David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Cuando nos despedimos de años signados por sucesos adversos,
solemos decir que será mejor que queden en el olvido. Sin embargo, los reveses
de este 2016 dejan algo bueno: lecciones que no deben ser olvidadas y que
tendrían que ser estudiadas para no ser repetidas nunca más.
Para comenzar, recordaremos esta vuelta de la tierra
alrededor del sol, como el año de la definitiva desinstitucionalización de
Venezuela.
El cerco impuesto por los demás poderes alrededor de la
Asamblea Nacional, definitivamente pinta a un gobierno que no quiere respetar
la independencia de poderes. Ni puede, ni sabe.
Recordemos que estos nuevos 12 meses arrancaron con una
Asamblea Nacional renovada, donde el voto de quienes exigen un cambio se impuso
y con una aplastante mayoría democrática que fue sencillamente inocultable.
Pero con el transcurrir de los días, hemos visto las más
variadas e insólitas maniobras desde los demás poderes para descalificar, para
amputar, para anular cualquier movimiento parlamentario que tienda hacia la
recuperación de la democracia en Venezuela.
Desde el avasallamiento a diputados electos legítimamente
hasta la violencia pura y dura en manos de grupos que no responden sino a la
fuerza. Desde decisiones insólitas de los demás poderes hasta declaraciones
ofensivas y desafiantes que indican que, al menos por parte del oficialismo, al
día de hoy no hay manera de entenderse.
Otro episodio reafirmó lo que decimos, y fue el escamoteo
del referendo revocatorio presidencial, una figura presente en la Constitución
Nacional y que ya una vez se activó en el pasado año 2004, por lo cual está
revestida de lo que los estudiosos del derecho denominan la jurisprudencia.
No había forma sensata de que quienes hoy gobiernan se
libraran de pasar por esta prueba de fuego que, en general, sirve para
legitimar un gobierno; o en su defecto, para ponerle punto final si es esa la
disposición popular.
Pero el referendo no se dio. Y el que calla otorga.
Obviamente, si quienes hoy ostentan el poder hubieran estado medianamente
seguros de ganar, se hubiera convocado. Y la reiterada evasión de la misma
reafirma que su certeza es exactamente la contraria.
Para bien o para mal, quedará en la historia de Venezuela la
movilización para firmar solicitando el referendo en la que participaron
numerosos ciudadanos; así como su sabotaje por todo tipo de fuerzas que
convirtieron dicho proceso en un calvario, lo cual no fue obstáculo para que se
reuniera un número de rúbricas muy superior al estimado.
A la lucha por el revocatorio la acompañaron movilizaciones
ciudadanas de calle, que fueron multitudinarias y que dejaron una vez más
desnudo al gobierno en lo que a su pérdida de popularidad se refiere.
Por si esto fuera poco, asistimos a la pulverización de
nuestra economía, con una inflación que es una incógnita, ante la ausencia de
datos oficiales de organismos encargados del asunto y que, cruzando cálculos de
diversos organismos nacionales e internacionales, debe estar alrededor del
800%.
Por lo tanto, estos días serán recordados porque debíamos
cargar con morrales de billetes para hacer la compra de alimentos, en cuya
mínima presencia en los comercios ya es redundante abundar.
Y si seguimos por la equivocada senda que transitamos, la
inflación prevista para 2017 por el Fondo Monetario Internacional es superior
al 1.600%.
El triste desempeño económico se remata con el retiro de los
billetes de cien bolívares que puso a correr a todo el mundo, solamente para
después enterarnos de que volvían a circular por unos días más.
A lo mejor, lo más triste de estos 365 días que se van, es
el hecho de que la voluntad ciudadana ha sido atropellada de manera inclemente
una y otra vez. La demostración de que para representativos funcionarios
venezolanos la prioridad es mantenerse en el poder y no trabajar por el
bienestar de todos.
Pensamos que lo más condenable es cómo se ha perdido el
concepto de la calidad de vida. El errado sistema de gobierno que padecemos ha
ido confiscando tajadas de bienestar a la gente, con una voracidad indignante.
Hoy por hoy, el venezolano promedio solamente se ocupa de
sobrevivir. No hay forma ni manera de pensar en la realización personal, en
estudios, en ejercer en la vida la vocación de cada quien. Mucho menos se puede
pensar en una vivienda digna, en conformar la propia familia de manera
independiente.
El tiempo se consume en buscar el sustento más elemental y
en ello se diluye el legítimo deseo de crecer, de perfeccionarse, de ser mejor.
Todo eso que, más allá que una aspiración, es un derecho.
No, no debemos olvidar. A punta de padecimientos, los
venezolanos hemos construido un manual de cómo no debe comportarse un gobierno.