Hasta en las guerras, hay una pausa para dialogar. En la Venezuela
actual tiene que haber una oportunidad para ello. Dialogar no significa
claudicar las ideas, pero sí encontrar un camino que permita
encontrarnos y reconocernos con quienes no piensan como nosotros. Con un
solo objetivo: erradicar para siempre la violencia e intolerancia de la
vida de los venezolanos, para crear condiciones económicas y sociales,
que permitan a nuestro pueblo avanzar tranquilamente hacia el progreso y
el futuro.
Con esa firme creencia asistimos esta semana a Miraflores, para
sentarnos a hablar con quienes están en el gobierno, teniendo como
testigos a los Cancilleres de Ecuador, Brasil y Colombia y al Nuncio
Apostólico en nuestro país, Monseñor Aldo Giordano, porque sabemos, tal
como lo creían Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela, que
el diálogo es la principal herramienta de los movimientos que quieren
justicia y que se niegan a utilizar como método la violencia.
Nuestro
pueblo tuvo por primera vez en 15 años la oportunidad de escuchar, en
cadena nacional de radio y televisión, otras voces. De contrastar entre
dos modelos. Uno que se defiende a sí mismos y sus intereses, y el
nuestro que habla de defender los intereses y la unión del pueblo.
Venezuela es un país con más futuro que presente, aunque este gobierno
insista en un discurso trasnochado y anclado en el pasado, con el que
buscan dividir y no la solución de los problemas de los venezolanos.
Nosotros insistiremos en temas tan sensibles como la inseguridad,
escasez, alto costo de la vida y la crisis hospitalaria.
Nuestra obligación y responsabilidad será siempre ser la voz de todos
a quienes hoy el gobierno les da la espalda. Ser la voz de los más
pobres, quienes al final son los más afectados porque la Canasta
Alimentaria está en 10 mil bolívares y el sueldo mínimo apenas llega a
los 3 mil 300 bolívares. El valor de nuestra moneda (el bolívar que
llamaron fuerte) se desplomó después de múltiples devaluaciones, pese a
que prometieron no devaluar. Importamos más del 80% de lo que
consumimos. Este gobierno todos los días hace más pobres a los pobres.
Si hay algún derecho que viola este gobierno, es el derecho a la
alimentación. Hoy en Venezuela hacer el mercado es una odisea. Marcan en
el brazo a los venezolanos, como si fueran animales, y tienen que hacer
hasta 6 horas de cola para poder comprar alimentos, que cuando los
consiguen cuesta hasta 4 veces más. La escasez cerró en marzo en 31% y
los precios de los alimentos, según cifras oficiales, subieron 75% en
los últimos 12 meses y en la práctica es aún peor. El modelo económico
que está en la Constitución no se parece en nada al modelo que este
gobierno está aplicando al país.
Nuestra Venezuela está muy mal, vivimos una situación sumamente
crítica. A la crisis económica se le suma la crisis política y queremos
que se resuelva la crisis, porque si esta situación se sigue agravando
puede desencadenar en lo que no queremos. No queremos golpe de Estado ni
estallido social. En nuestra Venezuela es urgente que los extremos
rompan con el espiral de violencia. Nuestra misma Historia de Venezuela
nos recuerda que en los momentos más difíciles al final los que se
enfrentan, terminan sentándose en una mesa dialogando.
Gandhi, Luther King y Mandela, al igual que nosotros, no creían en la
Ley del Talión, la misma del ojo por ojo, porque sabían muy bien que
ese camino solo lleva a la destrucción de ambas partes.
Los venezolanos somos gente de paz y tenemos que buscarla, alcanzarla, que nos permita construir un país de todos.
Hay otros antecedentes en América Latina que pueden ayudarnos en el
proceso de diálogo, es el caso del proceso que se llevó a cabo en
Guatemala y El Salvador. Nuestro continente aun recuerda el Acuerdo de
Paz de Chapultepec que fue firmado en enero de 1992, entre el Gobierno
de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN), en México, que puso fin a 12 años de guerra civil en ese país
centroamericano. Es bueno recordar que Venezuela desempeñó un papel
importante en ese proceso de negociación.
Otro ejemplo es aquel discurso de Patricio Alwyn (con quien tuve la
oportunidad de intercambiar ideas en nuestra visita a Chile) en el
Estadio Nacional, el 12 de marzo de 1990, quien hablaba de la necesidad
de restablecer el respeto y la convivencia entre los chilenos,
cualquiera que fueran sus creencias, ideas o condición social, “sean
civiles o militares”, palabras que le costaron el rechazo de la multitud
presente. Sin embargo, Alwyn no se amilanó sino que espetó con más
fuerza “sí señores civiles y militares, porque Chile es uno solo”,
logrando la aceptación en el recinto. Alwyn y el pueblo chileno fueron
capaces de construir la unidad de la familia de ese país, aceptando que
la culpa de personas, no pueden comprometer a todos.
Tomó años para Venezuela para llegar a este punto, el camino es
largo, pero está claro que dos mitades no hacen un país. Dialogar no
significa claudicar las ideas, pero sí encontrar un camino para
encontrarnos y reconocernos.
El diálogo debe comenzar con la liberación de los presos por motivos
políticos, como Leopoldo López, Iván Simonovis, Enzo Scarano y Daniel
Ceballos, y de todos los estudiantes detenidos; el regreso al país de
los perseguidos por causas políticas; la restitución de la investidura
de una de nuestras diputadas y el respeto a la función parlamentaria y
al debate en el seno de la AN, que han sido vulneradas; el desarme de
los paramilitares armados por el gobierno; detener toda censura de los
medios; y comprometerse a respetar los derechos humanos de nuestro
pueblo y, sobretodo, entender que la protesta pacífica es constitucional
y que nuestros estudiantes así como todo el país tiene el derecho a
expresarse. Hay miles de razones para protestar en nuestro país y el
Gobierno no puede criminalizarlas.
Nicolás no puede seguir fabricando teorías de conspiración en la que
anónimos intentan derrocarlo. Deben entender que esto cambia o el país
revienta. La pelota está de su lado. Es su responsabilidad histórica
poner fin a la violencia y la represión, y realizar los cambios para
revitalizar la economía y respetar la Constitución y la democracia.
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