David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Desde hace mucho tiempo, la
desproporción entre los ingresos de los trabajadores venezolanos y el costo de
la subsistencia básica –para no hablar de vivir con calidad- es
desproporcionado. Pero lo angustiante es que la brecha se agiganta por minutos
y nadie parece tener intenciones de detenerla.
El Centro de Documentación y
Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros dio a conocer
recientemente que el precio de la canasta básica familiar escaló 20,3% en el
pasado mes de junio y se ubicó en Bs. 365.101,19.
Con el alza de junio, la
variación anualizada para el período junio 2016 / junio 2015 es 573,6%,
equivalente a 20,7 salarios mínimos, de acuerdo con la remuneración base legal
de Bs. 15.051,15.
No estamos hablando de uno y
medio, ni de dos, ni siquiera de cinco o diez veces más. Estamos hablando de
que una familia, integrada por cinco miembros en promedio, requiere 24,3
salarios mínimos para poder adquirir la canasta básica familiar.
La información la suministra una
fuente confiable, referencia de este indicador desde hace muchos años. Fuente a
la cual hay que recurrir ante la ausencia de datos oficiales.
Ya no se trata de rebuscarse, ni
de tener dos trabajos, ni de que todos los miembros de la familia en edad de
trabajar lo hagan. La realidad ha dejado como un chiste de escaso alcance
aquello de que mientras los sueldos suben por la escalera, los precios lo hacen
por el ascensor.
La desproporción es tal, que ha
desconfigurado la vida de los venezolanos en todo sentido. La peor de todas las
consecuencias es sin duda el recorte de los alimentos en la mesa familiar; ya
que hay un perverso coctel en el cual no solamente toma parte la inflación,
sino también la escasez.
La comprometida situación de
nuestros ciudadanos se hace patente en las ya tristemente célebres colas que se
multiplican en cantidad con el correr de las horas; así como en las salidas de
los venezolanos a comprar comida fuera de nuestras fronteras, ya no solamente a
Colombia sino también a Brasil, donde consiguen variedad de productos a precios
mejores que los de los especuladores de oficio conocidos como “bachaqueros”.
La Folha de Boa Vista, en su
edición del 20 de junio, dedicó una publicación a la “invasión” venezolana.
Según el diario brasileño, el comercio en la ciudad fronteriza, con la llegada
diaria de venezolanos, en un mes creció 90%.
El repunte ha sido tal que aquellos negocios dedicados a vender ropa
cambiaron esa mercancía por alimentos.
La situación alcanza tales
proporciones, que incluso hay fotos satelitales de los miles de venezolanos que
cruzaron desde Táchira hacia Cúcuta hace pocos días, y que no estaban haciendo
turismo, como irresponsablemente afirmaron algunos voceros oficialistas. Literalmente, la crisis venezolana se puede
observar incluso desde el espacio exterior.
Por otro lado, a Red por la
Defensa al Trabajo, la Propiedad y la Constitución, informa en un comunicado de
prensa que un 80% de los venezolano consumen un kilo o menos de comida
diariamente, lo cual nos colocaría como el país de todo el continente con los
niveles de alimentación per cápita más bajos por habitante y dentro de los 20
de menor consumo a nivel mundial.
Por primera vez en la historia de
Venezuela, la tarea de conseguir alimentos es el eje de la vida política y social
de nuestra nación. Es tema de conversación en los sitios de trabajo, en el
transporte público, en las calles.
¿Hay solución? El país al día de
hoy se encuentra secuestrado por tal estado de anomia, que pareciera que no. La
desesperanza crece ante la exponencial multiplicación de las adversidades y la
ausencia de señales claras desde el gobierno nacional, que permitan confiar en
que se trazará un plan concreto que permita conducir a la economía hacia la
recuperación. Y por supuesto, hablamos de algo que sea más que propaganda o
discursos.
Sí, se puede hacer, y mucho.
Producir, por ejemplo. Dejar de criminalizar a la iniciativa privada, dejar de
ver enemigos en todo lo que piense diferente. Sentarse a hablar con la urgencia
de resolver y no como táctica dilatoria para preservar el poder. Reconocer
errores y rectificar, para quitarles penurias de encima a los hombros de los
venezolanos.
Administrar mejor lo que queda de
lo que alguna vez fueran cuantiosos recursos y que hoy vemos menguados no
solamente por la caída de los precios petroleros, sino por despilfarro
indiscriminado e inexplicable.
Se acabó la soberbia, no tiene
más cabida en un país que está literalmente entre la espada y la pared. La
inacción y la impericia de quienes gobiernan hoy, está quedando descubierta a
los ojos de todos como consecuencia del deterioro de las más elementales
condiciones de vida. Y todos los venezolanos son las víctimas inocentes.