David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Uno de los mayores problemas que torpedean a la actual
administración del país –desde que asumió el poder en 1999- es la alta rotación
de sus ministros.
Nuevamente vemos un ejemplo con la intempestiva salida de
Miguel Pérez Abad del ministerio de Industria y Comercio.
Se trata de un funcionario que despertó interés, ya que, si
bien se mostraba obviamente afín al gobierno; también proviene del sector empresarial.
Una combinación tan escasa como curiosa.
Los ojos se pusieron sobre él a ver si podía lograr el
curioso milagro de conciliar las posturas ideológicas del gobierno con la
economía real.
El desenlace era más que previsible. No lo logró. Y también
salió de su cartera en tiempo récord; aunque duró algo más que otro de sus
fugaces antecesores, el ya hoy olvidado Luis Salas, quien tenía el perfil
opuesto: su radicalismo ideológico lo hacía absolutamente incompatible con
cualquier iniciativa práctica.
Pérez Abad el fugaz, deja al desnudo el problema de fondo:
no se trata de cambiar o rotar funcionarios compulsivamente. Es el modelo lo
que no funciona.
Por más capacitado que esté el individuo, por más cargado de
buenas intenciones que llegue al gabinete, por más voluntad de trabajo que
tenga, más temprano que tarde choca con un techo. Y ese choque es más violento
en tanto y en cuanto mejores sean sus credenciales.
Más arriba del ministro saliente –y de cualquier otro que
entre- hay una cúpula impenetrable que no permite cambios y que desconoce las
necesidades reales de la nación. Soldada por su propia terquedad, frustra
cualquier iniciativa de progreso y entendimiento.
Los más calificados economistas venezolanos adversan las
políticas oficialistas en el área de forma unánime; y los escasos defensores de
las mismas se extravían en retruécanos ideológicos sin base ni sustento, que
jamás han sido probados en la práctica; o que si lo han hecho, han colapsado
naciones enteras.
Pérez Abad es otro ex ministro que pasa a la colección de lo
que pudo ser y no fue, mientras el país
sigue en punto muerto. Y nadie con credenciales se atreve a sustituirlo, so
pena de pasar a ser otro jarrón chino.
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