viernes, 2 de marzo de 2018

“Una fecha para recordar”

Esta semana se cumplieron 29 años del fatídico 27 de febrero de 1989, una fecha de luto que pasó a la historia bajo el título de “el caracazo”.

Significó un punto de quiebre sin retorno en la ruptura del contrato social venezolano, cuando masas enardecidas de población salieron a protestar a las calles y fueron reprimidas, terminando todo en lamentables hechos de sangre.

Cuando hablamos de que se trata de una fecha para recordar, nos referimos no solamente al duelo que debería acompañar a cualquier aniversario de ese momento, sino también al imprescindible análisis histórico de las causas y las consecuencias de aquellos sucesos. Un análisis que debe propender hacia el aprendizaje, hacia nuestro crecimiento como ciudadanía y por supuesto, a evitar de aquí en adelante las circunstancias que desembocaron en tan graves hechos.

Es difícil hacer un punto de partida de las causas que generaron aquel momento tan complejo, y más aún, es imperativo pecar de reduccionismo para resumir un contexto tan particular. Pero el hecho es que, al llegar a su segundo mandato, Carlos Andrés Pérez se consigue con un país de finanzas exhaustas, pésimamente administradas, que para variar –nuestra condena eterna- ha apostado al petróleo y sigue siendo, como nos repetían en el colegio, monoproductor y monoexportador.

La nación había entrado en uno de esos ciclos adversos y se había disfrazado, se había corrido la arruga. Podía seguir conduciéndolo directamente hacia el precipicio o aplicar una terapia de choque, una cirugía mayor. Optó por lo segundo. Y lo hizo sin anestesia.

En los números y en el papel, las medidas de saneamiento parecían las más adecuadas. Era atravesar un desierto para poner los números en orden y poder aspirar en un futuro, a un crecimiento orgánico.

Pero, lamentablemente, se olvidó el factor humano. El llamado “paquete” de medidas económicas se ha debido aplicar de manera paulatina, con una intensa campaña explicativa de sus etapas y beneficios y, finalmente, con programas de asistencia a los sectores más vulnerables, quienes iban a ser los primeros que resintieran el shock negativo de la decisión.

Nada de esto se hizo. La impericia en la implementación de este tipo de programas causó un impacto mayúsculo en ciertos sectores de la población, que reaccionaron con ira y la suma de un descuido que se arrastraba por años, fue el caldo de cultivo para aquellas protestas que llegaron a tan trágico final con dolorosas cifras de fallecidos.

Por si fuera poco, se causó un irreparable daño al comercio, por lo cual muchos pequeños empresarios lo perdieron todo y además no pudieron seguir sirviendo a las comunidades que atendían.

Las lecciones de aquel momento son tantas como cabezas se dediquen a analizarlo. Quizá la más grande es que, el descansar nuestra economía en el petróleo siempre trae consecuencias devastadoras, como lo fue en aquel momento el caer en el ciclo negativo de los precios, y encontrarnos no solamente sin ahorros, sino además endeudados, producto de una pésima administración.

La bonaza petrolera de los quince años anteriores tampoco se había aprovechado para diversificar nuestra economía y hacerla tan robusta como autónoma frente al momento adverso que se sabía que iba a llegar. Y todo eso fue aderezado con una pésima administración de los dineros públicos, la cual hizo que se provocara lo que los especialistas llaman “la tormenta perfecta”.

El “correr la arruga”, postergando el enfrentamiento de la devastadora realidad nacional solamente contribuyó a empeorar el escenario.

Y finalmente, cuando se decidió tomar al toro por los cuernos, solamente se calcularon letras y números, sin medir el impacto humano de semejante tratamiento de shock, que podía lucir lógico, pero que a todas luces tendría consecuencias.

Hoy, estamos mirándonos en el espejo de hace casi tres décadas, con lecciones aún sin aprender, aunque están en nuestra misma historia, una historia muy reciente y que muchos aún recuerdan.

Las “arrugas corridas” ante las crisis, hacen que enfrentarlas sea cada vez más grave y doloroso, según pasa el tiempo. En momentos adversos de la historia nacional, se debe ser extremadamente sensible al sentimiento humano, al golpe que acusa la gente.

Y de una vez por todas, debemos mirar a un nuevo modelo de país y de economía, porque ya nos hemos dejado “sorprender” en el pasado por esa ilusión vana de prosperidad que es la bonanza petrolera. Ilusión que se esfuma una y otra vez, dejando solamente un pésimo sabor en quienes se la creyeron y confiaron en ella.

No estamos, ni de lejos, en el mejor momento de nuestra historia; y aunque las circunstancias no se parecen, de algún modo se repiten.

Evitemos pues hechos de este tipo en nuestra amada Venezuela.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui

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