La próxima elección presidencial
en México, ha estado revestida de polémica como pocas antes que esta. Y no es
para menos, porque puntea en las encuestas el controversial candidato Andrés
Manuel López Obrador.
El asunto es que el aspirante en
cuestión viene con un discurso y un accionar que recuerdan a otras experiencias
políticas fracasadas en distintas latitudes, amén de no tener asidero en
circunstancias viables para sacar adelante a un país.
El señor López Obrador parece ser
de esta camada de políticos latinoamericanos que apelan a decir lo que los
electores quieren escuchar.
Todos queremos vivir mejor, todos
aspiramos q que nos resuelvan la existencia, es humano quiere pagar menos y
recibir más. Y por supuesto, soñamos con un país, con un Estado idealizado que
lo resuelva todo y nos llene de dádivas.
Pero si conectamos por un
instante con la sensatez, no cabe menos que preguntarnos de dónde va a salir
ese maná de bondades. Porque hablando nuevamente desde la lógica y el sentido
común, todo tiene un precio.
Todo vale algo, nada es de
gratis, todo sale de alguna parte. Pero ese no es un razonamiento que esté
dispuesto a aplicar el candidato que apele a la emoción más que a la razón.
AMLO, como se le conoce por sus
iniciales, tiene la mesa servida. Las numerosas acusaciones de corrupción que
han enrarecido la vida de los mexicanos, aunadas al desprestigio de la clase
política, hacen que una ciudadanía indignada busque desesperadamente a un
salvador. Y este astuto político lo tiene muy claro.
De cara a las elecciones
presidenciales de México el venidero 1 de julio, López Obrador se presenta como
favorito. Las encuestas dan a este hombre de izquierda de 64 años una enorme
ventaja, muy por encima de quien le sigue en intención de voto, Ricardo Anaya,
un abogado de 39 años, del Partido de Acción Nacional (PAN) que encabeza una
coalición de derecha e izquierda. El poco popular candidato del partido
oficialista, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), José Antonio Meade,
se encuentra muy lejos, en el tercer lugar.
Por supuesto, los fantasmas del
pasado reciente de la izquierda latinoamericana y sus estrepitosos fracasos,
son el “bacalao al hombro” de este político. Picando adelante, ha intentado
aplacar estos temores nombrando un equipo de expertos de alto nivel como su
gabinete y ha prometido a los empresarios que no habrá expropiaciones ni
nacionalizaciones si él gana. Así se adelanta a uno de los peores temores que
puede espantar a su electorado, cosa que por cierto no parece estar sucediendo.
La ira vengadora está por encima de cualquier riesgo que pueda encarnar este
aspirante a la silla presidencial.
Tiene otro punto a favor: fue
alcalde de la Ciudad de México y su gestión, si bien polémica, no hizo que la
sangre llegara al río, como se podía esperar. Fue bastante más prudente en su
acción que en su verbo, aunque se le atribuya un sello indeleblemente populista
y de paso, no haya sido tampoco particularmente brillante al frente de esa
caótica ciudad, la más habitada del planeta.
Es la tercera vez que aspira a
llegar a la residencia presidencial de Los Pinos. Las dos anteriores fueron en
2006 y 2012, e incluso cantó fraude en la primera. Tras ello lideró una
ocupación del centro de la ciudad de México que duró meses.
Ahora, según muchos de sus
seguidores – los humoristas los llaman AMLOvers- ha moderado bastante su
accionar incendiario e incluso su vocabulario. Parece que la madurez ha hecho
bien al llamado “peje”, apodo que debe a un pez caracterizado por su
agresividad y por ser frontal en sus ataques.
Sin embargo, aún inquieta cómo
pretende cumplir muchas de esas promesas que lucen como cantos de sirena.
Por ejemplo, ofrece diversas
ayudas, como becas y apoyos para madres solteras, pero no explica de dónde
saldrán, ya que lo ofrecido supera por mucho el presupuesto destinado al órgano
encargado de ofrecer apoyos al pueblo, por lo que deberá aclarar cómo va a
hacer para cumplir con las prebendas que promete.
También propone realizar
consultas al pueblo cada dos años para que decida si le permitiría continuar o
no como presidente. Una promesa que a los venezolanos nos suena, pero que en
México es inconstitucional, además de costosa y extremadamente populista. ¿Será
que se lanza con una Constituyente para sacarla adelante?
Sin embargo, el deseo de justicia
y escarmiento que anima a muchos electores es como para enfrentar la ocasión
con precaución. Ya sabemos en qué clase de tempestades pueden terminar estos
vientos que llevan al poder a candidatos vengadores.
Quisiéramos mejor suerte para
México y para Latinoamérica en general. Pero ya sabemos que cada nación debe
transitar su propia historia. Ojalá sea para bien.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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