David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Ante la cercanía de las muy
postergadas elecciones regionales, surge una vez más en las calles de Venezuela
un debate que ya hemos visto: ¿votar o no votar?
Se trata de una discusión que no
nos cansaremos de dar. Y es que, quienes participaremos en el evento comicial,
tenemos como primera tarea el intercambio de ideas, e incluso el debate
acalorado, con quienes defienden la opción contraria: el abstencionismo.
En estos momentos, el talante
democrático del venezolano se pone en juego justamente en el marco de estas dos
opciones. Porque ambas son entendibles y respetables. El asunto está en que,
desde nuestro punto de vista, la alternativa está entre elegir una acción que
abre nuevos caminos, o la inacción, que nos encierra en un callejón sin salida.
Como principio básico, no
solamente de supervivencia, sino también de avance, es mejor accionar.
Con un
paso adelante, se detonan nuevas situaciones por principio de vida. ¿Cuáles
serán? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que la otra cara de la moneda
nos hundirá en un limbo en el cual estamos renunciando a nuestra posibilidad de
emprender acciones efectivas para que algo suceda. Estamos dejando que las
cosas pasen, no provocándolas nosotros.
Sí, hay mucha desilusión en el
ambiente. Hay ira, hay indignación. Pero, justamente por ello, el llamado a
botón para nosotros mismos es pensar desde la lógica, desde la sensatez y
mantener bajo control las emociones, que si bien están más que justificadas, no
pueden tomar el mando en este momento.
Como dicen por allí, piensa mal y
acertarás. ¿A quién le conviene la desmovilización? Sí: a nuestro adversario. Y
en el juego político, desde que el mundo es mundo, una de las herramientas de
quienes pujan por el poder, ha sido quebrar la moral del contrario.
Parece que la están jugando bien,
si vemos las actitudes y comentarios de gente cercana y apreciada por estos
días. Pero a la luz de lo que exponemos, ¿no es justamente el momento de
sobreponerse y seguir adelante?
No es fácil, claro que no lo es.
Y lo hemos hablado más de una vez en todos estos años. Pero los momentos
cumbres de la dificultad son justamente estos, los del desánimo y el
derrotismo.
Por suerte, en la otra cara de la
moneda, está un importante contingente de venezolanos que tercamente se empeña
en seguir la ruta trazada, que siempre pasará por el hecho de votar.
Estos años, paradójicamente, han
solidificado la conciencia democrática nacional, quizá a fuerza de tanto
perseguirla. Vemos en muchos cercanos a nosotros, un sentido de justicia, una
verticalidad y un propósito a prueba de fuego. Y ese es el capital al cual
tenemos que aferrarnos.
No cabe aquí y ahora argumento
alguno que descalifique lo hecho y logrado hasta el momento, que es bastante.
Allí está la coalición unitaria
de fuerzas alternativas con talante democrático, sigue viva y dispuesta a hacer
la tarea.
La conciencia de la ciudadanía es
cada vez mayor, incluso en quienes defienden la opción de abstenerse, y la
argumentan con certeras observaciones, algunas de las cuales podemos compartir,
otras definitivamente no. Y es que no tenemos en las manos otra propuesta para
empujar el cambio, sino esta, que es el voto. Es decir, podemos concordar en el
análisis sobre la muy delicada situación del país; pero diferimos en cuál es el
próximo paso.
Y por aquí, tenemos la certeza de
que cada vez más gente aprovechará la oportunidad de tomar una acción. Son unos
cuantos los indecisos, por así llamarlos, que sopesan las dos posibilidades y
que, al momento final acudirán a la cita comicial.
Nos atrevemos a afirmarlo porque
el voto, entre otras cosas, ha servido para atajar males peores. Para poner una
raya amarilla, para decir que no estamos de acuerdo, para apoyar a quienes
traen una propuesta distinta, para levantar a una nueva generación que ya va
sustituyendo paulatinamente a quienes perdieron su oportunidad histórica y van
de salida, lo quieran o no.
La presencia masiva de todos en
la calle el día de las elecciones es la confirmación de que no estamos
dispuestos a entregar el país, de que no nos hemos rendido, de que seguimos
apostando tercamente por el futuro posible que nos merecemos y que reclamamos
como el derecho que es.
Y lo sabemos, el voto es rebeldía.
De manera creciente hacemos de cada evento electoral una reafirmación de
conciencia, de claridad, de que no nos dejamos meter gato por liebre.
Conocemos qué es lo que está
sucediendo y el ojo ciudadano sigue activo ante todas las situaciones y decisiones
que se están comiendo la flecha. El país no se ha rendido ni se ha entregado.
A votar. A empeñarnos y a
perseverar. Si votamos, le estamos apostando a la opción de amanecer con algo
diferente. Si no lo hacemos, es seguro que amaneceremos con más de lo mismo.
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