David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El haber transitado esta semana por una nueva conmemoración
del 19 de abril de 1810, no puede sino generarnos el deseo de desmenuzar un
poco más esta fecha tan importante, que para muchos se asume como el punto de
partida de la Independencia de Venezuela.
Un proceso tan orgánico como lo es la fundación de una
República, tiene por razones obvias, que partir de la gente. Y por supuesto,
también de la calle. Y es que todo nace del rechazo manifestado al nuevo
gobernador dispuesto por la metrópolis española, Vicente Emparan, cuando se
dirigía a misa en aquella Semana Santa de 1810.
Vino luego aquella famosa estampa histórica en la cual el
aludido, desde el balcón, consultó a la gente, si quería que siguiera o no al
mando. Y todos dijeron que no al pie del balcón, no sin la ayuda del presbítero
José Cortés de Madariaga, quien apuntó con un gesto a los presentes la
respuesta correcta; quedando así por cierto, plasmada la presencia de un
miembro del clero en tan importante acontecimiento.
Nadie imaginaba lo que detonaría aquel día hasta el sol de
hoy. Venezuela se pone los pantalones largos e inicia aquella larga y cruenta
ruta independentista, que incluso fue exportada a otras naciones y ha valido
que, hasta el sol de hoy, nuestra nación sea vista en el mundo entero como
sinónimo de libertad.
Mirar hacia 1810 nos potencia para seguir adelante, luchando
por el país que merecemos, porque la gran enseñanza de aquella jornada fue que
los cambios se empujan desde la gente. Y en la calle.
Valga por cierto, el tardío pero necesario reconocimiento a
un Emparan que supo retirarse a tiempo. “Yo tampoco quiero mando”, dijo ante la
multitud que lo rechazó. Muy inteligente, de parte del depositario de un poder,
es retirarse cuando ya no se le quiere. Forzar la barra conducirá sin duda, más
temprano que tarde, a salir por la puerta trasera, sin posibilidad alguna de
regreso.
Lo cierto es que aquella fecha fundacional oficiosa de
nuestra República tuvo un elevado nivel de civismo, de conciencia, de claridad
en los derechos. No es un ejercicio vano el recordarla, muy por el contrario,
nos recuerda cosas que no debemos perder de vista.
La primera es, sin duda, que el poder reside en la gente.
Que, más allá de imposiciones monárquicas, los venezolanos fundacionales
estuvieron muy conscientes de que el poder impuesto desde arriba no iba a ser
jamás el signo definitorio de la patria que recién nació.
En segundo lugar, fue un campanazo de cuándo toca cambiar lo
viejo. El añejo sistema colonial que ya tenía encima varios cientos de años, no
solamente estaba basado en abusos e injusticias, además hacía aguas por haberse
prolongado en el tiempo hasta la saciedad.
Tal como ha sucedido en otros pasajes históricos –la caída
de la Unión Soviética y del Muro de Berlín, por ejemplo- el cierre de ciclos y
el inicio de otros nuevos, es una sinergia entre la gente movilizada y el
desplome por su propio peso de estructuras añosas e insostenibles.
Sí, ciertamente, muchos procesos de cambio en la historia
–la gran mayoría, hasta donde logramos observar- ocurren impregnados de
“sangre, sudor y lágrimas”, como dijera Winston Churchill a sus compatriotas
ingleses en pleno trance de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esa historia a contrapelo de la humanidad,
ocurre también de tal modo, debido a la tozudez de quienes no entienden que su
tiempo ya pasó, que no hay piso de legitimidad real que los respalde, que por
el bien de los afectados, deben dar paso a una nueva página.
Y también es real que, tras el ejemplar e impecable proceso
de 1810, se desató en Venezuela una de las más cruentas guerras de
Independencia de su tiempo.
Para todo esto, queremos recordar que han pasado más de
doscientos años. Que creemos en la superación y el avance del género humano.
Hemos estudiado, avanzado en disciplinas como la diplomacia. Hay maneras de
atajar lo cruento en los cambios sociales.
Lamentablemente, aún existen minorías que permanecen atadas
a aquella caduca premisa de que “la violencia es la partera de la historia”. No
tiene por qué ser así. No debe serlo. Y el 19 de abril de 1810 nos lo demuestra
a los venezolanos en nuestro propio suelo y en la génesis misma de nuestro
gentilicio.
Quizá pudiéramos atajar esa sangre, ese sudor y esas
lágrimas, si aprendiéramos de nosotros mismos. Sí, tuvimos guerra y episodios
heroicos, y compatriotas mártires. Pero hubiera sido mejor ahorrar todo el dolor
que fuera posible evitar.
Y es también valioso volver los ojos a aquellos días porque
nos reafirman el carácter cívico y pacifista de nuestros orígenes. Hay otras
formas de modificar para bien la historia, y no podemos caer en la trampa de
aceptar como única, la manera que solamente conviene a unos pocos y perjudica a
muchos.
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