lunes, 7 de septiembre de 2015

¿Producimos o nos endeudamos?

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Para nadie es un secreto el revés económico que ha significado en Venezuela el pronunciado y sostenido descenso de los precios petroleros. Al momento, se encuentran muy por debajo de lo asentado en el actual presupuesto nacional, y no dejan de seguir descendiendo.

En un momento como el que atravesamos es lógico y tentador pasearse por la idea de pedir prestado. Hay que tapar huecos con urgencia y no están a la vista los ingresos necesarios para hacerlo. Es lo primero que se ocurre. Y por lo general, lo que se hace.

Quizá para muchos no sea el momento de plantear esta pregunta, pero más bien creemos que es el preciso: ¿producimos o nos endeudamos?

Por supuesto habrá quien alegue que ya es tarde para esta disyuntiva y que no nos queda otra que recurrir al endeudamiento, con todo y sus amargas consecuencias. Pero nosotros replicamos: ¿nos vamos a conformar nuevamente con otra simple corrida de la arruga?

Porque sabemos que generar deudas es postergar el problema. “Pan para hoy y hambre para mañana” dirían nuestros abuelos, al tener en cuenta que estamos paliando nuestras necesidades de hoy con el empeño de recursos futuros. Y lo que es peor, estamos cargando el peso de una deuda sobre próximas generaciones.

Contrariando a quienes opinan en forma diferente a nosotros, nos atrevemos a proponer la audacia de potenciar la producción nacional. Justamente en este momento, en el cual todo parece adverso a ella. Quizá por ello pueda ser la mejor circunstancia.

Abundan los ejemplos en la historia universal de naciones que enfrentaron sus mayores reveses con una incansable voluntad de trabajo, de la cual los venezolanos hemos ofrecido sobradas pruebas. De la Europa o el Japón que se levantaron tras la Segunda Guerra Mundial, podríamos extraer ejemplos extremos. Pero nosotros estamos en una posición infinitamente más ventajosa.

Parecemos el protagonista de aquella historia del mendigo que pasaba hambre sin saber que tenía una fortuna en billetes escondidos dentro del forro del abrigo que le habían regalado y que utilizaba todos los días; sin imaginar que llevaba encima la solución a sus penurias.

Nos negamos a vernos como un gentilicio acorralado por el infortunio, cuando tenemos una fuerza humana envidiablemente poderosa y la proverbial tierra que derrocha recursos naturales.

No estamos en el mejor momento, es verdad; pero también es cierto que parecemos negados a ver los numerosos activos que pueden sacarnos adelante.

Recursos que, por cierto, van mucho más allá del petróleo. Pero que, sin embargo, por el momento no desplazan a la industria que nos ha dado sustento por tantos años y cuyos frutos lamentablemente jamás fueron sembrados, como sabiamente aconsejaran décadas atrás Arturo Uslar Pietri.

Por ello, lo primero en este plan de reaccionar a la crisis con más productividad, debe ser optimizar la labor de PDVSA. Seguimos teniendo en nuestras manos un recurso extremadamente valioso en el mundo de hoy. El incremento de la calidad de nuestra petrolera nacional como empresa y por ende de los resultados que entregue a la nación, debe ser uno de los nortes actuales.

Pero en paralelo, podemos y debemos hacer mucho más. Ya basta de ser “petroleocéntricos”, sin subestimar el valor del aún medular producto. La capacidad del venezolano para ser emprendedor sigue siendo la mayor – y la más subestimada- riqueza de nuestro país.

Basta con recorrer las carreteras venezolanas, para encontrar que el lugar común en muchas de ellas es el negocito a la orilla, donde los pobladores del lugar se las ingenian para ofrecer productos y servicios a los viajeros.

Es un algo intuitivo y empírico, pero allí está. Lamentablemente, sin el incentivo, sin la formación, sin la coordinación.

¿Qué sucedería si estas innumerables iniciativas individuales fueran hilvanadas en un gran plan como país que comprenda como objetivo hacer productiva a Venezuela desde el trabajo? Desde la mano de obra, desde la iniciativa, desde el ingenio, desde el talento y el don.

Que no se trate de un buen pronunciamiento de propósitos ni de un discurso prometedor, sino un plan para activar, de una vez por todas, la verdadera solución para nuestro país. Más trascendente y confiable que la venta de cualquier mineral, y a salvo de los vaivenes de los precios en los mercados.

También tenemos gerencia, liderazgo, formación. Y los siempre mencionados pero poco aprovechados recursos. Sí, se trata de un cambio en la forma de pensar. De un giro de 180 grados, de que decidamos qué es lo que queremos ver y este cambio de visión aporte a un nuevo destino, que no se construye sin pasar por el aprovechamiento de los dones que tenemos en nuestros genes.

No se pierde nada, pero se puede ganar mucho. Quizá este sea el momento perfecto.

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