En medio de la vorágine que vive nuestro país, se ha llegado al punto tantas veces evadido -y postergado- del aumento de la gasolina. Y es que no solamente era insostenible su actual situación, sino también impostergable enfrentarla. Lo lamentable es que se haya tenido que llegar hasta aquí para intentar que pasara por debajo de la mesa, ya que todos estamos pendientes de demasiados asuntos en esta nación que parece escaparse de las manos.
Sobre este tema tan espinoso, hay muchos puntos que aclarar. Y otros tantos que probablemente nunca se aclaren. Pero empecemos por los primeros.
Tenemos que comenzar recordando que el aumento de los combustibles se convirtió en un tabú en nuestro país desde el tristemente recordado Caracazo, cuando una medida similar, tomada sin las previsiones necesarias, terminó convertida en una trágica y dolorosa protesta de calle.
Desde aquel momento, se metió en el congelador una y otra vez la iniciativa de reajustar los precios de la gasolina, a pesar de la creciente inflación, que no es para nada nueva en nuestra historia, pero que en los últimos años se ha desatado a niveles exponenciales.
Siempre se ha hablado de que los venezolanos tenemos la gasolina más barata del mundo. Una verdad del tamaño de las pirámides de Egipto. Y lamentablemente, hemos volteado hacia otro lado cuando se trata de confrontar el hecho de cuánto nos ha perjudicado esa costumbre.
Durante muchos años, la economía de nuestro país ha reposado sobre la creencia errada de que merecemos tener la gasolina más barata del mundo por el hecho de ser un país productor de petróleo. Es un argumento que sin duda tiene una base de sustento lógico, pero que también es discutible, si partimos del hecho de que los demás países productores pagan sus combustibles a precio de mercado. Sin embargo, hay que subrayar como contrapartida que los ingresos de sus ciudadanos también son comparables a monedas duras internacionales.
Tomemos el ejemplo de Noruega, otra nación productora y exportadora de petróleo. Es el país más desarrollado del planeta. El Índice de Desarrollo Humano, presentado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, lo ubicó primero con un puntaje de 0.949 sobre 1.
Es un país de economía de libre mercado, controlada por el Estado, que ostenta también una de las administraciones públicas más transparentes del mundo. Sus impuestos son elevados y diversos, pero se traducen de manera tangible en bienestar para la población y en seguridad social, por lo cual también ocupan el puesto número 1 en el índice de naciones felices, otro indicador auspiciado por las Naciones Unidas.
Comparados con todos estos hechos, podemos decir que no somos noruegos. El mismo recurso natural ha llevado a las dos naciones por caminos diametralmente opuestos. ¿Por qué?
Si bien hay que decir que el aumento de la gasolina en Venezuela era impostergable, también debemos comentar que se aumentó en el peor momento. Tanto la nación como sus ciudadanos se encuentran en la situación de vulnerabilidad más extrema que recuerde nuestra historia. Si por un lado la comparación de la gasolina con los precios internacionales es válida y lógica, no es para nada pertinente hacerla cuando lo que ingresa a los bolsillos de nuestra gente no le llega ni de lejos a lo de otros países.
Habrá quien diga entonces que para ello se crearon mecanismos como el llamado carnet de la patria, subsidios y demás alternativas. Todas ellas lucen engorrosas y complicadas y desde nuestro punto de vista terminarán generando nuevos dolores de cabeza que traerán complicaciones adicionales a un día a día que ya tiene elementos perturbadores de sobra.
¿Cuál es entonces la alternativa? Exponerla es tan larga y compleja como lo ha sido explicar el problema, pero podemos resumirla en dos palabras: productividad y libertad.
Es desquiciado que los consumidores paguen por llenar su tanque un precio inferior al que costó producirlo. Pero, para que se paguen precios internacionales, nuestra economía debe ser permeada por todos los parámetros del mercado internacional. Con todas sus ventajas y desventajas. Para atenuar estas últimas, está el Estado, como en esa Noruega que toma buen cuidado de sus ciudadanos gracias justamente a los ahorros que ha logrado producir la renta petrolera.
Una administración pública eficiente y transparente, una invitación a la iniciativa particular para que sea productiva, asociarse con ella como gobierno para multiplicar el bienestar de la gente y que todos tengamos en los bolsillos las cantidades necesarias para pagar bienes y servicios. Eso sería por supuesto el país ideal.
A estas alturas, nos preguntamos: ¿aún será posible? ¿O hemos marchado demasiado lejos en la dirección contraria? ¿Ya nos alcanzó el destino?
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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