David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Ya lo que está sucediendo en
Venezuela va mucho más allá de lo que se puede esperar de una administración
incapaz. Desde hace rato parecemos estar entrando en algo a más cercano a la
ciencia ficción o al teatro del absurdo, que a medidas gubernamentales con un
mínimo de coherencia.
La más reciente, entre el cúmulo
de penurias que agobian la cotidianidad de los venezolanos, es la tan
improvisada como inexplicable recogida de los billetes de cien bolívares.
Ante el asombro internacional,
los que vivimos en esta tierra asistimos a uno de los más desquiciados
episodios, entre tanto episodio desquiciado, de estos tiempos revolucionarios
que corren.
Hay que salir a toda velocidad a
depositar todos los billetes de mayor denominación que hasta ahora había tenido
nuestra economía, hay que hacerlo en 72 horas, se anuncia en un fin de semana
seguido por un lunes bancario y en a muy pocos días del 15 de diciembre, que no
es precisamente cualquier quincena.
El gobierno del presidente
Nicolás Maduro se ha justificado denunciando que mafias en la frontera
colombo-venezolana acaparan bolívares y en especial, el billete de 100, para
adquirir bienes subsidiados en Venezuela que luego revenden en Colombia con
enormes ganancias.
La medida gubernamental se
basaría por tanto en la búsqueda de crear dificultades logísticas para dichos
traficantes, que habrán quedado en posesión de un gran volumen de billetes, lo
cual explicaría la escasez de los mismos en el circulante.
Parece una explicación con cierta
lógica; pero va mucho más allá. Resulta que la capacidad de quienes hoy
administran al país para crear tormentas perfectas, solamente es superada por
ellos mismos.
Porque si una situación de este
calibre es capaz de hacer entrar en caos a cualquier nación del mundo, qué
podemos decir de Venezuela, agobiada por la inflación y la inseguridad, con los
servicios bancarios colapsados por la falta de mantenimiento, con cajeros y
puntos de venta inutilizados ante la escasez de repuestos y con una ausencia de
efectivo que ya nos traía por la calle de la amargura desde hace rato.
Eso para no hablar de la
insistente emisión de dinero inorgánico, que ha sido reiteradamente denunciada
por los especialistas en la materia, como una bomba de tiempo, o más bien como
una explosión en cámara lenta que ya venimos padeciendo.
Y es que cabe preguntar entonces
por qué se mandan a recoger esos billetes de mayor denominación, justamente
poco después de su atropellada impresión en grandes volúmenes para paliar las
enormes necesidades de efectivo en una población que ya se ha acostumbrado a
cargar morrales llenos de dinero para hacer sus compras más elementales.
Todo este panorama es la
confirmación de que no hay planificación y de que no se sabe lo que se está
haciendo.
Y si bien es cierto que en Venezuela
hay enormes distorsiones con pandemias como el contrabando, también es verdad
que todo el complejo caos que vivimos día a día, es creación y responsabilidad
exclusiva de quienes han timoneado al país por 18 años.
¿Qué estamos sumergidos en
distorsiones enormes? Sí, y se ha dicho hasta el cansancio; como también se ha
advertido tempranamente lo errado del rumbo y las posibles soluciones, que no
son escuchadas por quienes nos conducen a toda velocidad hacia el despeñadero y
ahora pretenden apagar el incendio echándole más gasolina.
Mientras tanto, esperamos el
nuevo cono monetario, que confirma lo que todos ya sabemos: el bolívar fuerte
es pasado y hemos experimentado la devaluación más estruendosa de la historia
de Venezuela, consecuencia de desatinadas políticas económicas, de la pésima
administración, del despilfarro y de la persecución a la empresa privada, de la
desconfianza que ha ahuyentado las inversiones y ha colocado el riesgo-país en
niveles estratosféricos.
Todo esto se sabe en el alto gobierno,
donde unos se debaten entre seguir tercamente hacia adelante o rectificar y
reconocer el cúmulo de errores; y otros más no tienen ni la más remota idea de
qué es lo que sucede o cómo atajarlo para que no nos sigamos hundiendo.
Y por supuesto, se abre un
complejo rosario de preguntas ante lo que viene: ¿llegarán a tiempo esos
billetes? ¿Podrán ser eficientes para sustituir la enorme masa que dejará de
circular? ¿Cuánto tiempo tardarán en perder su valor, cuando nos engulle la
mayor inflación del mundo? ¿Las nuevas denominaciones son suficientes y
eficientes ante la actual realidad venezolana?
No dudamos que algún día, algún
productor de cine se inspire en la increíble historia que atravesamos los
venezolanos de estos tiempos para construir un universo que seguramente le
valdrá unos cuantos premios Oscar al mejor guion; aunque esto no es una
fantasía, sino una lamentable realidad.
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