David Uzcátegui
La reciente agresión sufrida por el diputado Julio Borges es apenas uno más de tantos episodios de violencia que colman la cotidianidad de los venezolanos en forma creciente, en cada esquina del país.
Como muchos lo han advertido
desde tiempo atrás, urgía atajar la virulencia de los discursos, porque las
palabras se traducen en hechos y no existe justificación alguna para diseminar
contenidos llenos de odio, que solamente podían conducirnos a lo que hoy
vivimos.
Junto a las reiteradas agresiones
de las cuales son objeto cotidianamente los propulsores de la alternativa
democrática, también alarma la creciente escalada contra los periodistas que
cubren los acontecimientos, señalados como objetivo de una parcialidad
política, por el simple hecho de servir de intermediarios entre los sucesos y
la gente.
La pregunta es: ¿quién gana con
la violencia? Se paraliza el país, aún más de lo que ya está. El ambiente
enrarecido complica la realización de un evento electoral, como lo es el
inminente referendo revocatorio. Más allá de eso, lo dramático es que se trata
de la única salida a una situación de penuria, que no solamente tiene que ver
con inflación, escasez e inseguridad, sino también, justamente, con violencia.
El diálogo, que despierta las más
variadas opiniones entre los venezolanos, es también altamente cuesta arriba
cuando se tiene sobre la cabeza una espada de Damocles que únicamente tiene
como objetivo el chantaje.
El país se nos desdibuja a paso de
vencedores, y los responsables –o irresponsables- son también los cómplices de
la violencia. Quienes la llaman, quienes la aúpan, quienes la ejercen y lo
hacen no solamente desde los hechos, sino desde el verbo. Desde la
glorificación en la palabra de una
patada al tablero que solamente nos puede internar aún más profundamente
en el oscuro callejón sin salida que desde hace rato transitamos.
La gente lo sabe, la gente está
clara. Para el ciudadano de a pie es obvio quién juega para intereses egoístas
y agendas propias; y quién le apuesta a la viabilidad de una Venezuela de paz,
que nos pueda garantizar vida y bienestar a todos. El triste espectáculo
salpicado de rojo, no tendrá aplausos de los venezolanos.
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