David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El huracán Harvey ha sido la
noticia mundial de esta semana, al haberse constituido en el desastre natural
más devastador que ha impactado a los Estados Unidos en la última década.
Los vientos, las lluvias y las
inundaciones que han azotado al sureño estado de Texas, escapan a cualquier
pronóstico, o mejor dicho, confirman los peores.
Las aguas en la enorme y pujante
ciudad de Houston han llegado a niveles apocalípticos, colapsando los servicios
de emergencia y creando una dolorosa situación humanitaria, empezando por el
reporte de los treinta fallecidos que se contabilizan hasta el momento, amén de
los 30 mil evacuados.
El fenómeno atmosférico sigue su
devastadora trayectoria hacia el vecino estado de Louisiana, y aunque
lógicamente pierde fuerza, los expertos afirman que aún puede causar mucho
daño.
El tema, aunque no lo parezca,
toca a Venezuela. Y no solamente porque los coletazos hayan precipitado
inusuales lluvias sobre nuestro territorio, sino porque cabe la pregunta sobre
cómo afrontaría la Venezuela actual cualquier tipo de fenómeno natural.
Y el asunto viene a colación con
más fuerza aún tras el temblor sentido la mañana de este pasado miércoles en la
Gran Caracas.
Según informó la Fundación
Venezolana de Investigaciones Sismológicas, el movimiento fue de 4,6 y su
epicentro se ubicó a 9 kilómetros al norte de Los Caracas, en el estado Vargas,
a una profundidad de 5,9 kilómetros.
Funvisis agregó que, tras el
primer sismo que se registró a las 10:01 de la mañana, se generó un segundo
movimiento sísmico de magnitud 3.9 a 4 kilómetros al norte de Los Caracas.
Posteriormente, tres réplicas más se sintieron cerca de la zona del epicentro.
Como es de esperarse, el fenómeno
causó inquietud en la población, porque muchos de los caraqueños no han vivido
este tipo de acontecimientos; mientras los mayores recuerdan aquel famoso
terremoto que asoló a la capital en 1967 y del cual, se cumplieron por cierto
50 años el pasado 29 de julio. Un aniversario histórico que pasó por debajo de
la mesa. Y que era la ocasión para abrir tanto una discusión como una campaña
educativa sobre el tema.
La capital venezolana, como
siempre lo hemos escuchado, está situada sobre una falla sísmica que produce eventos
de esta naturaleza y calibre cada cierto tiempo, como lo guarda para la
historia otro devastador movimiento telúrico: el ocurrido el Jueves Santo de
1812, en plena Guerra de Independencia.
Para aquel día del año 67
–justamente cuando Caracas cumplía cuatrocientos años-, se registraron más de
doscientos fallecidos y dos mil heridos, sin contar con los graves daños que
sufrió la infraestructura de la capital y del vecino litoral central.
Venezuela no es afectada por los
huracanes, pero sí por sismos y por otros eventos absolutamente impredecibles,
como lo fue el deslave de Vargas de 1999, el cual sí está fresco en la memoria
de mucha más gente.
En medio de la diatriba política
que consume el día a día de los venezolanos, en medio de la situación económica
que no ofrece síntomas de mejorar, en medio del ejercicio de supervivencia al
cual obliga la situación que atravesamos, muchos nos preguntamos: ¿estamos
preparados?
Porque cabe señalar que en el
evento que asoló a Texas había la mayor preparación posible para unos seres
humanos ante la eventualidad de una contingencia similar. Y sin embargo, fue
largamente desbordada por la contundente realidad de esa naturaleza que nos
hace sentir vulnerables, por más que nos preparemos.
Sin embargo, hemos visto reacción
rápida, personal entrenado, equipos, y quizá lo más importante: una ciudadanía
con un nivel importante de educación, que sabe actuar ante las contingencias,
ponerse a salvo y ayudar a otros, con lo cual la cifra fatal sin duda ha sido
infinitamente menor de lo que podría haber sido ante semejante furia de un
fenómeno atmosférico.
Aquí, sentimos que el problema no
se plantea, y menos aun cuando las prioridades, las urgencias y la agenda
política, económica y social nos marcan tantos temas que hay que atender, lo
cual le quita el foco a asuntos tan medulares como el que hoy mencionamos.
Debe ser parte de la agenda y
parte de la tarea, porque allí está latente la amenaza de un sismo, y la tierra
nos lo recordó hace muy poco tiempo.
Porque si bien no hay huracanes
por estas latitudes, la lluvia también nos juega muy malas pasadas con más
frecuencia de la que nosotros mismos aceptamos.
Y porque en nuestra historia
reciente, tenemos suficientes antecedentes como para temer la visita inminente
de algunos de estos eventos.
Sin duda, la preparación para la
contingencia puede disminuir sensiblemente los daños, especialmente el
sacrificio de vidas, que es lo único que la final del día se constituye en una
pérdida irrecuperable.
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