David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Por estos días ha reflotado en
Venezuela el submarino del diálogo. Un submarino que se sumerge y pasa largas
temporadas en las más oscuras profundidades; para de vez en cuando aparecer en
la superficie, coincidencialmente cuando el gobierno atraviesa turbulencias.
Lo cierto es que la palabra
“diálogo” forma parte del argot de la opinión pública por estos días; pero la
gente no deja de pronunciarla con reservas. ¿A qué se deberá?
Quizá a que es un vocablo
extremadamente manoseado en estos casi 18 años de autodenominada revolución. A
que le hemos puesto demasiada expectativa en el pasado y a que muchos
consideran que es simplemente un salvavidas para comprar tiempo por parte de
quienes hoy conducen la administración pública nacional.
Así sucedió cuando los difíciles
momentos vividos en 2002 y 2003 devinieron en una eterna y estéril Mesa de
Negociación y Acuerdos que solamente arrojó frustración. Y en 2014, fecha que
marcó una conmoción nacional y generó otro acercamiento que terminó convertido
en sal y agua. Motivos para no creer, los hay.
Aunque no se puede hacer tal
afirmación postulándola como una verdad, pareciera que los acercamientos de
quienes mandan para conversar con los excluidos, solamente ocurren en momentos
de crisis extremas –y bajo puntaje en las encuestas- para, como dicen algunos,
“comprar tiempo”.
Los factores que empujan a los
autodenominados revolucionarios a sentarse a hablar confluyen una vez más. Pero
como en el cuento de Pedro y el lobo, ya nadie les cree. Ese es el problema de
dilapidar el capital político en promesas incumplidas. Y lo peor es que ahora
el lobo sí nos está respirando en la nuca.
¿Es de plano inefectivo un
diálogo? No, puede ayudar y mucho. Incluso, aunque tantos venezolanos estén
ganados al descreimiento, puede ser la solución. Entonces, ¿por qué flota esa
percepción de inutilidad al respecto en el país?
Quizá todo parta de la vocación
de monólogo que tiene el gobierno.
Por más de década y media, los
venezolanos hemos sido sometidos a un interminable soliloquio generado desde el
poder. Las cadenas de radio y televisión, no solamente habituales y frecuentes,
sino por demás extensas; aunadas a la multiplicación de medios de comunicación
de corte oficialista mientras el contrapeso de los independientes va menguando.
Invasiva propaganda a diestra y siniestra, que busca no solamente publicitar
los supuestos logros gubernamentales, sino incluso adoctrinar.
¿Y cuál es el resultado? Que el
oficialismo se creyó su propio monólogo. Piensan que lo están haciendo muy bien.
Se acostumbraron a hablar solo ellos. Se marearon de poder y creen, cuando por
fin se sientan a dialogar atosigados por la realidad, que pueden golpear la
mesa con el puño y poner las normas, como lo hace en las instituciones del
Estado, donde las nóminas de trabajadores deben obedecer, so pena de ser
despedidos a pesar de la inamovilidad laboral.
Quienes hoy nos gobiernan son
aficionados a los trajes a la medida cuando se trata del diálogo. Y entonces se
mandan a coser a sus propios mediadores, esos que dicen lo que es agradable
escuchar, los mismos que se retratan sonrientes con una de las partes mientras
descalifican a la otra. Y así, las condiciones del supuesto acercamiento
pretenden ser impuestas unilateralmente. Sobra comentar cuán inútil es este
ejercicio viciado.
Cuando no se ha ejercido
realmente la democracia, cuando no es esquema de pensamiento, cuando es
solamente una etiqueta que se utiliza de la boca para afuera, no se puede
entender que para hacer viable una iniciativa de ese tipo, ambas partes deben
poner sobre la mesa tanto agendas como representantes y que hay que llegar a
acuerdos mínimamente aceptables para los dos grupos. No se puede dialogar
cuando las condiciones son impuestas unilateralmente. Parece una observación
tonta, pero vista la situación, es más que necesario hacerla.
Afortunadamente, en Venezuela sí
hay democracia. La ha impuesto la gente, saliendo a la calle a votar,
entregando el poder Legislativo en manos de una alternativa política que le
mereció confianza, defendiendo su voto y apoyando a sus líderes elegidos,
quienes son hoy representantes de una obvia mayoría.
Una vez más se abre una
posibilidad de entendimiento. Pero obviamente, del lado de la Mesa de la Unidad
Democrática hay condiciones no negociables: referendo revocatorio este año,
liberación de presos políticos, atención a la crisis alimentaria y de salud. Y
por supuesto, es la MUD quien decide cuáles serán sus representantes. Esperar
otra cosa sería, por decir lo menos, desquiciado.
Esperemos sensatez de parte del
otro factor que pretende dialogar, pero que no sabe cómo hacerlo. Apostemos a
que sus convidados sean más agudos que ellos y los aconsejen para que nuestra
nación supere esta hora menguada.
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