David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El nuevo espacio de diálogo que
se ha abierto en Venezuela entre el gobierno y las fuerzas alternativas
democráticas, ha sido objeto de una enorme polémica. Y no es para menos, porque
tanto quienes aupamos esta iniciativa como quienes la condenan, sí estamos de
acuerdo en algo: nos estamos jugando al país como nunca antes.
Como siempre solemos decir en
este espacio, la circunstancia tiene dos lecturas posibles y queda de nosotros
el ver el vaso medio lleno o medio vacío. Obviamente, nosotros optamos por lo
primero.
Quienes no lo perciben así,
aseguran que se ha cedido ante el oficialismo justamente en un momento en el
cual quienes no creemos en la autodenominada revolución, habíamos sumado un
capital político enorme, el cual se demostró en las elecciones parlamentarias,
la convocatoria a firmar para activar el referendo revocatorio y las más
recientes manifestaciones de calle.
Y he aquí otro punto en el cual
los discordantes estamos de acuerdo. La acera contraria a la tolda roja suma
hoy más venezolanos que nunca.
Sin embargo, el punto de
discusión es: ¿realmente cedimos ese capital político? ¿O lo estamos utilizando
para abrir puertas a una solución que sea lo menos traumática posible?
Preferimos anotarnos en la segunda respuesta.
Porque, más allá de que el
rechazo a la opción que nos gobierna haya alcanzado máximos históricos, hay que
tener en cuenta que ello se debe al intolerable deterioro de la calidad de vida
de los venezolanos, quienes se encuentran hostigados por delincuencia,
inflación y falta de medicinas; en medio del panorama más complejo que recuerde
Venezuela en su historia republicana.
En algo más estamos de acuerdo
todos –incluyendo a una buena tajada del chavismo- la realidad se está llevando
por delante a este inviable proyecto político. Y eso es algo que sabemos que
incluso hablan por debajo de cuerda muchos líderes rojos-rojitos que reconocen
en voz baja el estruendoso fracaso de esta propuesta desquiciada que lanzó a
nuestra patria por un precipicio.
Hemos sumado un gran activo a
nuestra causa, y nos ha costado literalmente sangre, sudor y lágrimas: la
opinión pública mundial entiende claramente las dimensiones de la crisis
venezolana. La realidad ha desbordado sobradamente el laborioso lobby que el
Ejecutivo nacional ha hecho por tantos años en escenarios internacionales,
intentando pintar una Venezuela de cuentos de hadas que solamente es posible
por obra y gracia de la magia revolucionaria.
Y que por supuesto, solamente
existe en una narrativa construida en los laboratorios del régimen para ganar
el favor de actores internacionales, que hoy se encuentran desengañados y más
claros que nunca en cuál es la verdadera realidad venezolana, a punta de leer
los estruendosos titulares que nos dedica la prensa mundial y que rayan en lo insólito.
Pero que son demoledoramente ciertos.
No hay que olvidar que tenemos en
esta iniciativa, la presencia del Vaticano. Y eso no es poco, ya que no
solamente estamos hablando de una entidad que representa la máxima autoridad
para los católicos del mundo, sino de uno de los más avezados y experimentados
actores diplomáticos del planeta.
Que Su Santidad el Papa Francisco
haya accedido a involucrarse en la búsqueda de una solución a la compleja
situación nacional, indica que hemos llegado al llegadero. El caos del país
llegó a las mayores instancias mundiales.
Y estamos sentados a esa mesa con
todos los activos que señaláramos líneas más arriba. El gobierno lo sabe. Y es
por ello que, acostumbrado a atropellar y avasallar, prefiere sin embargo
dialogar. Todos los venezolanos estamos con el agua al cuello, incluyendo –y
muy especialmente- a quienes hoy ostentan el poder.
Y ojo, que el liderazgo que
representa a la oposición está meridanamente claro en la enorme fuerza que
representa la venezolanidad colmada y saturada de vivir mal. Y los poderosos
también lo saben. Eso está presente en las negociaciones. Y es el combustible
que las empuja.
La presión y la protesta no están
descartadas por los líderes. Y mal podrían descartarse cuando no son inducidas;
sino, muy por el contrario, totalmente orgánicas y con vida propia.
Se ha llegado a acuerdos porque
el escenario se plantea distinto por primera vez en mucho tiempo. Y hay que
darle el voto de fe a lo que está sucediendo, por encima de las lógicas
impaciencias que acarrea la creciente crisis, que avanza a paso de vencedores,
ahorcando a la ciudadanía.
Desde aquí no creemos que el
gobierno desee algo tan simple como “comprar tiempo”. De ese lado de la calle
están los primeros que tienen bien calibrada la gravedad de la situación. Y son
ellos quienes deben estar deseando más que nadie escapar de ese callejón sin
salida creado por sus propios despropósitos.
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