La verdad es como un salvavidas, por más que intenten hundirlo,
siempre consigue la forma de salir a flote. Y eso es justamente lo que
está ocurriendo hoy en nuestro país: están saliendo a flote todos los
errores, los desaciertos y todas las mentiras, que han deteriorado la
calidad de vida de nuestro pueblo, pese a la insistencia de algunos, de
mostrar los “éxitos” de un modelo económico que a todas luces fracasó
desde el mismo momento en que comenzaron a aplicarlo.
El socialismo del siglo XXI, como lo bautizaron, ofreció grandes
promesas. La instauración del paraíso en la tierra, pero en la práctica
ha sido y es un verdadero desastre. Un modelo en el que la propiedad de
los medios de producción está solo en manos del Estado, en el que se
expropian empresas, confiscan empleos y en el que se ve al esfuerzo
privado como un enemigo, no puede ser exitoso.
A esta realidad debemos sumarle la enorme corrupción e incompetencia
de quienes hoy están en el gobierno, que quedan evidenciadas en las
Memorias y Cuentas de algunas empresas estadales. Quienes las dirigen no
pudieron ocultar ni maquillar el fracaso al que fueron condenadas, por
la aplicación de las políticas de un modelo errado, que también destruyó
nuestro aparato productivo.
La crisis económica parece que llegó para instalarse en nuestra
Venezuela, sin que veamos intención del gobierno de resolverla. Lejos de
tomar las medidas para solventar la crisis, esta se enquista con el
correr del tiempo. Las devaluaciones de nuestro bolívar, los problemas
para obtener divisas, las trabas para importar, la escasez de materia
prima y las expropiaciones, nos han llevado a que nuestra Venezuela hoy
tenga la inflación más alta del mundo, al poco por no decir nulo
crecimiento económico, a pesar de tener las reservas de petróleo más
grande del planeta.
En el mundo ya existían ejemplos de lo que no se debe hacer en
materia económica. El modelo de la Unión Soviética, de los años 70, en
la que factores similares a los de nuestro país, contribuyeron a
conformar una peculiar economía, caracterizada por la escasez, largas
colas y corrupción, que llegaba a niveles en los que un trabajador,
escondía algún producto de primera necesidad debajo del mostrador para
dárselo a sus amigos, familiares o para protagonizar algún soborno.
Algunos modelos, como el que hoy dicen aplicar en nuestra Venezuela,
no han podido resolver las dificultades de la oferta de bienes ni de la
creación del capital fijo, porque son modelos profundamente
centralizados, que anulan la iniciativa individual y la motivación del
pueblo a progresar. Estos modelos no han funcionado adecuadamente en
ninguna parte del mundo y su rotundo fracaso en la Unión Soviética fue
un claro indicio de su incapacidad para cumplir con sus promesas.
Después de 15 años que debieron haber sido dorados, nuestra Venezuela
es hoy más pobre. Pero lo peor y más trágico es que quienes hoy
sumergieron a nuestro país en una de las crisis económicas más
dramáticas de nuestra historia, continúan mintiéndole a nuestro pueblo y
creyéndose sus propias mentiras e ideas desfasadas.
Los del gobierno se jactan de que la pobreza y el desempleo
disminuyeron en Venezuela. Que Venezuela es hoy una de las economías más
prósperas del mundo. Pero cuando uno ve las cifras y observa cómo la
inflación en los primeros tres meses de 2014 ya suma 10,1%; lo que
significa que la inflación acumulada de los últimos 12 meses es de 59,4%
y el precio del dólar en 2013 pasó de 4,30 a 6,30 bolívares, luego al
Sicad y después al Sicad II; cuando uno ve que el BCV no publica datos
de escasez desde enero de 2014, el cual fue de 28%, y lo normal para un
país es de 5%; cuando uno ve que la producción del petróleo ha
disminuido y hasta tenemos que importar gasolina; que las reservas
internacionales siguen cayendo y han desaparecido más de 5 mil empresas;
que somos el segundo país en riesgo para inversiones en América Latina y
la empresas de Guayana están por el piso; yo me pregunto, sobre qué
realidad sostienen esas afirmaciones.
Durante esta semana han anunciado, con bombos y platillos, una
“ofensiva económica” con la que buscan “equilibrar” y “corregir” el
desbalance de un modelo que fracasó y que por consiguiente no da para
más. Somos los primeros interesados en apostar al éxito de esas medidas.
Pero el gobierno debe hablarle con la verdad a los venezolanos. Es
hora de afrontar la dura realidad y asumir responsabilidades, pero lo
más importante es tiempo de rectificar.
Es necesario reactivar los parques industriales, actualmente
paralizados por la falta de materia prima, con la finalidad de reducir
las importaciones e impulsar un plan de infraestructura nacional que
estimule el empleo. Es preciso crear centros de producción según las
fortalezas de cada región, promoviendo las inversiones que mejor
aprovechen sus recursos. Es urgente revisar el estado de las tierras
expropiadas y reactivar el campo venezolano. Es clave apoyar a nuestros
pequeños y medianos emprendedores, sin importar cómo piensen, otorgando
facilidades para aceder a créditos productivos e incentivos fiscales
para las nuevas inversiones. Es ineludible el trabajo mancumunado entre
el esfuerzo público y privado. Y no podemos olvidarnos de promover la
capacitación de la fuerza trabajadora. Hay que invertir en la educación,
solo con una educación de calidad se logran los cambios que nuestro
país necesita.
En definitiva, la crisis económica en nuestro país se combate con
mucha producción nacional. Nuestra Venezuela tiene todos los recursos
naturales y el mejor recurso humano para ser la nación más productiva
del mundo. Con una política económica, transparente, responsable y
sostenible, que estimule la inversión, eleve el poder adquisitvo y
genere empleos de calidad para todos por igual. Esa es la Venezuela de
progreso que todos queremos, con la que soñamos y por la que seguiremos
luchando.
Todos los venezolanos tenemos el derecho constitucional de protestar
de manera pacífica y mientras exista este caos y tantos problemas sin
respuesta por parte del gobierno, nuesto pueblo seguirá en las callles
protestando, porque ninguna sentencia del TSJ puede estar por encima de
nuestra Constitución.
¡Que Dios bendiga a nuestra Venezuela!
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