La noticia de la semana en nuestro país ha sido sin duda la firma de
convenios entre el gobierno nacional y el presidente de la República
Popular China, Xi Jinping. Nadie podrá negar que en tales acuerdos
priven simpatías ideológicas y políticas, más allá de los posibles
beneficios.
Sin embargo, en este tipo de acuerdos, es realmente conveniente dejar de lado simpatías o aversiones hacia tales puntos de vista, y enfocarse en el pragmatismo. Lo que realmente importa es si esto trae o no bienestar a nuestra nación.
De entrada no habría por qué dudarlo. China es la más pujante economía del mundo, y de unos años para acá ha demostrado su capacidad para crear riqueza, en ese sentido el país asiático está dando una verdadera lección.
La inversión china está presente en todo el mundo, comenzando por países que tradicionalmente han sido socios comerciales de Venezuela, como Estados Unidos y España.
La nueva relación promete incrementar el envío de petróleo a China, llegando casi a duplicarla de 540 mil barriles diarios a un millón. Destacan los medios de comunicación que no se ha aclarado si el incremento de envío de hidrocarburo al lejano oriente será mediante el incremento de la producción o se le restará a otros mercados. Lo deseable sería lo primero; pero nos sumamos a la duda señalada.
La empresa pública china ha mostrado un desempeño ejemplar, dedicándose a producir dividendos y minimizando la burocracia, solamente de esta manera ha podido competir exitosamente contra los más exitosos consorcios particulares del mundo. Si algo hay que aprender de los nuevos y polémicos socios es su visión de lo que es una empresa de Estado, para qué existe y cuáles deben ser sus parámetros de emprendimiento.
Otro aspecto que contradice lo que muchos pensamos sobre China, es el fortalecimiento de un clase media emergente y de un consumismo exacerbado. Esto puede ser una sorpresa para muchos, ya que la nación no renuncia a un robusto estatismo ni a un partido único; pero resulta que esa nación también ha apostado también a descentralizar para generar eficiencia.
En cuanto al exacerbado consumismo, por supuesto que tampoco es positivo ni conveniente. En cierto modo cabe celebrar el robustecimiento y la expansión de la clase media, lo cual debe ser sin duda la meta de cualquier gobierno que desee el bienestar y el desarrollo para su tierra. Sin embargo, ya preocupa a las autoridades chinas el elevado nivel de crecimiento que deberán mantener de aquí en adelante para dar cabida a las aspiraciones de la población china.
Estamos pues, ante un socio de curiosos parámetros mixtos, el cual reúne estatismo con descentralización, férreos controles con libertades y crecimiento exponencial con limitaciones de libertad de expresión y afiliación ideológica.
No es descabellado para nada hablar de lo que podemos aprender de China: una administración pública con criterios de excelencia y el robustecimiento de su clase media, solamente para empezar y por nombrar dos aspectos.
Tampoco está fuera de lugar el intercambio comercial per se entre China y nuestra patria. Lo que cabe es preguntarse comparativamente, si es más beneficioso que el que mantenemos con otras naciones y hasta qué punto dichos intercambios no pueden ser simultáneos. Estas preguntas quedan abiertas, en el mejor propósito del interés nacional.
Sin embargo, en este tipo de acuerdos, es realmente conveniente dejar de lado simpatías o aversiones hacia tales puntos de vista, y enfocarse en el pragmatismo. Lo que realmente importa es si esto trae o no bienestar a nuestra nación.
De entrada no habría por qué dudarlo. China es la más pujante economía del mundo, y de unos años para acá ha demostrado su capacidad para crear riqueza, en ese sentido el país asiático está dando una verdadera lección.
La inversión china está presente en todo el mundo, comenzando por países que tradicionalmente han sido socios comerciales de Venezuela, como Estados Unidos y España.
La nueva relación promete incrementar el envío de petróleo a China, llegando casi a duplicarla de 540 mil barriles diarios a un millón. Destacan los medios de comunicación que no se ha aclarado si el incremento de envío de hidrocarburo al lejano oriente será mediante el incremento de la producción o se le restará a otros mercados. Lo deseable sería lo primero; pero nos sumamos a la duda señalada.
La empresa pública china ha mostrado un desempeño ejemplar, dedicándose a producir dividendos y minimizando la burocracia, solamente de esta manera ha podido competir exitosamente contra los más exitosos consorcios particulares del mundo. Si algo hay que aprender de los nuevos y polémicos socios es su visión de lo que es una empresa de Estado, para qué existe y cuáles deben ser sus parámetros de emprendimiento.
Otro aspecto que contradice lo que muchos pensamos sobre China, es el fortalecimiento de un clase media emergente y de un consumismo exacerbado. Esto puede ser una sorpresa para muchos, ya que la nación no renuncia a un robusto estatismo ni a un partido único; pero resulta que esa nación también ha apostado también a descentralizar para generar eficiencia.
En cuanto al exacerbado consumismo, por supuesto que tampoco es positivo ni conveniente. En cierto modo cabe celebrar el robustecimiento y la expansión de la clase media, lo cual debe ser sin duda la meta de cualquier gobierno que desee el bienestar y el desarrollo para su tierra. Sin embargo, ya preocupa a las autoridades chinas el elevado nivel de crecimiento que deberán mantener de aquí en adelante para dar cabida a las aspiraciones de la población china.
Estamos pues, ante un socio de curiosos parámetros mixtos, el cual reúne estatismo con descentralización, férreos controles con libertades y crecimiento exponencial con limitaciones de libertad de expresión y afiliación ideológica.
No es descabellado para nada hablar de lo que podemos aprender de China: una administración pública con criterios de excelencia y el robustecimiento de su clase media, solamente para empezar y por nombrar dos aspectos.
Tampoco está fuera de lugar el intercambio comercial per se entre China y nuestra patria. Lo que cabe es preguntarse comparativamente, si es más beneficioso que el que mantenemos con otras naciones y hasta qué punto dichos intercambios no pueden ser simultáneos. Estas preguntas quedan abiertas, en el mejor propósito del interés nacional.
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