David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El brillante evento electoral que
protagonizamos todos los venezolanos el pasado domingo, le ha devuelto la
sonrisa al país. Y ha dado la razón una vez más a quienes han defendido
reiteradamente la cita comicial como el instrumento medular para resolver el
desencuentro entre venezolanos.
Son muchas las ganancias que
sumamos a nuestros haberes como nación desde ese 6 de diciembre de 2015 que
quedará para la historia.
La primera es haber entendido que
la participación masiva en los eventos electorales sí es la forma de cambiar
las cosas. Atrás quedaron las tesis abstencionistas que nos hicieron tanto daño
y que entorpecieron en forma lamentable la resolución de nuestros conflictos
durante muchos años.
En segundo lugar, el ejercicio de
ciudadanía nos puso los pantalones largos como país en forma ejemplar. Y no se
trató solamente del valioso acto de acudir a los centros de votación para dar a
conocer nuestra voluntad. Hablamos de la conducta cívica, civil y civilista de
ese día extraordinario. En las calles, en las colas para depositar nuestro
voto, en el apoyo entre amigos, familiares y vecinos para resolver la logística
de ese día decisivo.
No existieron excesos en la
celebración de los votantes cuya opción triunfó, ni revanchismo entre quienes
recibieron resultados adversos para sus candidatos.
Adicionalmente, el ejemplar
comportamiento de los funcionarios del Plan República selló un nuevo modo de
entendimiento entre distintos factores de la sociedad venezolana. Sin caer en
el optimismo ciego, creemos que todo fue ganancia.
Y nos permitimos hacer una
mención muy especial a la triunfadora Mesa de la Unidad Democrática, porque ha
sido un ejercicio largo y complejo, que ha costado años y trabajo. No es una
victoria mágica; sino labrada a pulso en un entendimiento de los factores
políticos de oposición que muchos juzgaron imposible y otros tantos, inútil.
Postergar proyectos grupales y
personales por el interés superior del país, ha sido la prueba que han debido
pasar quienes pretendan hacer carrera de largo aliento en la política nacional.
Pero hoy nadie puede negar que haya valido la pena.
Vencimos y derrotamos a toda una
colección de fantasmas que nos habían acompañado en los últimos años. No es
posible que las fuerzas alternativas democráticas ganen una elección, si
ganamos no nos van a reconocer, y sobre todo, el más inquietante: el de la
violencia que rondaría en cada intento de los venezolanos de resolver sus diferencias
con votos.
Ciertamente, no dejamos de creer
que este último fantasma anda por allí, agazapado; pero extremadamente
minoritario, minusvalizado y fuera de contexto, porque ya no tiene lugar entre
nosotros. No fue comprado por las masas, quienes con su conducta demostraron la
inequívoca voluntad pacifista de la venezolanidad.
A mitad de la segunda década de
este siglo XXI, nuestro país ha estrenado un evento que nos ha llevado a estar
a tono con los tiempos mundiales y que ha recuperado el orgullo de la
venezolanidad, tantas veces torpedeado por dudas, por autocrítica y por
incertidumbres.
De cara a los tiempos por venir,
hay mucho trabajo: el mutuo reconocimiento de los distintos factores de poder,
que ahora se equilibran con representaciones proporcionales de las distintas
formas de pensar de los venezolanos en la Asamblea Nacional, que – siempre lo
dijimos desde aquí- es el foro perfecto para construir el país inclusivo y de
concertación por el que hemos clamado desde hace tanto tiempo. Allí estamos
representados todos y todos debemos ser escuchados.
Nadie puede caer en tentaciones
de desconocimiento del contrario. Ni el Ejecutivo ante una AN compuesta
mayoritariamente por la Mesa de la Unidad Democrática, ni esta última ceder a
tentación alguna de triunfalismo, cuando tiene la oportunidad de hacer las
cosas de otra manera, de ser incluyente y abierta al diálogo desde su victoria,
conducta que además es la razón de existir de ese cuerpo colegiado.
Allí está finalmente el
contrapeso que permite que el sistema democrático funcione, y todos los actores
políticos del país deben participar en involucrarse. Es la voluntad expresada
inequívocamente por millones de venezolanos que apostaron a cualquiera de las
dos opciones políticas; pero que tienen en común el hecho de haber apostado a
la paz y a la democracia mediante el inequívoco acto de haber acudido a votar.
No viene un camino corto ni
fácil. Los venezolanos enfrentamos toda una colección de problemas que no es
necesario mencionar porque todos los conocemos, están en la calle. Pero el
mandato de la gente es que todos nos sentemos a trabajar en la solución, no
cabe alternativa alguna. Quien no entienda esto, quedará fuera de juego en un
país donde no cabe otra cosa que no sea la paz.
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