David
Uzcátegui
@DavidUzcategui
Se trata de una insistente
conversación –no sin un dejo de ira- en la cotidianidad nacional. La situación
escala a niveles en los cuales es imposible ignorarla y nos obliga a hacer mil
maromas y tomar otras tantas previsiones para intentar seguir adelante como si
nada, pero no hay manera de hacerlo.
Y no es para menos, ya que todo
ello parte del divorcio absoluto entre los precios de los bienes y servicios y
el cono monetario existente, lo cual no es más que la variedad de billetes de
diferente denominación existentes para que los ciudadanos hagan sus compras.
Todos hemos pasado por el
episodio de acudir al mercado y ver que para cualquier alimento que necesitamos
comprar, se nos exige una buena cantidad de billetes de a cien bolívares, el de
más alta denominación en nuestro país. Uno de ellos, por sí solo, no compra
absolutamente nada en este momento.
Siempre queda a mano la
transacción electrónica, pero no es posible en todos los casos. Hay momentos,
como al abordar un transporte público, en los cuales se debe cancelar en
efectivo. La cotidianidad torpedeada por una realidad que no entiende de lo que
debería ser, sino de lo que es.
Y como siempre, los funcionarios
a cargo de la situación, creen que todo se va a arreglar con órdenes e
imposiciones. Pero resulta que las mismas, en la realidad, son totalmente
imposibles de ser cumplidas.
Por ejemplo, se dice que se debe
tener suficiente dinero en efectivo para hacer los pagos correspondientes a
pensionados y jubilados. Algo loable, pero sabemos que esto en la práctica no
sucede. Y no sucede porque los hechos no lo permiten, y mandan por encima de
cualquier instrucción oficial al respecto.
Y es que las limitaciones de
entrega de efectivo por parte de los bancos en general, son un hecho. Pero,
justamente por lo complicado del caso, criminalizar a las instituciones
bancarias es echar más leña al fuego y demostrar que hay muy poca voluntad de
resolver.
Por intentar echarle la culpa al
mensajero, no solamente se pierde el foco en la verdadera solución, sino que se
convierte la tarea en algo mucho más difícil de lo que ya de por sí es.
Estamos pues, ante una de esas
situaciones insólitas, las cuales se intentan arreglar con los llamados pañitos
calientes, quedando muy lejos las verdaderas soluciones, que son complejas y
profundas. Tan complejas y profundas como el problema que deberían abordar;
pero que se evade, que se posterga.
Alrededor de todo este asunto,
suceden asuntos realmente indescriptibles, como el reconocido contrabando de
billetes a través de la frontera, el cual no ha logrado ser atajado por las
autoridades, a pesar de ser conocido desde hace mucho tiempo; y por si fuera
poco, la impresión de billetes que ha reportado el diputado y economista José
Guerra, que no solamente distorsionan la economía nacional al ocurrir de manera
inorgánica, sino que, a todas luces son insuficientes ante la enorme demanda
que genera el bajo valor relativo de nuestra moneda.
Por otro lado, no estamos al
tanto de la realidad de la inflación en nuestro país, los organismos a cargo de
monitorearla no nos informan, como es el caso del Banco Central de Venezuela,
cuyo último reporte anualizado de este indicador fue conocido al finalizar el
año 2015.
Si no conocemos la realidad, es
imposible comprender lo que acontece. Este es un medidor que permite, por
ejemplo, planificar la masa monetaria circulante, lo cual es sin duda uno de
los factores que tiene que ver con la escasa disponibilidad de billetes, ya
que, ni aun imprimiéndolos a toda velocidad, se puede alcanzar la urgencia con
la que todos los necesitamos.
El asunto de la escasez de
billetes, al igual que la gran mayoría de los problemas que nos tienen contra
la pared, se resuelve, primeramente con una buena dosis de voluntad política
para resolverlos.
La receta no es para nada
complicada: como dijimos, hay que tener el estómago necesario para diagnosticar
la realidad, por más descarnada y cruda que esta sea. Y sabemos que lo es.
Luego, tomar los correctivos que
sean necesarios, lo cual implica muy probablemente renunciar a creencias, a
planes de poder, a apetitos personales, para hacer lo que sea mejor para la
colectividad.
Aunque, probablemente, eso sea un
torpedo en la línea de flotación en el primer momento, la paz de conciencia lo
vale. Y quizá a largo plazo, sea más un activo que un pasivo. Cualquiera que
consiga el hilo que nos saque de este laberinto, pasará a la historia de
Venezuela con más que merecidos honores.
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