El pasado mes de enero de este
año, el diario El Espectador de Colombia tituló reseñando que la “Producción
petrolera de Venezuela cayó casi 12% en diciembre”, según la Organización de
Países Exportadores de Petróleo, que es la fuente citada.
La información no sería
inquietante si hubiéramos escuchado aquellos consejos de venezolanos que
debemos tener muy presentes, como Arturo Uslar Pietri o Juan Pablo Pérez
Alfonso. La manoseada frase de “Sembrar el petróleo”, que a muchos pareció tan
plausible y que se utiliza cuando conviene; pero que lamentablemente, jamás
nadie puso en práctica.
EL hecho es que no solamente no
la escuchamos, sino que hoy somos más dependientes que nunca de esa industria.
Nos quedamos monoproductores y monoexportadores. Pero lo que jamás se pensó fue
en el declive de la productividad de esta industria.
Y para hacer la desgracia
completamente redonda, como una tragedia griega, este revés en la principal
industria que sustenta al país, se da en momentos en los cuales no podemos
echar mano a otro bien nacional.
Por si fuera poco, mientras
nosotros nos miramos al ombligo, el mapa petrolero mundial cambia segundo a
segundo, y a paso de vencedores. Aparecen nuevos productores, nuevas
tecnologías que multiplican la eficiencia de la producción a niveles
exponenciales y mucho más allá; mientras de manera paralela el petróleo como
fuente energética es sustituida con alternativas como la solar o la eólica. Los
carros híbridos y eléctricos ganan terreno de manera impresionante en el mundo
entero.
Bien que se dice que es inútil
llorar sobre la leche derramada. Pero es que lo que no tiene explicación alguna
es el hecho de que Venezuela pase por esto cíclicamente, y vuelva a caer en la
misma trampa del inmediatismo sin visión de futuro.
Lo que puede marcar la diferencia
en esta oportunidad, es que bien pudiera ser la última vez que vivamos el
ciclo.
Como ha sucedido antes en nuestra
historia, tuvimos un gran boom petrolero en la década pasada. Y como siempre,
obedeció a factores externos, como la invasión a Irak, que disparó a los cielos
el precio de los hidrocarburos.
Esa monumental montaña de
ingresos ha debido ser aprovechada en educación, en infraestructura. En
llenarnos de hospitales, de escuelas, de vías de comunicación. En capacitar personal
para la industria turística, en formar docentes, entre tantas otras urgencias.
En una palabra: en inversión. Pero no fue así.
Noruega, por ejemplo, llegó mucho
más tarde que nosotros a la parranda de la fiesta petrolera. Mientras nosotros
ya superamos el siglo de historia en este apartado, los nórdicos apenas llegan
a la mitad.
Sin embargo, ellos a punta de
ahorro e inversión, ni se enteran de los bajones del mercado petrolero mundial.
A nosotros, los predecibles e imaginables altibajos de este negocio, nos
afectan casi como una ruleta rusa.
Pero la cosa, insistimos, es que
esto va más allá. Ya no se trata de que el petróleo cueste menos. Es,
sencillamente, que ahora tenemos menores capacidades para producirlo. Y hasta
donde nos alcanza la mirada, no hay Plan B.
Esos fabulosos montos ingresaron,
dieron para todo. Hasta para comprar todo lo que consumíamos en el exterior,
por solamente dar un ejemplo. Una
conducta que fue como dispararse en el pie, porque hoy no tenemos industria. Y
ya no hay divisas suficientes para hacer ese mercado en otras tierras.
En una onda de autocrítica, si
algo ha hecho daño a la venezolanidad es ese orgullo por el petróleo. Nos
quedamos en lo que ahora se denomina como “la zona de confort”, en un bombeo de
pozos que se pensaba iba a ser permanente, algo que se puede entender en la
población pero que es una conducta inexcusable para los gobiernos. Para los de
antes y para los de ahora. Para todos.
Antes los precios del petróleo
iban y venían, con lo cual nuestro sistema económico sufría altas y bajas. Pero
ahora es mucho más que eso. Se trata de un cambio en el mercado petrolero
mundial, aunado a una merma en las capacidades de nuestra propia industria
puertas adentro. En pocas palabras, la tormenta perfecta.
Presumimos de tener las mayores
reservas petroleras del mundo, pero sobre este tema cabe una gran pregunta:
¿tenemos la tecnología para extraerlas, procesarlas y comercializarlas?
¿Tenemos al personal calificado? Porque sin estos elementos, dichas reservas no
pasan de ser una frase presuntuosa.
Parafraseando al escritor Gabriel
García Márquez, ¿se dirige el sistema rentista venezolano hacia una muerte
anunciada? Esto debe suceder en algún momento. Si no es por decisión de las
autoridades del país, será por el mismo cambio de la dinámica mundial, en la
cual no parecemos estar insertados. Sería muy lamentable que ocurriera por la
segunda opción. Pero parece ser hacia donde nos dirigimos hoy.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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