David Uzcátegui
@DavidUzcategui
La reciente visita del Papa Francisco a Cuba, ha levantado
tanto expectativas como polémicas. Los más optimistas, lo ven como un paso
definitivo en la superación de una era para la historia cubana; mientras otros
tantos consideran que fue más bien un evento protocolar y cosmético, en medio
de cambios epidérmicos que no van al fondo de las desventuras que padece la
isla.
Nos anotamos entre los del primer grupo. Y no se trata de un
optimismo a ultranza, ni tiene que ver con un asunto de fe sin condición, aunque
involucre la religión que profesamos. Se trata más bien de observar una
sumatoria de hechos que va mucho más allá de la circunstancia que nos ocupa en
estas líneas.
Como alguna vez lo comentáramos, mucha gente pasa por alto
el observar con lupa que el Vaticano no es solamente el vértice de nuestra
iglesia católica, sino también un Estado. Y como tal, dispone de musculatura y
resortes diplomáticos. Una diplomacia que, por cierto, sabe hilar muy fino, con
paciencia y visión de largo aliento y es, en definitiva, una de las más
eficientes del mundo.
Por ello, la iglesia sabe moverse en circunstancias como la
que hoy abordamos. Y sabe accionar en función de que las cosas se modifiquen.
Lo hace con “mano izquierda”, por utilizar un término de arraigo popular. Pero
lo hace, y bien.
Hay que ver, por ejemplo, el impacto que tiene esta visita
en los ciudadanos de una república que abolió la religión hace más de cinco
décadas, por lo cual la mayoría no tiene prácticamente ninguna referencia al
respecto.
La visita de Francisco deja pues, a nuestros ojos, una
apertura a la curiosidad, a la inquietud, que debe unirse a los vestigios de
catolicismo –relativamente escasos, pero existentes- que quedan en la isla.
Hace más de medio siglo, los católicos optaron por esconder
sus convicciones. Era un asunto de supervivencia. Y las abuelas llevaban
discretamente entre sus ropas las medallas de los santos en quienes creían.
Sin embargo, la devoción a la Virgen de la caridad del Cobre
se ha mantenido contra viento y marea, hecho que se pudo demostrar con las misa
oficiada por el papa en su honor.
La mayor de las Antillas está pisando con paso cada vez más
firme, en una etapa en la cual se comienza a asimilar con libertades lo que ha
tenido que mantenerse en susurros por décadas y que no es otra cosa que el
derecho que tiene cualquier ser humano a escoger su credo.
Los cambios en Cuba han sido lentos, es verdad. Demasiado
lentos, dolorosamente lentos. La caída del Muro de Berlín fue el primer
episodio histórico que trajo vientos renovadores y de esperanza. En 1992 el
Estado cubano pasó de ser ateo a secular.
Desde entonces, la gente retornó a las iglesias, e incluso
se celebraron oficios religiosos en casa de familia, ante la falta de espacios
para la creciente ola de devoción y fe. Finalmente, en 1998, Juan Pablo II
visitó la isla, solicitando apertura.
Se trató de otro Papa con gran conciencia política, que
debió vivir en carne propia el nazismo y los horrores de la Segunda Guerra
Mundial. Aquella visita del llamado “Papa viajero” devolvió a los cubanos la
Navidad, algo que puede sonar a cuento de hadas; pero que en realidad fue una
victoria política importante.
Por todo ello podemos esperar progreso de la nueva visita de
un pontífice a tierras cubanas. Más aún en este momento, cuando el
entendimiento entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el gobierno
de Raúl Castro ha dado pasos gigantescos en cosa de meses. Por cierto, que al
respecto, el representante del Vaticano, comentó que "es signo de la victoria de la cultura
del encuentro, del diálogo".
La prensa internacional ha subrayado – y no sin razón- que
lamentablemente Francisco no pudo verse cara a cara con la disidencia cubana.
Sin embargo, estamos seguros de que el Papa los tiene presentes, y mucho más
allá de las menciones que les hizo en el marco de un lenguaje diplomático, en
el cual habló de “todas esas personas que, por diversos motivos, no podré
encontrar”. También hizo mención “a todos los cubanos dispersos por el
mundo".
Lo que al final del día interesa es el bienestar del pueblo
cubano, que se incorporen de una vez y para siempre al siglo XXI, que haya
libertad de culto, de empresa, que puedan entrar y salir libremente de su país
y que puedan ponerse al frente de las modificaciones que consideren necesarias
para decidir el futuro de su país.
El proceso ha sido largo y complejo, es verdad que aún falta
mucho; pero reivindicamos el avance de la visita papal. Así como hoy podemos a
la distancia medir el valor de la contribución de Juan Pablo II, estamos
seguros de que, más pronto que tarde, podremos ponderar en hechos concretos la
huella que habrá dejado el paso de Francisco por la isla antillana.
www.daviduzcategui.com
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