A propósito del más reciente
asueto nacional, con motivo de la Semana Santa, mucha gente ha puesto sobre el
tapete el hecho de que cada vez se hace más difícil aprovechar los días libres
para conocer más nuestro país.
Se trata de una situación
extremadamente lamentable, pues los venezolanos siempre hemos presumido, y no
sin razón, de tener una de las naturalezas más generosas del continente.
Desde nuestro punto de vista, es
particularmente triste que nos veamos limitados para mostrar a nuestros hijos y
para disfrutar con ellos, una geografía que en el pasado recorrimos con tanta
libertad.
El primero de los obstáculos
sería sin duda, el económico. No necesitamos abundar en el escenario que
transitan hoy la gran mayoría de familias venezolanas, donde evidentemente las
prioridades a cubrir dejan en niveles de imposibilidad la recreación y el
esparcimiento, merecidos por demás para los trabajadores y necesarios para
niños, niñas y adolescentes en el marco de su desarrollo.
Sin embargo, en el caso de que pudiera
haber una cierta disposición a entregarse durante los asuetos a conocer y
disfrutar más del país, las adversidades que se enfrentan son tantas, que
harían desistir al más optimista.
Mencionemos por ejemplo, el
asunto de la electricidad. Sea por sabotaje, por reveses de la naturaleza o por
falta de mantenimiento, la irregularidad en el suministro eléctrico es algo
democráticamente repartido en todo el territorio nacional, con las
consecuencias por demás conocidas.
Sabemos que nos atenemos a fallas
en la iluminación de las vías y de las ciudades, a que no encontremos aire
acondicionado en el lugar a donde nos dirijamos, a que servicios como la comida
o las comunicaciones fallen. Y obviar esto es imposible, si nos disponemos a
viajar. Especialmente porque sabemos que lo sufrimos en nuestra vida cotidiana
y que no vamos a poder alejarnos de ello en nuestras vacaciones.
Adicionalmente, el asunto del
transporte tampoco la pone fácil. El carro propio se piensa dos veces para
usarlo, porque las refacciones no andan precisamente abundantes o económicas. Y
por estas mismas causas, cualquier clase de transporte colectivo tampoco se
cuenta entre los más fáciles.
Todo esto conforma un cuadro muy
lamentable, ya no solamente por lo que nos perdemos quienes quisiéramos viajar
por nuestra tierra y sabemos que tal propósito constituye una guerra de
obstáculos, sino también porque teníamos una tradición turística que está
desapareciendo.
Venezuela siempre ha tenido los
activos naturales necesarios para ser una potencia turística, sin embargo, no
hay un plan para aprovecharlos. En este sentido, la iniciativa particular,
materializada en alternativas como pensiones, posadas, servicios de transporte
o lugares para comer, había conseguido convertirse en una fuente de sustento
para muchas familias en todo nuestro territorio.
Sin embargo, con la mengua del
flujo de viajeros, muchos han desistido de estos negocios, otrora lucrativos.
Unos cuantos se han dedicado a ver de qué manera se buscan la vida, mientras
otros más han emprendido la aventura en otras latitudes.
No solamente nos perdemos de las
famosas bellezas naturales de nuestro territorio, sino también de la
hospitalidad de su gente, y se desvanece para colmo lo que podría ser una
industria de referencia mundial, un ingreso alternativo para nuestra economía y
una actividad que posicionara en lo más elevado el nombre de Venezuela en el
mundo.
Porque otra realidad que torpedea
a la posibilidad de hacer prosperar nuestro turismo es la desaparición de
nuestro país de los mapas de numerosas rutas aéreas internacionales.
Es sumamente lamentable el
desacuerdo que quienes hoy gobiernan mantuvieron con la aviación proveniente
del exterior, que llevó a muchas de sus aerolíneas a dejar de tocar tierra
venezolana, mientras las escasas que permanecen lo hacen con una frecuencia
mínima.
Nos hemos perdido también del
orgullo de esos visitantes extranjeros contemplando boquiabiertos las
bendiciones que caracterizan a la venezolanidad.
Digamos como el Premio Nobel de
la Paz, Martin Luther King: Yo tengo un sueño. Y es que a la belleza natural se
sume la infraestructura, que bien puede salir de la riqueza petrolera, de una
riqueza que se invierta sabiamente para generar otras industrias.
Que a la bondad y la hospitalidad
del venezolano se agregue la formación, porque las grandes potencias turísticas
del planeta se levantan sobre la atención y el servicio que los locales brindan
a los visitantes.
Terca como es, Venezuela está
allí, esperando tiempos mejores para poder brillar con todo lo que siempre ha
tenido y seguirá teniendo. Sin embargo, esperamos ver esos tiempos mejores más
pronto que tarde. En el turismo, Venezuela también está condenada al éxito.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
No hay comentarios:
Publicar un comentario