domingo, 12 de abril de 2015

"Dilma en su laberinto"

Por David Uzcátegui
Secretario Nacional de Asuntos Municipales Primero Justicia
@DavidUzcategui


Dilma Vana Da Silva Roussef es la primera mujer que ha sido elegida presidente de Brasil y la quinta en un país latinoamericano, cuando aún ni en Estados Unidos ha sucedido esto. Guerrillera, militante de la izquierda, prisionera política comparada por sus correligionarios con Juana de Arco, se trata de una personalidad respetada y admirada incluso por sus detractores. La revista Forbes la ha ubicado entre las mujeres más poderosas del mundo, precedida solamente por Angela Merkel y Hillary Clinton.
Su militancia en el Partido de los Trabajadores le permitió entrar en un rol estelar en el gobierno de Luiz Inacio “Lula” Da Silva, en el marco de una luna de miel que se prolongó de tal manera que le dio dos períodos a este ex dirigente sindical y luego otros dos más a su sucesora. Sin duda una de las cuotas de popularidad de más largo aliento que se recuerde en la historia reciente de la política latinoamericana.
Por esos extraños e irónicos giros del destino, Dilma pasó a tener visibilidad en el gobierno de Lula cuando reemplazó a un alto mando señalado por corrupción. Y decimos que es una gran ironía porque ahora., justamente, los escándalos de corrupción han mellado gravemente el inicio de su segundo mandato, justamente cuando el PT está lógicamente desgastado y exhausto tras haber vencido en cuatro elecciones.
Dentro de las muestras que dio Lula de ser eso que llamamos “un animal político”, estuvo su extraordinaria habilidad para desprenderse de los personeros señalados por latrocinio. Esto nunca afectó su imagen, aunque sí la de su partido.
El “lulismo” se separó del PT y ello le dio a Lula la potestad de escoger a su sucesora, y nada mejor que una mujer, la intachable Dilma, quien también había sido salpicada muy de cerca por malversaciones, logrando escapar de las mismas sin padecer daños colaterales.
De esta manera, la ex guerrillera que combatió a la larga dictadura militar brasileña, se hizo con el triunfo gracias al 54% de los votos. Y heredó lo que en Venezuela se llamaría un “bacalao al hombro”.
No es fácil ser la sucesora de un hombre con tan buena estrella, y hay que decir que Dilma lo ha hecho brillantemente, para las dimensiones de tal responsabilidad.
De Lula heredó la misión de acorralar la pobreza y robustecer a la clase media, cuando muchos decía que los logros de su antecesor parecían más bien el espejismo de una burbuja que caería por su propio peso. Continuó su política de no entrar en los moldes estrictos del sistema financiero internacional, apoyándose para ello en la formidable carta política que constituye el Mercosur y en el grupo BRICS. Una irreverencia aplaudida por muchos y que trajo oxígeno a las soluciones predecibles en este campo.
Lo cierto es que el llamado “lulismo” logró avances contundentes que fueron alabados por la población brasileña, tanto así que le dieron al cuestionado partido cuatro triunfos en línea.
Pero a pesar de los esfuerzos de esta nueva dama de hierro latinoamericana, el barniz se descascara. La magia pierde brillo. Los escándalos de corrupción siguen explotando como cotufas. El más ruidoso: el de la petrolera estatal brasileña Petrobras. El más reciente: el de la abogada Erenice Guerra.
Tanto la Roussef como su mentor político han librado admirables pulsos con los escándalos de corrupción más sonados de la era democrática brasileña y es admirable cómo han logrado deslastrar sus respectivos nombres de las consecuencias nefastas de ello.
Por si todo ello fuera poco, el reciente Mundial de Fútbol también hizo aguas. Se trata de eventos que se constituyen en armas de doble filo, que pueden bendecir el nombre de un país como marca ante el resto del mundo; pero que también pueden hacer que se vean las costuras.
Sin embargo, el espacio político de la prestigiosa mujer se reduce. Las bendiciones se desgastan y destiñen. Ya son muchos los funcionarios del entorno de los cuatro gobiernos consecutivos del PT que han caído en desgracia. Y la gente lleva la cuenta.
Y ello fue así en este caso, debido al retraso en la entrega de las obras para la justa futbolística, a los cuestionables estándares de calidad en algunas, al dinero dilapidado y a las manifestaciones de sectores populares que aún no son redimidos de la pobreza, tras años de lo que a ratos pareció auténtico desarrollo pero que se vio también por momentos como una burbuja inorgánica.
 Ahora viene otra prueba de similar talla: las Olimpiadas 2016. Suponemos que deberán ser mejor libradas, con la experiencia previa. Y por supuesto para el gentilicio latinoamericano es una alegría que semejante encuentro toque en esta tierra del coloso del sur.
El laberinto de Dilma aún no se desploma. Y como una heroína del cine, está aún a tiempo de escapar ilesa del colapso en la escena final. Esperamos con suspenso el desenlace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario