David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Para nadie es un secreto el revés
económico que ha significado en Venezuela el pronunciado y sostenido descenso
de los precios petroleros. Al momento, se encuentran muy por debajo de lo
asentado en el actual presupuesto nacional, y no dejan de seguir descendiendo.
En un momento como el que
atravesamos es lógico y tentador pasearse por la idea de pedir prestado. Hay
que tapar huecos con urgencia y no están a la vista los ingresos necesarios
para hacerlo. Es lo primero que se ocurre. Y por lo general, lo que se hace.
Quizá para muchos no sea el
momento de plantear esta pregunta, pero más bien creemos que es el preciso:
¿producimos o nos endeudamos?
Por supuesto habrá quien alegue
que ya es tarde para esta disyuntiva y que no nos queda otra que recurrir al
endeudamiento, con todo y sus amargas consecuencias. Pero nosotros replicamos:
¿nos vamos a conformar nuevamente con otra simple corrida de la arruga?
Porque sabemos que generar deudas
es postergar el problema. “Pan para hoy y hambre para mañana” dirían nuestros
abuelos, al tener en cuenta que estamos paliando nuestras necesidades de hoy
con el empeño de recursos futuros. Y lo que es peor, estamos cargando el peso
de una deuda sobre próximas generaciones.
Contrariando a quienes opinan en
forma diferente a nosotros, nos atrevemos a proponer la audacia de potenciar la
producción nacional. Justamente en este momento, en el cual todo parece adverso
a ella. Quizá por ello pueda ser la mejor circunstancia.
Abundan los ejemplos en la
historia universal de naciones que enfrentaron sus mayores reveses con una
incansable voluntad de trabajo, de la cual los venezolanos hemos ofrecido
sobradas pruebas. De la Europa o el Japón que se levantaron tras la Segunda
Guerra Mundial, podríamos extraer ejemplos extremos. Pero nosotros estamos en
una posición infinitamente más ventajosa.
Parecemos el protagonista de
aquella historia del mendigo que pasaba hambre sin saber que tenía una fortuna
en billetes escondidos dentro del forro del abrigo que le habían regalado y que
utilizaba todos los días; sin imaginar que llevaba encima la solución a sus
penurias.
Nos negamos a vernos como un
gentilicio acorralado por el infortunio, cuando tenemos una fuerza humana
envidiablemente poderosa y la proverbial tierra que derrocha recursos
naturales.
No estamos en el mejor momento,
es verdad; pero también es cierto que parecemos negados a ver los numerosos
activos que pueden sacarnos adelante.
Recursos que, por cierto, van
mucho más allá del petróleo. Pero que, sin embargo, por el momento no desplazan
a la industria que nos ha dado sustento por tantos años y cuyos frutos
lamentablemente jamás fueron sembrados, como sabiamente aconsejaran décadas
atrás Arturo Uslar Pietri.
Por ello, lo primero en este plan
de reaccionar a la crisis con más productividad, debe ser optimizar la labor de
PDVSA. Seguimos teniendo en nuestras manos un recurso extremadamente valioso en
el mundo de hoy. El incremento de la calidad de nuestra petrolera nacional como
empresa y por ende de los resultados que entregue a la nación, debe ser uno de
los nortes actuales.
Pero en paralelo, podemos y
debemos hacer mucho más. Ya basta de ser “petroleocéntricos”, sin subestimar el
valor del aún medular producto. La capacidad del venezolano para ser
emprendedor sigue siendo la mayor – y la más subestimada- riqueza de nuestro
país.
Basta con recorrer las carreteras
venezolanas, para encontrar que el lugar común en muchas de ellas es el
negocito a la orilla, donde los pobladores del lugar se las ingenian para
ofrecer productos y servicios a los viajeros.
Es un algo intuitivo y empírico,
pero allí está. Lamentablemente, sin el incentivo, sin la formación, sin la
coordinación.
¿Qué sucedería si estas
innumerables iniciativas individuales fueran hilvanadas en un gran plan como
país que comprenda como objetivo hacer productiva a Venezuela desde el trabajo?
Desde la mano de obra, desde la iniciativa, desde el ingenio, desde el talento
y el don.
Que no se trate de un buen
pronunciamiento de propósitos ni de un discurso prometedor, sino un plan para
activar, de una vez por todas, la verdadera solución para nuestro país. Más
trascendente y confiable que la venta de cualquier mineral, y a salvo de los
vaivenes de los precios en los mercados.
También tenemos gerencia,
liderazgo, formación. Y los siempre mencionados pero poco aprovechados
recursos. Sí, se trata de un cambio en la forma de pensar. De un giro de 180
grados, de que decidamos qué es lo que queremos ver y este cambio de visión
aporte a un nuevo destino, que no se construye sin pasar por el aprovechamiento
de los dones que tenemos en nuestros genes.
No se pierde nada, pero se puede
ganar mucho. Quizá este sea el momento perfecto.
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