viernes, 4 de mayo de 2018

“El aumento que nadie quiere”

El reciente Día del Trabajador se celebró, una vez más, con un aumento de sueldos y salarios. En esta oportunidad, superó el 95%, sin contar tickets de alimentación. Es esta una tradición que se pierde de vista en la cultura venezolana. Solamente que esta vez – y ya desde hace rato- no son muchos quienes celebran la noticia.

Y esto se debe a que la ciudadanía, meridianamente clara, ha entendido que la seguidilla de aumentos salariales que presenciamos desde hace años no es motivo para alegrarse. Muy por el contrario, es sin duda una señal de alarma. Y el espectador desprevenido de la tragicomedia venezolana, que presencie el episodio desde afuera, se preguntará por qué.

La respuesta es muy sencilla y la entiende quien tenga dos dedos de frente y no esté ciego por fanatismos: este es apenas un síntoma más de lo enferma que está la economía nacional.

A estas alturas de la vida y ante los numerosos aumentos salariales de este gobierno, todos sabemos que no contribuyen a reforzar el poder adquisitivo, sino que, muy por el contrario, son el último eslabón de una cadena inflacionaria y por lo tanto llegan cuando ya hay muy poco que hacer por proteger el bolsillo del trabajador.

Contrariamente a lo que se pueda pensar si se desconoce la tensa y compleja situación nacional, no son el punto final de la desgracia, sino el comienzo de otra nueva.

Y es que un aumento de sueldos en medio de la situación económica adversa que padecemos, en primer lugar, no alcanza para nada. En segundo término, será pulverizado en cosa de días por la inflación indetenible, la verdadera causa de todo y que nadie pareciera poder atajar. Y finalmente, coloca una presión adicional sobre la escasa empresa privada que nos queda, que no produce dinero para pagarlo en una economía recesiva, viéndose obligada en el mejor de los casos a restringir los puestos de trabajo que ofrece y en el peor, como ya lo hemos visto tantas veces, a cerrar.

Y es que no se puede obligar a troche y moche un aumento salarial en una nación que no es productiva, porque no genera riquezas ni recursos para pagarlo.

Vean este sencillo ejemplo: esta semana el pasaje sube a 5 mil bolívares, mientras el banco solamente nos entrega 20 mil bolívares a sus clientes. Esto se va en dos días, y solamente en los pasajes. Se trata de una buena imagen de las desproporciones entre lo que un limitado sistema de corsés puede permitir ofrecer y las necesidades nacionales.

Se puede manipular el discurso y alegar que ningún otro gobierno en el mundo da tantos y tantos aumentos salariales, que ningún otro país puede decir que les subió el sueldo a sus trabajadores a casi el doble. Se puede decir, sí. Pero, ¿quién se alegra?

La respuesta es fácil: nadie. Y no se alegra nadie por la sencilla razón de que esos aumentos siempre son una consecuencia de la inflación y un aumento de semejantes proporciones, solamente sirve para refrendar los niveles de inflación que padecemos. Amén de que sabemos que está muy lejos de paliar las crecientes necesidades.

Valga acotar que, si el sueldo se duplica, todos tenemos claro que esto es una medida de cuánto han subido los precios últimamente. Es un secreto a voces, que no se puede ocultar con un dedo porque todos lo padecemos en el bolsillo. Para muestra de lo que decimos, basta un botón: se trata del tercer aumento de sueldo en lo que va de año. Y cabe preguntarse qué ha sucedido con los otros dos, para que sea ya necesario un tercero, cuando ni de lejos hemos arribado a la mitad del año.

Y lo más desolador de tan adverso panorama, es que por ninguna parte se ve aunque sea la menor acción encaminada en la dirección correcta. Pareciera que quienes gobiernan hoy no tienen la menor idea de cómo atajar una inflación y revertirla. Es más, pareciera que se disfrutara intentando apagar el fuego con gasolina, porque no hay explicación lógica a tanto despropósito junto.

Para abatir la inflación, hay que producir. Y producir desde todos los flancos. Administración pública y empresa privada. Hay que elevar la oferta de productos en los anaqueles, para que la demanda sea ampliamente satisfecha.

Hay que disciplinar el gasto público. El orden en las cuentas gubernamentales es esencial en países azotados por la inflación. Y de nuevo caemos en el tema de que no se puede cargar con todo el peso de las responsabilidades a un gobierno hipertrofiado, que se ocupa de cosas que no debe, que tiene que delegar a quienes lo puedan hacer mejor. Y es inquietante que, en semejante situación económica, la nómina pública supere los dos millones de personas.

Hay que abrir las puertas a la iniciativa privada, apuntalara, confiar en ella. Porque no hay país en el mundo, por más petrolero que sea, que pueda alimentar a toda su población a partir del Estado.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

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