David Uzcátegui
@DavidUzcategui
En mucho se ha comparado desde
hace rato la situación de Venezuela con una olla de presión, en cuanto al hecho
de toda la tensión que se viene acumulando sin válvula de escape alguna.
Y ese símil parece que está
encontrando su plena justificación en estos días, cuando la ciudadanía se ha
volcado a protestar en contra de las incontables penurias que padece.
Sin embargo, la reacción de
quienes hoy gobiernan, muy lejos de ser la de escuchar las demandas de la
gente, ha sido exactamente la contraria: reprimir a los manifestantes.
Nos preguntamos: ¿hacia dónde
vamos si seguimos viviendo esta situación?
Porque los venezolanos
efectivamente, vivimos literalmente en una olla de presión desde hace tiempo:
la presión inflacionaria, la de la cada vez menor oferta de alimentos, la de
los insólitos precios que alcanzan los que se consiguen, el viacrucis de
recorrer infructuosamente farmacias buscando el medicamento para algún
familiar, el acecho del hampa sin castigo que se lleva numerosas vidas casa
día.
Y sí, había una válvula de escape
a toda esta presión, como en las ya mencionadas ollas: contarnos. Recordemos
que el año pasado nos tocaba el derecho a un referendo revocatorio, para cuya
cita se movilizaron las fuerzas democráticas nacionales; pero que fue negado
por las autoridades competentes, a fuerza de excusas endebles que a nadie
convencieron.
También tenemos pendientes las
correspondientes elecciones regionales, las cuales se han postergado con el
insólito pretexto de la crisis. Una crisis que provocaron ellos mismos con su
nefasta administración y que solamente se puede resolver permitiendo a los
venezolanos reemplazar mediante el voto popular a las autoridades que no han
sabido hacer su trabajo.
Pero, tras la avasallante
victoria de la democracia en las más recientes elecciones parlamentarias, el
miedo ha cundido en el oficialismo y han venido las excusas para no volver a
medirse.
Mucho más allá de eso, factores
afines a la ideología roja, están buscando la manera de confiscar las funciones
legítimas del parlamento nacional, con el fin de anular el contrapeso que este
debe ser por derecho y por mandato de la ciudadanía.
Y es allí donde la gente levantó
su voz. No es ya solamente que el dinero no alcance, que no haya insumos para
atender la salud o que la delincuencia sea un azote. No es simplemente el hecho
de correr la arruga electoral: es pretender anular la única voz legítimamente
electa con la que contamos los venezolanos.
Lo menos que se podía esperar era
que la gente se lanzara a las calles. Y se lanzara indignada. Con la ira de las
frustraciones acumuladas, de las necesidades postergadas, de los derechos
atropellados y confiscados.
Pero ni siquiera esa expresión
legítima es permitida. La represión por parte de las fuerzas del orden público
ha sido tan desproporcionada como condenable.
Los ojos del mundo pueden verlo a
través del valiente trabajo reporteril, ahora asistido por los dispositivos
móviles y las plataformas sociales de todos los ciudadanos, que han documentado
en fotos y videos numerosos excesos policiales que no pueden ser casualidad.
Olvidan quienes hoy administran a
Venezuela, que esa gente que está siendo atropellada por gritar su descontento,
es la misma a quien le deben cuentas. Parecen no tener idea de qué es la
democracia y parecen también creer que el poder es su propiedad y no una
encomienda entregada por los venezolanos a través del voto, sobre cuya
administración tenemos derecho a exigir cuentas.
La realidad es que lo han hecho
muy mal y que como empleadores de tan malos funcionarios tenemos derecho a
despedirlos por las vías democráticas. Pero ellos no lo quieren aceptar.
Aumenta la presión. Y la represión.
La gente se sigue citando en las
calles. Los gobiernos del mundo se siguen pronunciando ante la alarmante
situación nacional. Y la razón cada vez está menos del lado de la tolda
gobiernera.
No se extinguirá la protesta ni
con miedo, ni con represión, ni con gritos ni con órdenes. Todo esto la
alimenta, porque lejos de ser un capricho, es la legítima expresión de las
necesidades no satisfechas y de los derechos negados. Los poderosos juegan hoy
en su propia contra, porque no saben qué más hacer.
El brutal y documentado trato a
los manifestantes agrega más presión a la olla que no tiene válvula. Que no
tiene ni referendo, ni elecciones y ya ni siquiera protesta. ¿A qué están
jugando quienes gobiernan? ¿Miden, aunque sea remotamente, el tamaño de la
tragedia nacional que están provocando? ¿Hasta dónde puede llegar la
irresponsabilidad de estos empleados del pueblo?
El gobierno ha enviado un mensaje
muy claro: no está dispuesto a escuchar ni a dialogar. Creen que siempre tienen
la razón y si no logran imponerla, avasallan a quien pretenda reclamar.
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