viernes, 27 de abril de 2018

"Cable a tierra"

El asunto económico en Venezuela se ha convertido en algo tan complejo, que cuesta seguirle la pista. Los recovecos y retruécanos con los que sorprende a cada momento la muy controlada economía nacional, nos hacen extremadamente difícil trazar un mapa de cuál es nuestra realidad a nivel de números.

Sin embargo, de pronto encontramos entre la maraña de números y afirmaciones, un dato de muy buena fuente que nos hace pisar el freno y prestar atención. Según la empresa de consultoría y análisis financiero Ecoanalítica, la caída del ingreso de los venezolanos – entre marzo de 2017 y el mismo mes de 2018- alcanzaría 89,9%, de acuerdo con el índice de salario real. Esto se revela en su informe semanal, en el cual refleja el impacto de la hiperinflación en la economía y en el ingreso de los trabajadores.

Para graficarlo con bienes tangibles y concretos, tomemos el ejemplo de algún bien de consumo cotidiano, como podrían ser los huevos. Con lo que se compraban diez unidades hace un año, hoy apenas se puede adquirir una.

Esto no habla sino de una cosa: nos hemos comido la flecha en el manejo económico del país, y en lugar de sumar e incrementar a la calidad de vida del venezolano, hemos visto cómo se le resta cotidianamente, y en este caso, con números en la mano.

También la empresa Ecoanalítica asegura que Venezuela habría entrado formalmente en inflación en noviembre de 2017.

Si comenzamos a pelar la cebolla de esta noticia, encontraremos capas y más capas de matices que le dan una dimensión cada ve más compleja a este asunto tan lamentable.

Como bien lo sabemos, como lo dicta la lógica y el sentido común y como además lo corroboran las empresas especializadas en estudios de mercado, cada vez más venezolanos destinan sus ingresos única y exclusivamente a la adquisición de alimentos y sin embargo ni siquiera este rubro elemental de la existencia lo pueden cubrir a plena satisfacción.

Esto, para no hablar de cómo han quedado prácticamente desplazadas todas las demás necesidades humanas, como ropa y calzado, vivienda, transporte y un largo etcétera, a los cuales lo que se destina es prácticamente cero del presupuesto familiar.

Y hay que ver otro matiz de esto: la caída del consumo de otros bienes que no sean los rubros alimenticios, ha desacelerado hasta niveles insospechados la comercialización de otros bienes y servicios que deberían ser de consumo masivo pero para los cuales hoy no hay recursos en muchos hogares, con lo cual la economía nacional recibe un torpedo en la línea de flotación.

Y no estamos hablando de bienes superfluos o suntuarios, sino de artículos que deben ser parte de la cotidianidad de quienes vivan en una sociedad promedio.

Tampoco se trata de hacer una oda al consumismo ni mucho menos. Habría que entender que el consumo trae el doble beneficio de satisfacer necesidades de la gente y de inyectar un dinero circulante a la economía a través de los comerciantes que reciben el ingreso por sus ventas y que a la vez lo redistribuyen al pagarle a sus empleados y proveedores, para que estos a su vez adquieran los bienes y servicios que necesitan.

Quedan y mucho más allá de lo alcanzable otras aspiraciones legítimas, como vivienda y vehículo, las cuales demandan una capacidad de ahorro para la cuota inicial y de pago para el compromiso mensual que significan. Y una vez más, no se trata de consumo superfluo: es nada más y nada menos que el legítimo derecho, la lógica aspiración de cualquier familia en cuanto a constituir un hogar.

Parafraseando a Martin Luther King, suponemos que somos muchos quienes temenos un sueño y no es otro que el recuperar la capacidad adquisitiva del venezolano, que se puedan cubrir todas las necesidades elementales con el ingreso por realizar una labor que beneficie a la sociedad y que pueda incluso permitir el privilegio del ahorro y del esparcimiento, que son dos elementos que nos hacen crecer como personas.

Que el círculo virtuoso de la economía se revierta en números azules que recompensen la capacidad y el desempeño de cada uno y que con eso se asegure una calidad de vida para cada familia, en la cual tenga cabida la capacidad de crecer, de proyectar, de soñar. Y lo que es más importante aún: de hacer realidad esos sueños sin que ello se sienta como frivolidad o imposibilidad, sino como un legítimo derecho que forma parte de nuestra condición humana.

Sí, pareciera que cada vez estamos más lejos de eso, pero mantener presente en nuestra conciencia que no solamente es posible sino imprescindible, nos marcará el rumbo hacia las metas, hacia lo que podemos y queremos concretar en nuestro futuro. Porque la mejor manera de hacer aterrizar los sueños, es comenzando por reconocer las realidades. Inlcuso si estas son demasiado duras.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 20 de abril de 2018

“19 de abril, ejercicio ciudadano”

Sin lugar a dudas, el 19 de abril de 1810 -cuyo aniversario conmemoramos esta semana- representa el inicio del ejercicio de la ciudadanía en Venezuela. Al amanecer de aquel día histórico, el pueblo caraqueño acudía a los ritos del Jueves Santo y copaba la Plaza Mayor.

El Capitán General de Venezuela, Vicente Emparan también se dirigía a la Catedral, pero antes de llegar fue abordado por un puñado de criollos, quienes lo invitaron a dirigirse al Cabildo.

Una vez en el lugar, Juan Germán Roscio y José Félix Sosa le hablaron de la necesidad de formar una Junta de Gobierno, desconociendo al Consejo de Regencia que se había instalado en España, en reemplazo de la Junta Central de Sevilla.

José Félix Ribas, Francisco José Ribas, Gabriel Ponte y Francisco Javier de Ustáriz alegaron que aquel órgano gubernamental en suelo español se había formado sin el voto de los venezolanos y que por lo tanto, no le debían obediencia. Esta es, entonces, la primera ocasión en la cual se defiende la importancia del sufragio en el suelo venezolano para quienes nacieron en él.

Lo más anecdótico y a la vez lo más trascendental de este día histórico, sucede cuando, de manera por demás determinada, el clérigo José Cortés de Madariaga le solicita a Emparan su renuncia.

La propuesta era que el mando pasara a una “Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII”- el Rey depuesto-, integrada por venezolanos. El Capitán General lo rechazó, asegurando que la mayoría del pueblo lo apoyaba. Para confirmarlo salió al balcón y cometió el error de preguntar a los caraqueños congregados en la Plaza Mayor si estaban contentos con su mando y deseaban que continúe su gobierno. Detrás de él, Madariaga hizo un gesto de negación con la mano, con lo cual consiguió que los presentes respondieran: “¡No lo queremos!”. Emparan respondió entonces: “¡Pues yo tampoco quiero mando!”. Renunció y se marchó a España.

Los originarios forjadores de la independencia y la ciudadanía venezolana habían obtenido su primera victoria sin derramar una sola gota de sangre.

Si bien era apenas la primera semilla, la primera piedra de lo que sería un largo, complejo, doloroso y sangriento proceso; fue quizá y sin duda el acto más civil y civilista de aquella gesta.

Lo primero a destacar es el hecho de que sus propulsores habían nacido en suelo venezolano, y por lo tanto se comienza a entender que constituíamos otro gentilicio, con derechos a la determinación sobre nuestro propio territorio y a decidir formas de gobierno y funcionarios que la saquen adelante.

El improvisado e imprevisto episodio de Emparan consultando a la gente desde aquel balcón se tradujo en el primer acto de votación popular realizado en nuestras tierras, de una manera totalmente transparente y a la vista de todos, a tal punto que el aludido Capitán General no tuvo más remedio que dimitir, ante la inocultable manifestación de la voluntad de la gente.

La serena etapa colonial, que ya superaba los trescientos años, es abruptamente interrumpida gracias al conocimiento, a la conciencia, a los movimientos liberales y libertadores que se daban en forma previa y paralela, no solamente en América, sino también en otros rincones del planeta.

Las nuevas formas de organización de las sociedades se expandieron de manera por demás rápida, tomando en cuenta el momento histórico en el cual aconteció todo esto. El pase de página terminó siendo irreversible y nos comenzó a hacer dueños de nuestro destino, un derecho inalienable que se ha ido reafirmando paso a paso, en los últimos dos siglos.

Desde la visión que hoy tenemos del 19 de abril de 1810, hay que celebrar que nacimos como nación con el pie derecho. Fue a partir de un diálogo, las diferencias se debatieron, la gente manifestó su decisión y esta fue acatada por la autoridad.

Y valga el comentario para reconocer la actitud de Vicente Emparan, quien optó por consultar a los presentes y, a pesar de que la respuesta le fue adversa, no ofreció resistencia y decidió renunciar. No siempre se menciona que su reacción ha podido ser la opuesta y complicar así las cosas hubiera sido muy sencillo para él. El final sin duda hubiera sido el mismo, pero por senderos más tortuosos.

Que esta conciencia no se pierda. Que se cultive, que crezca. Que exista la más absoluta certeza de que los venezolanos, como cualquier ciudadano del mundo, tenemos el derecho de autodeterminarnos. Que no es una concesión ni un obsequio, sino un derecho inherente a nuestra condición humana. Que si alguna vez nos fue embargado, ya lo reconquistamos. Que si se nos vuelve a confiscar, debemos volver a exigirlo. Y sobre todo, a ejercerlo. Somos los dueños de nuestro destino como colectividad y eso no tiene vuelta de hoja.

David Uzcátegui
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viernes, 13 de abril de 2018

“Cuando el petróleo no nos alcance”

El pasado mes de enero de este año, el diario El Espectador de Colombia tituló reseñando que la “Producción petrolera de Venezuela cayó casi 12% en diciembre”, según la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que es la fuente citada.

La información no sería inquietante si hubiéramos escuchado aquellos consejos de venezolanos que debemos tener muy presentes, como Arturo Uslar Pietri o Juan Pablo Pérez Alfonso. La manoseada frase de “Sembrar el petróleo”, que a muchos pareció tan plausible y que se utiliza cuando conviene; pero que lamentablemente, jamás nadie puso en práctica.

EL hecho es que no solamente no la escuchamos, sino que hoy somos más dependientes que nunca de esa industria. Nos quedamos monoproductores y monoexportadores. Pero lo que jamás se pensó fue en el declive de la productividad de esta industria.

Y para hacer la desgracia completamente redonda, como una tragedia griega, este revés en la principal industria que sustenta al país, se da en momentos en los cuales no podemos echar mano a otro bien nacional.

Por si fuera poco, mientras nosotros nos miramos al ombligo, el mapa petrolero mundial cambia segundo a segundo, y a paso de vencedores. Aparecen nuevos productores, nuevas tecnologías que multiplican la eficiencia de la producción a niveles exponenciales y mucho más allá; mientras de manera paralela el petróleo como fuente energética es sustituida con alternativas como la solar o la eólica. Los carros híbridos y eléctricos ganan terreno de manera impresionante en el mundo entero.

Bien que se dice que es inútil llorar sobre la leche derramada. Pero es que lo que no tiene explicación alguna es el hecho de que Venezuela pase por esto cíclicamente, y vuelva a caer en la misma trampa del inmediatismo sin visión de futuro.

Lo que puede marcar la diferencia en esta oportunidad, es que bien pudiera ser la última vez que vivamos el ciclo.

Como ha sucedido antes en nuestra historia, tuvimos un gran boom petrolero en la década pasada. Y como siempre, obedeció a factores externos, como la invasión a Irak, que disparó a los cielos el precio de los hidrocarburos.

Esa monumental montaña de ingresos ha debido ser aprovechada en educación, en infraestructura. En llenarnos de hospitales, de escuelas, de vías de comunicación. En capacitar personal para la industria turística, en formar docentes, entre tantas otras urgencias. En una palabra: en inversión. Pero no fue así.

Noruega, por ejemplo, llegó mucho más tarde que nosotros a la parranda de la fiesta petrolera. Mientras nosotros ya superamos el siglo de historia en este apartado, los nórdicos apenas llegan a la mitad.

Sin embargo, ellos a punta de ahorro e inversión, ni se enteran de los bajones del mercado petrolero mundial. A nosotros, los predecibles e imaginables altibajos de este negocio, nos afectan casi como una ruleta rusa.

Pero la cosa, insistimos, es que esto va más allá. Ya no se trata de que el petróleo cueste menos. Es, sencillamente, que ahora tenemos menores capacidades para producirlo. Y hasta donde nos alcanza la mirada, no hay Plan B.

Esos fabulosos montos ingresaron, dieron para todo. Hasta para comprar todo lo que consumíamos en el exterior, por solamente dar un ejemplo.  Una conducta que fue como dispararse en el pie, porque hoy no tenemos industria. Y ya no hay divisas suficientes para hacer ese mercado en otras tierras.

En una onda de autocrítica, si algo ha hecho daño a la venezolanidad es ese orgullo por el petróleo. Nos quedamos en lo que ahora se denomina como “la zona de confort”, en un bombeo de pozos que se pensaba iba a ser permanente, algo que se puede entender en la población pero que es una conducta inexcusable para los gobiernos. Para los de antes y para los de ahora. Para todos.

Antes los precios del petróleo iban y venían, con lo cual nuestro sistema económico sufría altas y bajas. Pero ahora es mucho más que eso. Se trata de un cambio en el mercado petrolero mundial, aunado a una merma en las capacidades de nuestra propia industria puertas adentro. En pocas palabras, la tormenta perfecta.

Presumimos de tener las mayores reservas petroleras del mundo, pero sobre este tema cabe una gran pregunta: ¿tenemos la tecnología para extraerlas, procesarlas y comercializarlas? ¿Tenemos al personal calificado? Porque sin estos elementos, dichas reservas no pasan de ser una frase presuntuosa.

Parafraseando al escritor Gabriel García Márquez, ¿se dirige el sistema rentista venezolano hacia una muerte anunciada? Esto debe suceder en algún momento. Si no es por decisión de las autoridades del país, será por el mismo cambio de la dinámica mundial, en la cual no parecemos estar insertados. Sería muy lamentable que ocurriera por la segunda opción. Pero parece ser hacia donde nos dirigimos hoy.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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sábado, 7 de abril de 2018

“Vacacionar en Venezuela”

A propósito del más reciente asueto nacional, con motivo de la Semana Santa, mucha gente ha puesto sobre el tapete el hecho de que cada vez se hace más difícil aprovechar los días libres para conocer más nuestro país.

Se trata de una situación extremadamente lamentable, pues los venezolanos siempre hemos presumido, y no sin razón, de tener una de las naturalezas más generosas del continente.

Desde nuestro punto de vista, es particularmente triste que nos veamos limitados para mostrar a nuestros hijos y para disfrutar con ellos, una geografía que en el pasado recorrimos con tanta libertad.

El primero de los obstáculos sería sin duda, el económico. No necesitamos abundar en el escenario que transitan hoy la gran mayoría de familias venezolanas, donde evidentemente las prioridades a cubrir dejan en niveles de imposibilidad la recreación y el esparcimiento, merecidos por demás para los trabajadores y necesarios para niños, niñas y adolescentes en el marco de su desarrollo.

Sin embargo, en el caso de que pudiera haber una cierta disposición a entregarse durante los asuetos a conocer y disfrutar más del país, las adversidades que se enfrentan son tantas, que harían desistir al más optimista.

Mencionemos por ejemplo, el asunto de la electricidad. Sea por sabotaje, por reveses de la naturaleza o por falta de mantenimiento, la irregularidad en el suministro eléctrico es algo democráticamente repartido en todo el territorio nacional, con las consecuencias por demás conocidas.

Sabemos que nos atenemos a fallas en la iluminación de las vías y de las ciudades, a que no encontremos aire acondicionado en el lugar a donde nos dirijamos, a que servicios como la comida o las comunicaciones fallen. Y obviar esto es imposible, si nos disponemos a viajar. Especialmente porque sabemos que lo sufrimos en nuestra vida cotidiana y que no vamos a poder alejarnos de ello en nuestras vacaciones.

Adicionalmente, el asunto del transporte tampoco la pone fácil. El carro propio se piensa dos veces para usarlo, porque las refacciones no andan precisamente abundantes o económicas. Y por estas mismas causas, cualquier clase de transporte colectivo tampoco se cuenta entre los más fáciles.

Todo esto conforma un cuadro muy lamentable, ya no solamente por lo que nos perdemos quienes quisiéramos viajar por nuestra tierra y sabemos que tal propósito constituye una guerra de obstáculos, sino también porque teníamos una tradición turística que está desapareciendo.

Venezuela siempre ha tenido los activos naturales necesarios para ser una potencia turística, sin embargo, no hay un plan para aprovecharlos. En este sentido, la iniciativa particular, materializada en alternativas como pensiones, posadas, servicios de transporte o lugares para comer, había conseguido convertirse en una fuente de sustento para muchas familias en todo nuestro territorio.

Sin embargo, con la mengua del flujo de viajeros, muchos han desistido de estos negocios, otrora lucrativos. Unos cuantos se han dedicado a ver de qué manera se buscan la vida, mientras otros más han emprendido la aventura en otras latitudes.

No solamente nos perdemos de las famosas bellezas naturales de nuestro territorio, sino también de la hospitalidad de su gente, y se desvanece para colmo lo que podría ser una industria de referencia mundial, un ingreso alternativo para nuestra economía y una actividad que posicionara en lo más elevado el nombre de Venezuela en el mundo.

Porque otra realidad que torpedea a la posibilidad de hacer prosperar nuestro turismo es la desaparición de nuestro país de los mapas de numerosas rutas aéreas internacionales.

Es sumamente lamentable el desacuerdo que quienes hoy gobiernan mantuvieron con la aviación proveniente del exterior, que llevó a muchas de sus aerolíneas a dejar de tocar tierra venezolana, mientras las escasas que permanecen lo hacen con una frecuencia mínima.

Nos hemos perdido también del orgullo de esos visitantes extranjeros contemplando boquiabiertos las bendiciones que caracterizan a la venezolanidad.

Digamos como el Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King: Yo tengo un sueño. Y es que a la belleza natural se sume la infraestructura, que bien puede salir de la riqueza petrolera, de una riqueza que se invierta sabiamente para generar otras industrias.

Que a la bondad y la hospitalidad del venezolano se agregue la formación, porque las grandes potencias turísticas del planeta se levantan sobre la atención y el servicio que los locales brindan a los visitantes.

Terca como es, Venezuela está allí, esperando tiempos mejores para poder brillar con todo lo que siempre ha tenido y seguirá teniendo. Sin embargo, esperamos ver esos tiempos mejores más pronto que tarde. En el turismo, Venezuela también está condenada al éxito.

David Uzcátegui
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