David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Es imposible no perder el foco en
medio de la avalancha de hechos e informaciones que nos aturde cada día a los
venezolanos; pero también es cierto que, mientras la situación política no
termina de resolverse, cabe preguntarse qué va a suceder con nuestra economía,
que podría ser, digámoslo así, la “realpolitik”, no por otra razón sino por
esta: los números no mienten. Y son los que mandan.
Y hablamos de este asunto, porque
hace pocos días se dio a conocer una información que pasó desapercibida entre
las toneladas de titulares que día a día nos agobian: el precio de la Canasta
Básica Familiar -CBF- de mayo de 2017 es Bs. 1.426.363,38. Aumentó Bs.
212.343,18, es decir, 3.3 salarios mínimos o 17,5%, con respecto al mes de
abril de 2017. Se necesitan 47.545,44 bolívares diarios para cubrir su costo.
Como dijéramos más arriba, los
números mandan, y los números no están cuadrando. La variación anualizada para
el período de mayo 2017 a mayo 2016 es 369,8%, o Bs. 1.122.747,79. Y lo que es
más demoledor: para un venezolano poder cubrir lo incluido en la canasta básica
se necesitan entonces 17.3 salarios mínimos, el cual está ubicado actualmente
en Bs. 65.021,04.
La estratosférica diferencia
entre lo que entra y lo que sale en términos de dinero en un hogar promedio
venezolano, explica sin mayores adornos por qué el ciudadano está al límite en
esta tierra.
¿Cómo se puede hacer para
pulverizar de semejante forma una economía petrolera, que debería estar entre
las primeras del mundo? ¿A dónde se fueron los altísimos ingresos petroleros
que teníamos hasta ayer nada más? ¿No había que ahorrar, no había que invertir?
¿No hay talentos capacitados en el país como para enderezar el disparate de
proporciones mayúsculas que es nuestra economía hoy? ¿O es que esos talentos no
pueden tener acceso a la administración pública por no vestir la franela del
color que todos sabemos?
Decir las causas de esto es
llover sobre mojado, pero como dice el dicho: “Si siempre haces lo que siempre
has hacho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido” y quienes administran
hoy a Venezuela, están haciendo lo mismo desde hace casi veinte años:
espantando al sector privado, criminalizando la iniciativa particular,
concentrando todas las actividades en manos gubernamentales para no hacer nada
bien.
Vamos a suponer que todos estos
disparates partieron de la buena fe de gente bien intencionada que no tenía ni
idea de lo que estaba haciendo: ¿por qué se prolongan en el tiempo? ¿Por qué no
se cambia el rumbo? ¿Por qué se sigue sometiendo al martirio a la gente que
ellos dicen amar y representar?
Porque estos números fríos e
impersonales hablan de realidades que son contundentes. Hablan de comida que
falta en la mesa de los venezolanos. Hablan de medicinas a las cuales no se
tiene acceso, y no solamente porque no estén presentes en los anaqueles. Se
pueden conseguir, en algunos casos; pero no hay con qué pagarlas.
Habla de una gran interrogante
sobre dónde y en qué condiciones vive el venezolano, ya que su ingreso ni
siquiera le alcanza para comer, mucho menos para el techo.
Y es alarmante el silencio de los
responsables de todo este asunto, por aquello de que quien calla, otorga.
El fin último de todo gobierno,
es incrementar la calidad de vida de la gente, y el actual ha descuidado este
principalísimo y sagrado deber, extraviado en seguir con fidelidad ideologías y
recetarios ya amarillentos por el tiempo y de comprobada ineficacia.
Se ha perdido valioso tiempo –y
dinero- en preservar el poder a toda costa, olvidando que ese codiciado
elemento no tiene razón de ser si no se utiliza para que la gente viva mejor.
Porque el venezolano vive hoy peor, mucho peor.
Y es una realidad inocultable que
está en la calle, en los sitios de trabajo, en el transporte público, en los
supermercados, en las farmacias y en los hospitales.
Hasta hace no mucho tiempo,
podíamos hablar de una sensata corrección del rumbo, por más adverso que fuera
el panorama. Pero con la crispación actual, con unos funcionarios que se pelean
hasta con su propia sombra, parece que no es mucho lo que se puede hacer. El
daño es estructural y profundo.
Quienes creemos que esto debe
cambiar –la inmensa mayoría- no podemos perder de vista esta urgente reflexión:
el caos económico no se puede perder de vista. Y para asumir una
reconstrucción, lo primero es asumir la dimensión de los daños.