El reciente Día del Trabajador se
celebró, una vez más, con un aumento de sueldos y salarios. En esta
oportunidad, superó el 95%, sin contar tickets de alimentación. Es esta una
tradición que se pierde de vista en la cultura venezolana. Solamente que esta vez
– y ya desde hace rato- no son muchos quienes celebran la noticia.
Y esto se debe a que la
ciudadanía, meridianamente clara, ha entendido que la seguidilla de aumentos
salariales que presenciamos desde hace años no es motivo para alegrarse. Muy
por el contrario, es sin duda una señal de alarma. Y el espectador desprevenido
de la tragicomedia venezolana, que presencie el episodio desde afuera, se
preguntará por qué.
La respuesta es muy sencilla y la
entiende quien tenga dos dedos de frente y no esté ciego por fanatismos: este
es apenas un síntoma más de lo enferma que está la economía nacional.
A estas alturas de la vida y ante
los numerosos aumentos salariales de este gobierno, todos sabemos que no
contribuyen a reforzar el poder adquisitivo, sino que, muy por el contrario,
son el último eslabón de una cadena inflacionaria y por lo tanto llegan cuando
ya hay muy poco que hacer por proteger el bolsillo del trabajador.
Contrariamente a lo que se pueda
pensar si se desconoce la tensa y compleja situación nacional, no son el punto
final de la desgracia, sino el comienzo de otra nueva.
Y es que un aumento de sueldos en
medio de la situación económica adversa que padecemos, en primer lugar, no
alcanza para nada. En segundo término, será pulverizado en cosa de días por la
inflación indetenible, la verdadera causa de todo y que nadie pareciera poder
atajar. Y finalmente, coloca una presión adicional sobre la escasa empresa
privada que nos queda, que no produce dinero para pagarlo en una economía
recesiva, viéndose obligada en el mejor de los casos a restringir los puestos
de trabajo que ofrece y en el peor, como ya lo hemos visto tantas veces, a
cerrar.
Y es que no se puede obligar a
troche y moche un aumento salarial en una nación que no es productiva, porque
no genera riquezas ni recursos para pagarlo.
Vean este sencillo ejemplo: esta
semana el pasaje sube a 5 mil bolívares, mientras el banco solamente nos
entrega 20 mil bolívares a sus clientes. Esto se va en dos días, y solamente en
los pasajes. Se trata de una buena imagen de las desproporciones entre lo que
un limitado sistema de corsés puede permitir ofrecer y las necesidades
nacionales.
Se puede manipular el discurso y
alegar que ningún otro gobierno en el mundo da tantos y tantos aumentos
salariales, que ningún otro país puede decir que les subió el sueldo a sus
trabajadores a casi el doble. Se puede decir, sí. Pero, ¿quién se alegra?
La respuesta es fácil: nadie. Y
no se alegra nadie por la sencilla razón de que esos aumentos siempre son una
consecuencia de la inflación y un aumento de semejantes proporciones, solamente
sirve para refrendar los niveles de inflación que padecemos. Amén de que
sabemos que está muy lejos de paliar las crecientes necesidades.
Valga acotar que, si el sueldo se
duplica, todos tenemos claro que esto es una medida de cuánto han subido los
precios últimamente. Es un secreto a voces, que no se puede ocultar con un dedo
porque todos lo padecemos en el bolsillo. Para muestra de lo que decimos, basta
un botón: se trata del tercer aumento de sueldo en lo que va de año. Y cabe
preguntarse qué ha sucedido con los otros dos, para que sea ya necesario un
tercero, cuando ni de lejos hemos arribado a la mitad del año.
Y lo más desolador de tan adverso
panorama, es que por ninguna parte se ve aunque sea la menor acción encaminada
en la dirección correcta. Pareciera que quienes gobiernan hoy no tienen la
menor idea de cómo atajar una inflación y revertirla. Es más, pareciera que se
disfrutara intentando apagar el fuego con gasolina, porque no hay explicación
lógica a tanto despropósito junto.
Para abatir la inflación, hay que
producir. Y producir desde todos los flancos. Administración pública y empresa
privada. Hay que elevar la oferta de productos en los anaqueles, para que la
demanda sea ampliamente satisfecha.
Hay que disciplinar el gasto
público. El orden en las cuentas gubernamentales es esencial en países azotados
por la inflación. Y de nuevo caemos en el tema de que no se puede cargar con
todo el peso de las responsabilidades a un gobierno hipertrofiado, que se ocupa
de cosas que no debe, que tiene que delegar a quienes lo puedan hacer mejor. Y
es inquietante que, en semejante situación económica, la nómina pública supere
los dos millones de personas.
Hay que abrir las puertas a la
iniciativa privada, apuntalara, confiar en ella. Porque no hay país en el
mundo, por más petrolero que sea, que pueda alimentar a toda su población a
partir del Estado.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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