David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El término que titula este
artículo no es nuestro. Lo tomamos prestado del Decreto de Emergencia Económica
propuesto por el Ejecutivo nacional. Y saludamos que de parte del gobierno
central, por fin se le dé un nombre y un apellido a la grave situación que
padece actualmente Venezuela. Nombre que, por demás, es el correcto.
Desde hace mucho tiempo, un grupo
de venezolanos había venido advirtiendo sobre el rumbo errado que se le estaba
dando a la sobreabundancia de recursos generados por la buena racha de precios
petroleros; pero jamás encontró eco en los mandos del país. Hoy, nadamos en el
mar de consecuencias generadas por ir a contrapelo de lo que dictaba la
sensatez y la prudencia.
Lo cierto es que nos encontramos
con una nueva Asamblea Nacional en la cual se impuso el deseo de cambio del
país, al dar su confianza a una mayoría incuestionable de la Mesa de la Unidad
Democrática. Y no se trata de llevar la contraria al poder Ejecutivo central
siempre y porque sí.
El asunto es que alguien, en
algún momento, tenía que decir las verdades que nadie desde dentro del mismo
gobierno se atrevía a decir. Y la primera tarea del nuevo parlamento es colocar
al poder central de cara con sus propios errores, que hoy pagamos todos los
venezolanos por igual.
Y lamentablemente, es lo que va a
tocar con el mencionado decreto, que si bien parece llegar en el momento justo
y reconocer por fin la compleja situación nacional, la aborda desde puntos de
vista a todas luces equivocados.
Pide el gobierno carta blanca
para “Asignar recursos extraordinarios a proyectos previstos o no en la Ley de
presupuestos a los órganos y entes de la administración pública para optimizar
la atención de los venezolanos en los sectores de salud, educación, alimento y
vivienda”.
Es decir, se solicita no rendir
cuentas a la nueva AN respecto a una serie de gastos medulares, que quedarán en
manos de quienes no supieron administrar la abundancia; pero piden carta blanca
para administrar la escasez y adicionalmente, invitan al nuevo parlamento a renunciar
a su función contralora.
El decreto también pide
“Dispensar de los trámites cambiarios establecidos por Cencoex y por el Banco
Central de Venezuela a órganos y entes del sector público y privado a fin de
agilizar y garantizar la importación de bienes o insumos indispensables para el
abastecimiento nacional”.
En otras palabras, se propone
saltarse la transparencia que debe ser ley en toda administración pública, en
nombre de una “agilidad” que quedaría nuevamente en manos de uno solo de los
poderes, obviando que hay otro, puesto allí por los mismos electores para
ajustar los desequilibrios que nos llevaron a esta emergencia.
Porque si a los números nos
vamos, es obvio que muchos de quienes en el pasado votaron por el oficialismo,
hoy lo hicieron por la MUD en las parlamentarias; lo que en la práctica sería
el llamado “voto cruzado”, opción de los electores independientes en todo el
mundo, y una manera de atajar los desequilibrios, que en democracia se curan
con el contrapeso de los poderes.
En los años de la bonanza
petrolera –recientes, pero ya parecen lejanos- se cometió el error capital que
muchos países han cometido en situaciones similares. Era terriblemente tentador
importarlo todo. Salía más barato y el dinero estaba allí.
La consecuencia de tan garrafal
error fue la desaparición del aparato productivo nacional, muerto de mengua.
Ahora, cuando no hay dinero para comprar a manos llenas en el exterior todo lo
que necesitemos, la mirada se vuelve hacia adentro y no encuentra capacidad
alguna de satisfacer nuestras necesidades.
Ante la situación límite que
vivimos, voceros oficialistas llaman al sector privado a producir, a un sector
que ha sido criminalizado, señalado y perseguido y que, por tales razones,
muestra serias reservas de atender a tal llamado, que de paso no es nuevo y que
jamás ha pasado de una serie de buenas intenciones verbalizadas.
Esperamos, que ante el callejón
sin salida que ahora nos presiona, haya acciones concretas por parte de quienes
tienen el poder en el sentido de trabajar conjuntamente. Sin embargo, aún nos
sentimos escépticos. El llamado es tibio, ambiguo, tembloroso. Busca imponer
reglas desde el gobierno, más que escuchar a quienes de verdad saben producir.
El concepto de lo que realmente significa la palabra “diálogo”, todavía parece
lejano en estas nuevas propuestas.
Volvemos al siempre citado
editorial de Arturo Uslar Pietri, “Sembrar el petróleo”. De eso se trataba: de
invertir y de no derrochar los ingresos de las “vacas gordas”. Y en descargo de
quienes hoy gobiernan, no es la primera vez que en nuestro país se comete
semejante error. Lo frustrante para nuestro gentilicio, es repetir viejas
desgracias que ya habíamos padecido, no aprender del pasado.
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