David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Quienes no están de acuerdo con
la actual forma de conducir al país, vienen advirtiendo desde hace mucho tiempo
sobre las consecuencias nefastas que tendría el hecho de no cambiar de rumbo.
Advertencias por demás desoídas
en medio del frenético rumbo hacia políticas profundamente desacertadas que nos
han marcado durante casi 18 años.
Lamentablemente, no se trata hoy
en día de las advertencias a futuro de las situaciones indeseables hacia las
cuales nos podríamos dirigir: dichas situaciones ya están aquí.
Y basta revisar entre las
innumerables noticias que nos aturden para encontrar informaciones que parecen
más bien arrancadas de una desquiciada distopía y no de hechos que estén
sucediendo en una nación que, por derecho, debería ser la que tuviera el mayor
bienestar de la región.
En los últimos días, hemos
encontrado entre los titulares, dos notas que parecen más arrancadas de la
ficción que de la cotidianidad de nuestro entorno: fueron detenidos veinte
balseros venezolanos intentando ingresar a la vecina isla de Curazao
ilegalmente y Venezuela es el país con mayor nivel de miseria, según la
compañía de información financiera Bloomberg.
Ambas informaciones nos indican
que el destino ya nos alcanzó. Que los presagios de deterioro de la situación
se han cumplido, porque quienes administran al país y sus bienes no escucharon
las advertencias de los expertos y tampoco aprendieron en la cabeza ajena de
los numerosos experimentos que en el mundo se han hecho con la fallida fórmula
que una vez más se intenta aplicar, con los mismos resultados.
Ya los venezolanos tenemos
balseros. Y no los llamados “balseros del aire”, que vienen abandonando el país
desde hace más de una década y que suman, según investigaciones del sociólogo
Tomás Páez más de un millón seiscientos mil compatriotas. No, ahora si salen al
mar y sin recursos, desesperados y sin idea de lo que van a hacer.
¿Por qué se lanzan unos
venezolanos a una aventura tan extrema e incierta como esa?
Quizá tenga mucho que ver con la
desesperación de no encontrar alimentos o de que cuando se encuentran, no
alcanza el dinero para comprarlos.
Quizá tenga que ver también con
el hecho de que las líneas aéreas han sacado de sus itinerarios a Venezuela,
tras el incumplimiento del gobierno con los pagos que se había comprometido a
hacerles cuando vendieron sus boletos a tasa preferencial.
Además, debe tener mucho que
hacer aquí el hecho de mantener cerrada la frontera con Colombia, un correo de
entrada y salida natural de nuestra nación en cuanto a las opciones por tierra,
la más viva y caliente, con una cultura binacional que se remonta a sus mismos
orígenes.
Esos conciudadanos que tomaron
tan increíble decisión, quizá ni saben sobre el índice de Miseria de Bloomberg,
pero lo han sentido en su cuerpo, en su estómago, en su angustia.
El gigante de las finanzas
calificó a Venezuela con el país con más miseria del mundo, al sumar su elevada
inflación con el índice de desempleo, obteniendo así una cifra de 188,2%, lo
cual nos coloca de muy lejos como el país con mayor miseria en el mundo.
Nos siguen en el poco halagüeño
ranking Bosnia con 48,97% y Sudáfrica, con 32,9%. En el extremo contrario, los
países con menos miseria son Tailandia, Singapur y Japón.
Por supuesto, vamos a escuchar de
parte de voceros oficialistas las habituales descalificaciones informaciones
desfavorables; seguidas por las ya conocidas colecciones de insultos. Pero ese
no es el tema. Vamos a hablar de lo que sucede aquí, de las responsabilidades
que son de ellos y que no enfrentan.
¿Por qué el Banco Central de
Venezuela no cumple con su deber de informar oportunamente los índices de
inflación? ¿De cuánto estamos hablando realmente?
¿Se cree que se logra esconder
algo realmente con esta conducta? Porque la gente compara los precios de
alimentos y productos esenciales mes a mes, semana a semana. Y todos sacamos
cuentas.
Puede que no hagamos coincidir
las cifras, pero todos estamos de acuerdos en que el costo de la vida se le
escapó desde hace rato de las manos al gobierno, y eso lo pueden testimoniar
trabajadores y padres de familia.
Y desde nuestro punto de vista,
Bloomberg se queda corto. Y es que en su índice habla de desempleo, más no de
subempleo, de la gente que está en una nómina pero igualmente no logra ni de
lejos que sus ingresos cubran sus necesidades más básicas.
Aunque la cifra en cuestión es
alarmante, comete el pecado de todo índice: no hay manera de que refleje la
tragedia humana que intenta recoger.
Y más que ningún índice de
Bloomberg, la prueba fehaciente que el destino ya nos alcanzó, son nuestros
nuevos balseros, hermanos venezolanos que huyen desesperados en unos hechos que
reproducen a imagen y semejanza a la Cuba castrista. Hemos llegado finalmente,
al mar de la felicidad.
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