticas, Públicas de la Georgetown University.
Realizó también estudios
ejecutivos en negociación estratégica, políticas de fomento al sector privado y
gerencia de capital de riesgo en la Escuela de Negocios y Gobierno la
Universidad de Harvard. Es escritor, con varios libros a cuestas, y columnista de
prensa. Desempeñó altos cargos en el gobierno de Álvaro Uribe.
Su perfil luce, pues, como el de
un hombre que se ha propuesto hacer carrera política y ha seguido absolutamente
todos los pasos para ascender a fuerza de trabajo y conocimientos. Dos valores
que, sin duda, son apreciados por los colombianos a raíz de sus propias
experiencias de vida.
Quizá lo más complejo de la
propuesta de Petro era el hecho de que fue bastante tibio al desmarcarse de un
liderazgo con el cual ha tenido simpatías y que ha sido francamente
apocalíptico para la región latinoamericana.
Aunque, por otro lado, hay que
reconocer que ganó en Bogotá, ciudad de la que fue alcalde y en la cual sus
seguidores deben guardar buenos recuerdos de él, para haberlo suscrito.
Y por supuesto, su pasado en
grupos armados generó temor y suspicacias, más allá de que sus recientes
ejercicios políticos indiquen que ha cambiado radicalmente de rumbo en su
manera de enfrentar los retos para alcanzar el poder.
La prueba de fuego es gobernar
para todos. Duque, político de olfato a pasar de su juventud, se ha adelantado
en ofrecerlo, y ojalá lo cumpla. No hacerlo sería un error garrafal, ya que
tiene a un buen número de votantes en la acera contraria. Toca convencerlos y
seducirlos, para hacer viable su visión de país. Y esto no se logra sino
incorporándolos.
Y Petro también tiene ante sí una
prueba de fuego como líder de una oposición que confió en él. Debe estar a la
altura de la posición que alcanzó y aprovechar la enorme tribuna de la cual es
dueño hoy.
Desde aquí, nos sentimos
optimistas ante el futuro que se pinta para Colombia. La gente habló y el
liderazgo debe ser sensible a lo que dijo, para poder seguir adelante con
éxito.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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