David Uzcátegui
@DavidUzcategui
En esta suerte de ciclón interno
y externo que vive el actual gobierno nacional, están sucediendo demasiadas
cosas a la vez. Y por ello, una noticia solapa a la otra y todas van quedando
en el olvido, superadas por las inmediatamente posteriores.
Pero para nosotros, quizá la
mayor expresión de desatino haya sido el intempestivo -pero fallido- intento de
abandonar la Organización de Estados Americanos, sucedido días atrás. Y no se
puede perder de vista.
Ante los ojos del mundo, queda
muy mal el intentar darle una patada al tablero justamente cuando se está
perdiendo el juego.
El gobierno de Venezuela lanzó a
los cuatro vientos su insólita voluntad de apartarse de la OEA tras darse
cuenta de que en la mayoría de países del organismo hay una determinación a presionar
al presidente, Nicolás Maduro, para que cumpla el calendario electoral y
respete los Derechos Humanos.
Los medios internacionales han
dedicado generoso centimetraje al impase. La retirada de Venezuela
"muestra hasta qué punto el proceso de debate y condena de la OEA ha sido
relevante para el gobierno venezolano, aunque este niegue que le importa",
indicó a la agencia internacional de noticias Efe Cynthia Arnson, directora del
programa latinoamericano del Centro de Estudios Wilson Center. "Su retirada
-agregó- también ahonda en el aislamiento de Venezuela en el hemisferio, hasta
un punto sin precedentes en la historia reciente".
Toda esta situación ha
evidenciado también ante los ojos del mundo, que el chavismo ha perdido la
hegemonía política que tuvo durante años en la región y, por ende, en la OEA; y
ya no puede evitar la presión del organismo.
Pero además, la cosa se hincha
porque salirse no es así de fácil. Entre otras cosas, debido a que el Gobierno
de Venezuela debe a la Organización un monto total de 10,5 millones de dólares
por concepto de cuotas; sobre las cuales, por cierto, manifestó su intención de
no pagar.
Esta “sorpresa” demuestra el
desconocimiento de quienes manejan las relaciones internacionales de nuestra
nación, respecto al funcionamiento de los organismos internacionales. Abandonar
un ente de esta categoría tiene consecuencias. Y por supuesto, no es nada
fácil.
Entre otras cosas, porque esta
deserción debe ser aprobada por el poder Legislativo del país, y eso por
supuesto no sucederá en el caso venezolano. Este tipo de detalles funciona sin
duda a manera de blindaje, ya que cuenta con el equilibrio y la independencia
de los poderes. La cosa es que, en nuestro país, el parlamento ha pagado su
falta de sumisión convirtiéndose en objeto de una andanada de agresiones que
serían imposibles en una democracia.
También hay que apuntar que el
desprendimiento de la OEA tomaría un lapso prudencial, de unos dos años, para
ser efectivo. Con la velocidad que está precipitando los acontecimientos,
tendremos un país muy distinto mucho antes de eso.
¿Qué gana Venezuela al intentar
escapar del ente hemisférico? Primero que nada, impunidad. O al menos eso creen
quienes manejan la diplomacia del país como si fuera un carrito chocón. Que,
ante la cierta amenaza de la Carta Democrática Interamericana, el único
blindaje es salirse de la organización. Seguimos, pues, coleccionando errores.
Se dice con insistencia que este
tipo de entidades supranacionales no sirven de mucho. Razón no falta, pero sí tiene
un rol en crisis como la nuestra. Y si no, no se explicaría la huida hacia
delante del oficialismo. Por ello también trató de hacerse con colectividades
de países más de su talla, como la complaciente Unasur, hecha a la medida de la
chequera petrolera que hoy se secó.
O, por mencionar otro caso,
Mercosur, donde una coyuntura de gobiernos aliados a la autodenominada
revolución, hizo pensar en una complicidad perenne. Pero las idas y venidas del
destino han reconfigurado el mapa de poder de esa organización; lo cual, aunado
a la colección de desatinos de la administración venezolana, ha colocado a
nuestro país a las puertas de la suspensión. Ya no hay cómplices allí y el
poder que administra a Venezuela no está cumpliendo con los supuestos más
elementales del ente regional.
Para nosotros, esta vergonzosa
rabieta, no es otra cosa que la materialización de aquel viejo adagio de los
abogados que reza “A confesión de parte”, relevo de prueba. Una acción
intempestiva y sin base, destinada a romper con una institución que estorba sus
ejecutorias y planes, nos confirma que, todas las acusaciones contra la
administración actual, tienen base.
En resumen, salirse de la OEA no
es tan fácil como “me levanto y me voy”. Toma tiempo, tiene un precio y
necesita un consenso de poderes que no existe. Sin contar con las consecuencias
legales y políticas de la acción. ¿Se ha pensado con sensatez desde quienes
deciden? Sabemos que no.
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