Por David Uzcátegui
Secretario Nacional de Asuntos Municipales Primero Justicia
@DavidUzcategui
La noticia de la semana de este lado del mundo ha sido sin duda la Cumbre de Las Américas celebrada en Panamá. Y la noticia dentro de la noticia fue que en tierra panameña se enterró el último vestigio de Guerra Fría que vagaba, fantasmal y sin rumbo, por el planeta.
Por primera vez en décadas, se logró sentar en un mismo foro internacional a representantes de Estados Unidos y Cuba, un desencuentro que pesaba y obstaculizaba en la integración continental; porque dicha integración no se puede entender solamente como un asunto del sur del Río Grande, cuando nos unen tanto a vínculos económicos, culturales y geográficos con el gigante del norte.
Siempre hay vedettes en estas cumbres y sin duda el foco fue compartido en esta ocasión por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro. Del primero ya hemos dicho desde esta tribuna, que cabía esperar sorpresas cuando se encuentra más allá de la mitad de su segundo mandato y ello le permite tomar decisiones polémicas desde el punto de vista político sin temer costos electorales.
Esto fue sin duda lo que hizo respecto al largo lapso de desencuentros con su vecina isla caribeña, circunstancia que podemos explicar con un dicho de nuestros abuelos: “si siempre haces lo que siempre has hecho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido”.
Era un disparate, por decir lo menos, esperar que el juego trancado de las relaciones cubano-estadounidenses avanzara mediante la reiterada aplicación de la misma receta que no ha mostrado resultados en cinco décadas.
Por parte de Raúl Castro, señalado por ser el hermano de Fidel, hay que recordar una cosa. No es Fidel. Y por ello, también puede traer sorpresas. Y de hecho las trae. No serán tan drásticas y definitivas como las de Obama y definitivamente desconocemos las herméticas circunstancias internas de la isla; pero también sabemos –o suponemos- que se mueven corrientes submarinas que traerán sorpresas. Y para quienes piensen lo contario, recordemos que hace pocas emanas despertamos con la sorpresiva noticia del acercamiento entre Washington y La Habana, algo impensable por años y más años. ¿Cuál será la próxima sorpresa de este tenor?
Mientras en suelo panameño Obama y Castro se daban el esperado e histórico apretón de manos, aumentaban los vuelos a Cuba desde territorio estadounidense y las tarjetas de crédito de la nación norteña comenzaban a pasar por establecimientos cubanos. No pasará mucho tiempo para que veamos resultados tangibles que nos confirmen si la jugada del controversial mandatario norteamericano valió la pena o no.
Por otra parte, la falta de acuerdos, al menos estampados en papel y firmados, fue una característica del encuentro, la cual no desmerece el hecho de que se hayan producido encuentros bilaterales entre diversos países y las infaltables “contracumbres” que se sirven de la Cumbre para declararse en la acera contraria.
En este sentido, suele ser predecible lo que va a suceder, pero no dejemos de pensar que suceden cosas que valen la pena, y que quizá se desenvuelven más en los pasillos que en las plenarias. Y esto tiene que ver con el conocimiento político del entorno y sobretodo, con tener claros los objetivos como nación.
Por supuesto, al hablar de una convocatoria de esta categoría, los venezolanos no podemos evitar evocar aquella frase que pronunciara el desaparecido presidente Hugo Chávez, quien subrayó que los mandatarios se la pasaban de cumbre en cumbre mientras los pueblos estaban de abismo en abismo.
No parece haber sido por ejemplo, el caso de Panamá, país que dinamizó su economía con el encuentro internacional y con la llegada de múltiples delegaciones destinadas a ejercer representación de sus naciones.
Panamá sumó a su marca-país, la convertirse en bisagra del continente, ya no solamente en lo económico y en lo geográfico, con el imprescindible canal que lo atraviesa, sino también con un protagonismo político que nos habla de su empuje y avance en esta década.
Cincuenta mil extranjeros llegaron a suelo panameño, ingresaron más de 100 millones de dólares, la ocupación hotelera subió a 85%, veinte puntos más que el promedio habitual. Voceros de todas las tendencias políticas coincidieron en la calidad de anfitriones que habían conseguido en los panameños.
Digamos pues, para concluir, que las cumbres en sí –como todo en la vida- no son ni malas ni buenas. Depende de la actitud con que se asuman, de lo que se espere obtener, de la claridad de objetivos, del sentido de la oportunidad, de la capacidad de diálogo, de adaptarse, de modificarse. Y de saber qué queremos de ellas.
El balance parece haber sido positivo para nuestra región. Insistimos una vez más en ver el vaso medio lleno. Las diferencias siempre existirán y al menos en este caso se respetaron y no comprometieron la altura de la cita. Eso es digno de aplauso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario