David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Se trata literalmente de un
problema de vida o muerte. Más allá de los otros asuntos que complican la vida
de los venezolanos en la actualidad, la inseguridad ha llevado al país entero a
un toque de queda no declarado, donde las ciudades quedan en silencio al caer
la noche y ni siquiera la luz del día es garantía de no ser víctima de algún
delito.
El alegato de algunos, es que
estamos hablando de una situación de muy vieja data en Venezuela. Es verdad.
Pero también es cierto que, lejos de ser combatido, ha crecido exponencialmente
en los últimos tres lustros hasta llegar a quedar literalmente fuera de
control. ¿Por qué?
Lo primero que nos preguntamos es
si el gobierno nacional se detuvo alguna vez en el pasado a medir las
consecuencias de no atajar este monstruo de mil cabezas a tiempo. Porque la
desatención al asunto, el hecho de ser más reactivos que preventivos e incluso,
el dejar semejante responsabilidad en manos de funcionarios sin la preparación
adecuada, solamente han abonado el terreno para que todo empeore
exponencialmente.
¿Hay voluntad política para
abordar el tema? ¿Existe una inclinación
real de los gobernantes para entender lo que vivimos, fijar objetivos y
desarrollar estrategias para reducir de manera importante la violencia?
Porque la voluntad no es una
declaración de buenos propósitos ni un discurso. La voluntad se mide mediante
la cantidad de esfuerzo, dinero, dedicación e interés que se orientan hacia la
solución. Si es que en algún momento ha habido voluntad, no se ha traducido en
resultados.
Pero lamentablemente, ni siquiera
en los frecuentes discursos oficialistas está presente el tema. Para quienes
hoy ostentan el poder, las prioridades son otras. Y esta decisión de gobierno,
está costando día a día numerosas vidas de venezolanos.
Por otra parte, el ritmo
epiléptico en el enfrentamiento de esta calamidad nos coloca cada vez más lejos
de solucionarlo. Nos referimos a esporádicos esfuerzos, como el plan desarme,
que se anuncia con bombos y platillos para luego quedar abandonado y que, como
sabemos es de lejos insuficiente para solucionar, aunque se implementara en
forma impecable. Es apenas uno de los tantos elementos que deben componer una
verdadera política seria contra el delito.
Tampoco ayudan mucho operativos,
alcabalas y otras medidas punitivas de similar corte. Medidas que, por supuesto
deben formar parte de la política mencionada antes; pero que también son
insuficientes por sí solas. Y mucho más insuficientes si no son aplicadas con
la máxima rigurosidad de la profesión policial y muy especialmente en el marco
de una sociedad con balance de poderes que pueda mantener el equilibrio entre
la aplicación de justicia y el respeto a los derechos humanos.
Por otro lado, hay que revisar
seriamente qué está sucediendo con la institución policial en el país. Sueldos,
beneficios, compensaciones, formación. Un buen funcionario que desee hacer su
trabajo, se encontraría de manos atadas ante el deterioro de esa
institucionalidad en el país.
Y hablando del aspecto preventivo,
cabe preguntarse qué está sucediendo con nuestra educación. ¿Se educa
actualmente en Venezuela para la paz? ¿Se inculcan esos valores y principios a
los ciudadanos en formación? ¿Se ofrece un sólido ejemplo de respeto a la vida
y a la propiedad?
¿Hay esperanza para los jóvenes?
¿Pueden insertarse en una sociedad donde con estudio y trabajo sean
productivos? ¿Pueden aspirar a una vida con calidad? Lamentablemente la
respuesta no es positiva en este momento. Y la desesperanza es un fardo muy
pesado.
No se están creando tampoco los
urgentes espacios para la cultura y el deporte, que son no solamente
actividades formativas; sino también antídotos para la delincuencia. La
aparición de instalaciones que permitan la práctica de estas disciplinas va muy
lejos de la enorme necesidad de las mismas; eso para no hablar del deterioro de
las instalaciones existentes, invadidas por la desidia y el desinterés.
Y en este mismo sentido opera el
deterioro general de nuestro entorno. La pérdida del sentido del espacio
público y urbano, la oscuridad en las calles y la falta de mantenimiento que
termina por colonizarlo todo, es fértil abono para actividades ilícitas.
Nos falta piso como ciudadanos.
Instituciones sólidas, formación en valores, castigo para el transgresor. Hasta
que eso no se concientice y se accione en función de ello, no habrá alcabala,
operativo ni recolección de armas que valga. Y seguiremos perdiendo vidas a
manos del hampa.
Es enorme la tarea, y debe ser
ejecutada conjuntamente por especialistas y ciudadanos, trabajando hombro a
hombro. Pero sí es posible. Muchas sociedades lo han demostrado. ¿Estamos
dispuestos?
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