La
frase que titula este artículo fue utilizada en la campaña
electoral de Bill Clinton contra el presidente de Estados Unidos en
ese entonces, George Bush padre, en el año 1992.
Poco
antes de las elecciones, Bush era considerado imbatible, debido a sus
éxitos en política exterior, como el fin de la Guerra Fría y la
Guerra del Golfo Pérsico. James Carville, estratega de la campaña
electoral de Bill Clinton, señaló que éste debía enfocarse sobre
cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos
y sus necesidades más inmediatas.
Con
el fin de mantener el foco en un mensaje, Carville pegó un cartel en
las oficinas centrales con tres puntos escritos: Cambio vs. más de
lo mismo; “la economía, estúpido”; y no olvidar el sistema de
salud.
Aunque
el cartel era solo un recordatorio interno, la frase se convirtió en
una especie de eslogan no oficial de la campaña de Clinton, que
resultó decisivo para modificar la relación de fuerzas y derrotar a
Bush, algo impensable poco antes.
Aunque
el presidente saliente había logrado estruendosos éxitos en el
tablero internacional, por ello había descuidado lo doméstico, y
muy puntualmente la economía, cosa que resentían los
estadounidenses en sus mesas y en sus bolsillos.
La
gran lección del éxito de Clinton tiene que ver con haber puesto el
foco en la cotidianidad y en la economía. En pocas palabras, en el
día a día de los ciudadanos, en lo que les afecta y les duele más
hondamente.
Venezuela
en estos momentos está saliendo de otra de tantas diatribas
políticas, que nos han copado la atención desde hace ya unos
cuantos años y que nada aportan al bienestar de la gente.
Más
allá de las épicas batallas imaginarias, o de la discusión sobre
quién ganó o quién perdió -que hay que darla, pero no es el tema
de hoy-, nos cabe una pregunta crucial: ¿y la economía? ¿Alguien
piensa en ella? ¿Alguien se ocupa de eso?
Porque
el clamor de las calles no es otro que la pérdida abismal de la
calidad de vida en el país. Porque las cifras de abstención en la
cita electoral fueron desproporcionadamente elevadas, sea cual sea la
fuente que tomemos. Y hay que saber leer con urgencia las señales de
hartazgo que enviaron los votantes.
No
se puede seguir adelante con la diatriba política, cuando la vida
misma se le ha vuelto a todos un calvario. Y los llamados a accionar
inmediatamente frente a esta grave situación, son ni más ni menos
que quienes tienen el poder. No hay otros responsables.
Estamos
recibiendo indicadores de la profundidad del problema económico que
no pueden dejar de ser tomados en cuenta.
Por
ejemplo, nos enteramos de que el Banco Interamericano de Desarrollo
no desembolsará más prestamos al país hasta que no se le liquiden
los pagos atrasados que están pendientes.
Esta
información es apenas la punta del iceberg del complejo trance
económico que atraviesa nuestra nación.
Para
hacer corto un cuento muy largo, bien sabemos que la actual
administración -y la anterior, que es la misma- lejos de
diversificar la economía, se afincaron más en la producción y
exportación petrolera. Cosa que no estaría mal si no se hubieran
ignorado los archiconocidos ciclos de altas y bajas de los precios
petroleros.
La
soberbia de los tiempos de las vacas gordas, llevó a aplastar a la
emergente producción nacional con importaciones pagadas por los
ingresos petroleros. La persecución a la iniciativa particular por
razones políticas dejó al país convertido en un verdadero desierto
en el ámbito productivo.
Solamente
quedaba el ingreso petrolero como único sustento de una nación
entera. Pero los precios bajaron. Algo que muchos -aunque no todos-
sabíamos que iba a pasar. Y entonces, se vieron las costuras de un
delirante proyecto de poder que no construyó país.
Por
si fuera poco, todas las fuentes del sector petrolero coinciden en
afirmar que es sostenido el descenso en la producción nacional. No
se trata solamente de que el petróleo cueste menos, el asunto es que
producimos menos también.
Así
pues, la economía venezolana se encuentra en medio de un terrible
nudo gordiano, entre precios petroleros bajos, producción baja y muy
escasas alternativas de impulsar otros sectores de la productividad.
Tormenta perfecta.
¿Quién
tiene respuesta a esta situación? ¿Cómo escapar de este laberinto,
de este callejón sin salida?
Respuestas
hay, por supuesto. El asunto es que la inacción gubernamental nos ha
llevado muy lejos en el deterioro y que habría que actuar hoy mismo,
con medidas radicales y drásticas, con un golpe de timón de 180
grados, que significaría entre otras cosas, renunciar a una
ideología política que ha fracturado las dos piernas a la
economía.
Es
el momento de elegir entre lo político y lo económico. Se juega la
supervivencia de un país. ¿Qué elegiría usted?
David
Uzcátegui
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@DavidUzcategui
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@Duzcategui