David Uzcátegui
@DavidUzcategui
En una sociedad ampliamente
fracturada y descompuesta como la venezolana, cualquier evento que cite a los
ciudadanos en comicios contribuye a bajar la tensión y a buscar soluciones.
Por ello, es enorme la mayoría
que ha alzado la voz ante la confiscación del referendo revocatorio
presidencial que nos tocaba; así como frente a la reiterada postergación de las
elecciones regionales.
Evidentemente, este par de
maniobras han sido adelantadas por el gobierno ante la certeza de que no hay
manera humana de que los resultados les sean favorables.
Por ello, llama de entrada y
enormemente la atención el hecho de que sean ellos mismos quienes pongan ahora
en la mesa, una Constituyente.
Entre las discusiones que ocupan
a diversos sectores de las fuerzas democráticas, la Constituyente ha sido un
tema presente desde hace años, de cara al profundo daño que se le ha hecho al
país en estas dos décadas.
Es el oficialismo el que siempre
ha estado negado a esta opción, anclado en lo que han llamado “la mejor
Constitución del mundo”. A la cual, por cierto, han intentado hacerle diversas
enmiendas y reformas, básicamente dirigidas a perpetuarse en el poder.
Por eso sorprende que la
iniciativa parta ahora desde el poder. Nunca pierden las capacidades de
sorprendernos. La mejor Constitución del mundo, ya no sirve. Así de daño se le
habrá hecho a Venezuela.
Pero por supuesto, hay que ver el
anverso y el reverso. Y no hace falta meterle mucha lupa para descubrir que,
una vez más, quieren hacer las cosas a su manera.
La tolda roja se ha inventado
esta vez una particularísima Constituyente a su medida, que de manera descarada
ignora los procedimientos para adelantar este procedimiento, por demás legal siempre
y cuando sea apegado a los supuestos que lo conforman. Lo cual – vaya sorpresa-
no es el caso.
La Constitución de 1999 nació de
un proceso que se inició con un referendo en el cual los votantes convocaron el
proceso constituyente, luego se fue a elecciones de constituyentistas que
redactaran el nuevo texto y, finalmente fue aprobado en otro referendo.
En aquel momento, la elevada
popularidad del presidente Hugo Chávez logró que una amplia mayoría de los
redactores de la Constitución le fueran afines, lo cual aunado a algunas
triquiñuelas matemáticas –el “KinoMerentes” le garantizó que los
constituyentistas prácticamente se dedicaran a tomar dictado de sus deseos.
De hecho, no tuvo empacho en
presentar una Constitución propia, que dijo haber redactado él mismo y que dejó
en manos de los asambleístas como una propuesta. Propuesta que, sabíamos, era
una orden.
Sin embargo, detalles más,
detalles menos, se cumplió con un proceso que revistió legitimidad, al menos en
las formas.
No es el caso actual.
Para comenzar, no se debe perder
de vista que la autodenominada revolución está lanzando esta propuesta en el
momento de más baja popularidad de su historia.
Por ello, no se debe obviar un
detalle que invalida del todo esta idea: se pretende eliminar la elección
universal, directa y secreta.
Se piensa convocar a un cuerpo
afín al gobierno para que redacte el nuevo texto, con una suerte de delegados o
intermediarios que elijan a estos redactores y que por supuesto, sean afines a
la ideología roja-rojita. Y evidentemente, los referendos para convocar el
proceso constituyente y aprobar la nueva Carta Magna, brillan por su ausencia.
Por otro lado, se empastela aún
más el asunto, al decir que esta Constituyente no es para redactar una nueva
Constitución, sino para “reforzar” la actual. Constituyente es para
Constitución nueva, no para borronear la existente; no hay vuelta de hoja.
Desde esta esquina, pensamos que
debemos recoger el guante del gobierno e ir a Constituyente, siempre y cuando
se cumplan todos los supuestos legales para su convocatoria. Es inaceptable que
ningún gobierno fije los parámetros para este proceso.
A estas alturas de la historia de
Venezuela, el desquiciado proyecto político que han pretendido imponernos, está
comprobadamente fracasado. Llevan las de perder, y menos que nunca tienen
autoridad para imponer los parámetros que pretendan sacarnos de la crisis que
ellos mismos crearon.
Una Constituyente real, en los
marcos legales, es una solución a la más trágica crisis que haya padecido
Venezuela en su historia. La refundación de una República consumida hasta sus
cimientos por una nefasta administración, es hoy más necesaria que nunca.
Pero no serán quienes cargan con
la culpa de semejante tragedia quienes pongan las reglas. No serán quienes
llevan las de perder los que manejen el proceso. Será la ciudadanía, desde su
sentir actual, quien dé el visto bueno a cada fase de este camino a recorrer.
¿Se atreverán quienes gobiernan hoy a pasar por esta prueba de fuego?
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