Siempre la entrada a un nuevo
año, nos invita a ser optimistas y a mirar la oportunidad como una vuelta de
tuerca, que implique mayor bienestar en todos los sentidos. Y por ello, días
como los que estamos viviendo hoy se colman de los mejores deseos.
Sin embargo, muchos sabemos lo
difícil que es desear paz, alegría o felicidad a quienes nos rodean en la
Venezuela actual. Y es que se nos quedan atragantados en la garganta, o no hay
forma de que los escribamos, cuando sabemos que el entorno es tan adverso y no
habrá forma de que esos deseos se realicen hasta que la realidad sea
modificada.
Ni salud, ni prosperidad, ni
progreso de ningún tipo pueden ser materializadas en una nación que no
garantiza la cobertura de las necesidades más elementales. Mucho menos ese
máximo deseo aspiracional, el del amor, cuando a una pareja le resulta
prácticamente imposible emprender la fundación de un hogar propio y procurarse
lo mínimo necesario para garantizar una existencia digna a sus descendientes.
Por ello, más que los tradicionales
deseos de año nuevo, nos concentramos en otra clase de peticiones en esta
circunstancia, ya que, de otra manera, estaríamos arando en el mar.
Toca a los venezolanos desear que
cambie nuestra realidad. Que el gobierno deje de lado la tozudez y de una vez
por todas entienda que este inviable proyecto político está hundiendo al
país.
Que las agendas ocultas de poder
queden definitivamente de lado y que por un momento se piense en el bienestar
colectivo como meta. En la mayor suma de bien para la mayor suma de gente.
Que se aparte para siempre el
insulto y la violencia como valor, como moneda de cambio en una sociedad
exhausta. Que se recupere el respeto y
la decencia como marco y entorno para la vida ciudadana.
Que la educación se vuelva prioridad.
Pero la verdadera educación, la que apunta al crecimiento de la persona, a su
desarrollo, a su individualidad e independencia. Y que por supuesto, se deje de
confundir educación con adoctrinamiento, básicamente por aquella máxima que
reza que donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado.
Que se recupere el sentido de la
justicia, que sea castigado el crimen, el robo, la verdadera afrenta a la ley,
y que no se criminalice el pensar distinto, o el aspirar legítimamente a un
cambio para mejorar.
Que las alianzas de nuestro país
con otras naciones, sean con base en lo que estas nos puedan aportar,
entendiendo que para ello deben ser vanguardia en conocimiento, en tecnología y
en bienestar para sus ciudadanos. No podemos seguir juntándonos con Estados que
han propiciado el hundimiento del bienestar colectivo de quienes se suponen que
deberían proteger. Y menos con gobiernos que nos utilizan para su provecho.
Que se le dé valor al trabajo
real de todos los actores de la sociedad. Que sea posible levantar un hogar con
un oficio. Que la dignidad del trabajador venezolano se mida en cuánto aporta
al crecimiento del país con su labor.
Que la iniciativa particular sea
respetada, que deje de ser perseguida y estigmatizada. Que, muy por el
contrario, se incentive al emprendedor y que sea el socio clave del gobierno
para el desarrollo del país.
Que regresen los que se fueron, y
que lo hagan motivados por la seguridad, por el bienestar, por el progreso que
se viva en estas tierras. Que vengan todos esos venezolanos que nacieron
afuera, a conocer la tierra de sus padres, que se enamoren de ella y se queden,
no solamente por el clima, los paisajes y la comida; sino también porque seamos
una de las naciones más competitivas del planeta.
Que dejemos de importar y volvamos
a exportar. No solamente petróleo, donde tenemos todo el potencial para volver
a reinar por muchos años; sino también la mayor variedad imaginable de
productos y servicios. Desde los cultivos de la tierra que una vez nos dieron
fama en renglones como café y cacao, hasta tecnología que se puede producir en
nuestras universidades en tanto y en cuanto sean respetadas y cuidadas como el
recinto sagrado que son.
Que nuevamente nuestro plato
típico sea cocinado con ingredientes totalmente cultivados en nuestro suelo y
que podamos escoger qué llevar a nuestra mesa entre la gama más amplia de
alimentos.
Que nuestros adultos mayores
vivan sus años de oro en paz, sin sobresaltos de salud; pero mucho más allá de
eso, que tengan calidad de vida y puedan emplear ese tiempo libre en
actividades satisfactorias.
Parece demasiado para un solo
año, y sin duda lo es. Vista la realidad actual, estamos ante una lucha
realmente titánica para alcanzar, aunque sea, una parte de todo lo que
quisiéramos para nuestra nación.
Pero en el deseo comienza todo y
no queremos sino trazar un mapa de ruta de lo que deberíamos ser. Porque no
podemos permitirnos menos que esto. Porque es lo que merecemos todos nosotros.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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