David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Que el gobierno actual está con
el agua al cuello, ya no es un secreto para nadie. Tanto es así que, de manera
sorprendente, ha comenzado a poner sobre la mesa mecanismos que puedan servir
para destrabar la gravísima crisis nacional, la más alarmante que hemos tenido
en nuestra historia como nación.
Sin embargo, hay que hilar muy
fino y leer entre líneas. Porque el caos actual ha llegado a tales extremos
justamente por la terquedad de la dirigencia oficialista, y un cambio en su
conducta solamente quiere decir que la razón está del lado de quienes
protestamos.
Es pues, una confirmación de que
no se puede seguir por este rumbo que lleva al despeñadero a paso de
vencedores. Pero, ¿cuál es la solución?
Asombra que desde la misma tolda
roja salgan propuestas como unas elecciones regionales y una Asamblea Nacional
Constituyente, cuando fueron ellos quienes negaron un referendo revocatorio
legal, en tiempos y masivamente apoyado por la ciudadanía.
Eso, para no recordar que también
llevamos retraso con unas elecciones de gobernadores y alcaldes en las cuales
la gente pasaría factura no solamente a las pésimas gestiones regionales y
locales de los autodenominados revolucionarios, sino que también servirían como
válvula de escape del descontento ante la nefasta gestión del actual Ejecutivo
nacional.
Revocatorio y regionales no
favorecerían a quienes hoy gobiernan, y por ello se escamotearon sin pudor
alguno. Sin embargo, hoy aparece un nuevo elemento en el tablero, un elemento
que no sorprende, porque es un submarino, que desaparece a ratos pero que
vuelve a salir a flote con cierta frecuencia. Se trata de la todopoderosa
Asamblea Nacional Constituyente.
Es una figura tan potente como
peligrosa. Se puede interpretar como una refundación de la República, y si la
vemos desde este punto de vista, no cabe duda de que es tentadora. Venezuela,
qué duda cabe, necesita de un “reseteo” inmediato, ante el desmantelamiento de
su institucionalidad.
Se trata de redactar una nueva
Constitución, de lo cual se encargarían parlamentarios electos popularmente;
para ir luego a elecciones de todos los cargos ante el nuevo esquema
republicano que estrenaríamos. Es tentador, pues. Un caramelito de cianuro,
como se dijera en algún momento.
Eso lo hemos vivido los
venezolanos unas cuantas veces, la más reciente de ellas en 1999, bajo el furor
del entonces muy popular Hugo Chávez. De allí salió nuestra constitución
actual, redactada por constituyentistas casi en un ciento por ciento chavistas,
gracias al llamado “portaviones” que significó el entonces jefe de Estado y
gracias también a unas fórmulas electorales que aplastaron en su momento a lo
que para entonces eran minorías.
Se pregunta uno: ¿por qué quieren
entonces cambiar a la que hasta no hace nada y por casi 20 años defendieron
como la “Constitución más perfecta del mundo”? ¿Qué hay tras ello?
Quizá desesperación, ante el
escaso abanico de salidas a las penurias nacionales, ante la obvia respuesta de
que los responsables son quienes tienen el poder. ¿Es un pote de humo? ¿Soluciona
algo?
Desde nuestro punto de vista, no.
Históricamente, los países con mayor número de constituciones son, casualmente,
los más inestables. Y lamentablemente, Venezuela no ha sido la excepción, con
sus veintiséis Cartas Magnas y dos siglos de marcados mayoritariamente por
reveses y desencuentros.
Como se ha dicho desde hace mucho
tiempo, cuando caigamos en la tentación de cambiar la Constitución,
preguntémonos si más bien la solución no será cumplir con la vigente. ¿Se le
respeta? ¿Se le sigue al pie de la letra?
Porque, como dijéramos líneas más
arriba, el gran desencadenante del mal momento actual, ha sido la confiscación
de un referendo revocatorio previsto en el texto constitucional vigente. Ergo,
por allí no es la cosa.
Sin embargo, hilemos fino y
rescatemos el avance que este episodio ha detonado. El presidente actual
sugirió que es necesario ir a un proceso popular constituyente, pues a su
juicio “Venezuela necesita un nuevo desencadenante histórico, democrático, revolucionario
y popular”.
Desde la cúspide del poder se
reconoce que las cosas deben cambiar. Que hay que pasar la página e inaugurar
una nueva etapa histórica. No lo dice un representante de las fuerzas
alternativas democráticas, no. Lo dice el depositario de un proceso agotado, el
mismo que, al hablar de un “nuevo desencadenante histórico” reconoce que casi
dos décadas de un modelo errado, son demasiados años.
El gobierno reconoce la urgencia
de cambio. Bravo. Pero cuáles son las herramientas para ese cambio, es una
respuesta que solamente puede dar la gente, que es la que tiene hoy el
verdadero poder, con su presencia masiva en las calles y con una reprobación al
gobierno actual que ya es inocultable.
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