jueves, 10 de noviembre de 2016

“La era Trump”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Los resultados de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos, dan una vuelta de hoja a la geopolítica mundial. Y no cualquier vuelta de hoja.

La nación del norte asistió a una de las más pugnaces campañas electorales, protagonizada por la ex primera dama Hillary Clinton y el empresario Donald Trump. Como ya es conocido por todos, la decisión de la gente favoreció a este último.

Muchos se preguntan el por qué de este resultado. Y no es que el señor Trump no presente un perfil interesante como para dirigir la nación más poderosa del planeta. Ha sido un inversionista exitoso y un hombre de medios polémico, que ha tenido una relación de amor y odio con la prensa, lo cual a final del día le ha dado centimetraje.

Sin embargo, también se ha destacado por su carácter pendenciero y grandilocuente, despertando pasiones por doquier. Amores y odios han sido sembrados por donde ha transitado.

Entre sus defensores, muchos alegan que ha construido un imperio a pulso, con un pragmatismo que algunos consideran ejemplar. Otros, cayendo en el subjetivo y relativo campo de la ética, critican sus actuaciones con el mismo fervor con el que otros tantos lo defienden.

Del otro lado del ring, la señora Clinton demostraba un curriculum más acorde con lo que suponemos debería ser la trayectoria de una aspirante a la presidencia, tanto en lo académico como en su actuación laboral y finalmente como la mujer al lado de Bill Clinton, otro personaje que coronó su carrera política al arribar a la Casa Blanca.

El rechazo al magnate fue elevado y se hizo sentir. Las condenas a sus altisonantes declaraciones abundaron y se alertó sobre el temor de que el pernicioso divisionismo se hubiera sembrado en una nación que presume de abrir sus brazos a todos los inmigrantes y de estar construida sobre la tesonera labor de ellos.

¿Por qué entonces, sucedió lo que sucedió?

Hay un factor importante y es la pendularidad de la política estadounidense. Pensar en un tercer período consecutivo de los demócratas, era lo que en EEUU se conoce como “wishful thinking”, algo así como confundir lo que se desea que suceda con lo que es probable que realmente suceda, y darlo por un hecho.

Para muchos, esto es un factor subterráneo poco considerado. Por mucho que los demócratas hubieran conseguido al mejor candidato de la historia y por mucho que los republicanos tuvieran al peor, esta pendularidad iba a ser un factor decisivo.

Queda otro asunto a destacar entre tantos que se deben desmenuzar para entender los resultados, y es el hecho de que las encuestas que daban por ganadora a la señora Clinton se hayan equivocado. 

Y es que míster Trump encarnó ese fenómeno de lo políticamente incorrecto que lleva votos para la casa.

No está bien tomarla contra las minorías ni hacer gala de un discurso prepotente; pero como bien sabemos los venezolanos, aquello de “divide y vencerás” tiene sus momentos de moda en la política.

Y no son pocos los analistas que consideran que el ganador llega a la Casa Blanca surfeando una marejada de votos encubiertos, porque para muchos no estaba bien reconocer públicamente que este hombre fuerte resultaba seductor, más allá de sus reconocidos excesos.

¿Hubo machismo en la decisión de los votantes? Es un factor que no debe ser dejado de lado. Era muy plausible que el mundo entero fuera testigo del trascendental paso de entregar el cargo político más relevante del planeta a una dama. Pero el rechazo sexista a esta idea también podía estar presente, aunque suficientemente bien camuflado como para no ser detectado por las más agudas encuestas.

¿Y qué nos espera en la era Trump? Comienzan las conjeturas. ¿Se parecerá el presidente que asuma en la oficina oval al candidato que hizo arder Troya en la campaña? ¿O nos sorprenderá con un giro inesperado, como ya ha sucedido unas cuantas veces en cualquier rincón del mundo?

Hay quienes apuestan a que hubo una estrategia de decir lo que la gente quería escuchar, para acceder a la posición de poder más apetecida de todas, y luego allí abstenerse de patear el tablero. Eso esperamos.

Porque este multimillonario, que lo ha tenido todo, ahora sí puede afirmar que se concedió el mayor de sus deseos. El asunto está en que –sin ser melodramáticos- tiene el destino de la humanidad en las manos. Quizá pueda y deba tener la astucia de rodearse de quienes sepan más que él y aprovechar la circunstancia para satisfacer su ambiciones sin perder de vista el delicado juego en el que ahora está medularmente involucrado.

Cabría rescatar y parafrasear la afirmación que consagrase al ex embajador estadounidense en Venezuela, John Maisto, cuando señaló que a Hugo Chávez –otro tremendista de la política- no había que creerle lo que decía, sino lo que hacía.

Esperemos pues, por los hechos de la era Trump.

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