Si bien el actual panorama
general de Venezuela inquieta -y con sobrada razón- a muchos, lo más
perturbador es el hecho de que esta situación no sea abordada con celeridad y
efectividad por quienes hoy están al frente del país.
Y queremos subrayar este asunto,
porque desde nuestro punto de vista, no es tan grave el hecho de que nuestros
indicadores como nación muestren cifras negativas, si lo comparamos con lo que
pueden llegar a ser en el corto plazo. O peor aún, a largo término, si se
insiste en la equivocada política de negarlos, de esconderlos y por tanto de no
accionar para superarlos y encauzarnos positivamente.
Debemos recordar que Venezuela
cerró 2017 con una caída del Producto Interno Bruto de 15%, según cálculos de
la comisión especializada de la Asamblea Nacional, especializada en el tema.
La cifra fue suministrada en su
momento por el diputado Rafael Guzmán, miembro de la Comisión de Finanzas del
Parlamento, que se ha encargado de difundir indicadores económicos, debido a
que el Banco Central de Venezuela no los publica con la regularidad esperada.
Los cálculos del Fondo Monetario
Internacional en su última proyección sobre la actividad económica de
Venezuela, están bastante cercanos a los números de la AN. El organismo señala
que el país sufrirá una caída del 15% del PIB en 2018. El año pasado -según
ellos-, la caída de este indicador fue del 14%, apenas un punto porcentual de
diferencia con el citado por el diputado Guzmán. Vamos a promediarlo en 14,5%
como solución salomónica.
Mientras tanto, en 2016 -siempre
según el FMI- el descenso fue del 16,5%. En total, la actividad económica del
país se ha reducido un 45,5% en tres años, si es que se cumple la estimación
para el período en curso. En el último lustro, de acuerdo a esta fuente, el país
ha perdido la mitad de su Producto Interior Bruto.
A esto se une una inflación que
ya superó las cinco cifras anualizadas y que, para esta misma entidad, se debe
a "profundos déficits fiscales y la pérdida de confianza en la moneda
nacional". En otras palabras, los elementos para una tormenta perfecta
están todos servidos.
De manera paralela, y como lo
hemos comentado en semanas anteriores en este mismo espacio, la producción y
venta de petróleo también sigue descendiendo. Y no estamos descubriendo el agua
tibia ni diciendo ninguna novedad.
De acuerdo con la información
suministrada por las autoridades venezolanas a la OPEP y citada por el Diario
Las Américas, en febrero de este año el país produjo 37% menos petróleo
respecto a febrero de 2016.
Según el experto petrolero José
Toro Hardy, con la producción disminuida, el impacto del incremento de los
precios petroleros en el ingreso por exportaciones de hidrocarburos es
definitivamente pequeño.
Tras esto se encuentra sin duda
el terrible ciclo perverso de la economía venezolana, el cual no es otro que
malgastar la bonanza petrolera, para que los tiempos adversos nos sorprendan
siempre, una y otra vez, sin ahorros.
Sim embargo, en esta nueva
reedición del eterno error nacional hay un agravante: de Petróleos de Venezuela
fueron expulsados miles de trabajadores calificados. Los sustituyeron por
personal sin conocimiento del área petrolera, pero incondicionales a una
parcialidad política. Esta decisión errada significó el sepelio de la PDVSA
productiva. Todo ello explica el escenario en el cual se encuentra estancada
hoy nuestra patria.
Pintamos todo este panorama de
causas y consecuencias para llegar a una conclusión: la recuperación de
Venezuela costará dinero, mucho dinero. Un dinero que no tenemos, que cada vez
producimos en menor cantidad. Un dinero que tendrá que venir de fuentes
externas, de financiamiento.
Un dinero que costará cada vez
más, porque lo que se llama el riesgo-país es cada vez mayor. Estamos hablando
de todo riesgo inherente a operaciones transnacionales y, en particular, a los
financiamientos de un país a otro. Sin entrar en detalles, tenemos el más alto
del mundo, el único con cuatro cifras.
Cada vez necesitaremos más, cada
vez produciremos menos, cada vez será más costoso en términos de confianza e
intereses el abordar esas ayudas ineludibles. Estamos hablando, por supuesto,
en caso de seguir por este sendero que ya ha demostrado desde hacer rato estar
equivocado, por ser inviable y por atentar contra la más elemental calidad de
vida de los venezolanos.
¿Hay solución? Sí. Como expresara
el economista Jesús Casique en su cuenta Twitter: “La hiperinflación durará el
tiempo que el Gobierno decida cambiar el modelo económico”. La solución es
extremadamente sencilla: es tomar una decisión. Es dar un golpe de timón y
cambiar de rumbo. Pero para ello, se necesita la voluntad de quienes tiene en sus
manos la posibilidad de tomar dicha decisión. ¿La hay? ¿Y los cambios para
cuándo?
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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