David Uzcátegui
@DavidUzcategui
La presión social que se siente
en el ambiente venezolano ha aumentado en los últimos días y parece no
decrecer. Ya sabemos cuál es el coctel fatal de inflación y desabastecimiento,
que ha atrapado a nuestra nación en lo que los economistas llaman “estanflación”,
un escenario francamente indeseable, absolutamente adverso al crecimiento de un
país y al bienestar de sus ciudadanos.
Sin embargo, también pensamos que
no es el momento de recriminaciones e inculpaciones, simplemente porque ello
nos distrae de la tarea urgente de este momento: encontrar soluciones e
implementarlas.
En notas pasadas comentábamos la
necesidad de convocar a la gente, a todo el mundo, a la venezolanidad en pleno,
para aportar a esta suerte de “tormenta perfecta” en la cual se encuentra el
país en este momento.
Y que conste que dicha tormenta
perfecta tiene que ver tanto con la aplicación de políticas que consideramos
erradas –vistos sus resultados- como con factores exógenos que escapan al
control de nadie, como la caída de los precios petroleros.
Pero hoy nos preguntamos: ¿en
torno a qué unimos a la gente? ¿En torno a cuál plan, a cuales acciones? ¿A qué
programa de acciones le debemos poner los venezolanos la voluntad, el pecho y
el corazón?
Y son muchos los compatriotas con
sobrados conocimientos que han señalado qué es lo que se está haciendo mal y
cómo hacerlo bien a partir de ahora para brindarle una mayor calidad de vida a
la gente, que es lo que al final del día interesa a todos.
También el sentido común hace lo
suyo, porque si bien atravesamos una circunstancia por demás complicada;
también es cierto que el ubicar dónde quitar y dónde poner, también tiene
bastante de lógica.
Por ello, insistimos, hay que
accionar. Y hay que trazar un rumbo que sea propicio para salir adelante y que
debe ser apoyado por todo el que quiera a Venezuela y por quienes tengamos en
esta patria un afecto y un dolor, que somos todos los venezolanos.
Lo primero, y en ello reiteramos
lo del sentido común: hay que ahorrar. El aparato burocrático se ha hecho
enorme y se ha exacerbado el pecado original de Venezuela, que tiene que ver
con poner absolutamente toda actividad económica a cargo del Estado.
Eso, con un barril de petróleo a
más de 100 dólares era perfectamente posible. Desaconsejado, pero posible.
Ahora, con el barril a cuarenta y pocos dólares y amenazando con desplazarse
hacia los treinta y pico, es sencillamente inviable.
¿Cómo se puede recoger este
aparato público que se ha desparramado hasta niveles que atentan contra la
viabilidad de la economía nacional? Es una compleja discusión que hay que dar.
Y en ello se debe incluir la otra tarea postergada de la actual administración:
hacer las paces con la empresa privada.
Porque el relocalizar
trabajadores que agobian la nómina pública en una empresa privada emergente y
con visos de prosperidad, traería una bocanada de optimismo al país. Y
permitiría focalizar los recursos públicos a lo verdaderamente prioritario, que
clama por la atención gubernamental en estos momentos.
También es urgente revisar los
programas de auxilio de Venezuela a otros países. Y volvemos a recordar: el
petróleo venezolano está muy lejos de aquellos añorados cien dólares. Ya no
somos el muchacho rico de la cuadra. No podemos presumir, y ni siquiera tenemos
mucho para ejercitar nuestra buena voluntad, por más loable que ello sea.
Con el asunto de Petrocaribe,
Venezuela parece estar ajustando su posición a una realidad más pragmática.
Que, dicho sea de paso, es lo más aconsejable en este momento. Fuentes
especializadas, citadas recientemente por diversos medios de comunicación, aseguran
que el gobierno de Venezuela ha ido renegociando las condiciones para poder
recibir al menos una parte del pago del financiamiento prestado a los países
firmantes a lo largo de diez años.
Y ya que estamos en el delicado
tema energético, debemos recordar que el precio del combustible en Venezuela es
el más bajo del mundo, y está muy lejos no digamos de dar ganancias; sino de
aunque sea cubrir los costos de producción.
Es un subsidio que pesa demasiado
en el presupuesto nacional y que, si bien beneficia a sectores desfavorecidos,
lo hace por igual con estratos sociales que podrían pagar más por el
transporte. Tiempo atrás se habló de corregir esta anomalía; pero
lamentablemente, el día a día enterró esta discusión. Es hora de reflotarla.
Y de levantar los controles de
precios y el de cambio. Es una medida audaz pero necesaria. Y que debe ir
acompañada de medidas compensatorias, así como de implementación gradual. Pero
no se puede evadir. Tenemos a la gente, y tenemos claridad en las medidas que
hay que tomar. No es fácil, pero nos brindarán el país mejor que tanto
necesitamos. ¿Cuándo vamos a comenzar?
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