Si alguna noticia de interés
global ha traído cola en las últimas semanas, es la de la ya célebre cumbre
entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su colega ruso, Vladimir
Putin.
Y no es para menos, ya que se
trata del encuentro entre los máximos líderes de dos países opuestos, potencias
enormes e históricamente irreconciliables y cuya enemistad puso al mundo al
borde de una tercera guerra mundial que hubiera sido letal para la humanidad.
Y es que, aunque los años hayan
traído una beneficiosa distensión en el ambiente, aún hoy la dicotomía
EEUU/Rusia es un paradigma de opuestos para el mundo entero.
El encuentro en cuestión se dio
en la ciudad de Helsinki, y con un par de mandatarios que de una u otra manera,
representan emblemáticamente a sus respectivas naciones.
Si bien Trump no ha hecho
formalmente carrera política sino hasta hace muy poco tiempo, sí es muy cierto
que representa ideales estadounidenses por el hecho de ser un empresario que ha
multiplicado exponencialmente su fortuna, iniciada tiempo atrás por un abuelo
inmigrante. Riqueza e inmigración son quizá dos de los paradigmas que más
definen la imagen estadounidense ante el mundo.
Por si fuera poco, fue un hombre
muy mediático desde siempre; lo cual le allanó el camino hacia los terrenos
políticos que siempre deseó sin ocultarlo.
Putin, por su parte, viene de la
vieja escuela de la KGB, el poderoso -y temido- organismo de inteligencia de la
era soviética, aparentemente superada; pero aún latente en la cultura rusa,
porque fue lo que marcó casi todo el siglo XX de aquella nación.
Sin embargo, lo novedoso del
encuentro fue sin duda la aparente empatía que se dio entre ambos. Algo que era
de esperarse si revisamos los más recientes antecedentes de la relación, pero
que no deja de sorprender de cara a todo ese largo y complejo contexto
histórico que ambas tierras comparten.
Quizá el punto más álgido de la
cumbre giró en torno al delicado tema de una presunta intervención cibernética
de Rusia en las elecciones presidenciales de EEUU en 2016. Ha sido un fantasma
que ha acosado a Trump y que reflota de tanto en tanto, sin terminar de
desaparecer.
Como era de esperarse, el asunto
apareció en el mencionado encuentro y, detalles más, detalles menos, se
desarrolló según podía preverse. La novedad vino cuando el primer magistrado de
Estados Unidos rubricó las palabras de Putin, quien negó esta intervención.
Pero dicha sorpresa no fue tanto por el endoso que a esa afirmación dio Trump,
sino porque puso la palabra de su par ruso por encima de la de los organismos
de inteligencia de su propio gobierno.
Y esto sí fue una sorpresa,
porque la administración estadounidense ha sido por tradición monolítica ante
temas de política exterior, más aún si se trata de un adversario histórico, por
más que hayan bajado las tensiones en el siglo actual.
Si algo es admirable de la
política de Washington, es su propósito de resolver las fisuras internas a
puerta cerrada y ofrecer ante el planeta la imagen de una nación unificada de
cara a su relación con terceros.
También ha sido digno de observar
el hecho de cómo se manifestó la opinión pública estadounidense ante la
mencionada situación. El cuestionamiento colectivo pesó de tal manera, que
Trump debió hacer una aclaratoria. Todo un logro, que representa cómo se
desenvuelven las cosas en un país democrático.
El mandatario debió manifestar
públicamente su respaldo a los servicios de inteligencia estadounidenses y
aclarar que todo fue un malentendido. Se atribuyó a sí mismo un error en una
palabra, afirmando que dijo “deberían” (would) en un momento en el cual
pretendía decir “no deberían” (wouldn’t).
Aún pesa la duda sobre la
explicación, ya que analistas del discurso consideran que el cambio de palabra
no es coherente con el resto de lo dicho, que sigue apuntando a defender al
gobierno de Moscú ante la acusación.
Sin embargo, lo que sí es digno
de reconocimiento, es la voluntad de rectificar y el reconocimiento por parte
del mismo Trump hacia los servicios de inteligencia de su propio país. Dos
acciones que en definitiva apaciguaron un poco las pasiones de sus críticos y
que le permitieron demostrar que, aunque es un hombre de negocios prestado a la
política, entiende claramente cuál es su deber ante el compromiso actual.
El corolario de estas marchas y
contramarchas es la invitación que le hizo a Putin a Washington, una ocasión
que -de concretarse- sería histórica y que podría terminar de cerrar las
brechas entre dos formas de ver el mundo. Moscú aún no responde e incluso,
parece evadir. El suspenso se prolonga.
Aunque cada quien seguirá en su
órbita, sin duda esto precipitará nuevos acontecimientos de interés
internacional que deberían ser seguidos por todos.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui