Esta semana se cumplieron 29 años
del fatídico 27 de febrero de 1989, una fecha de luto que pasó a la historia
bajo el título de “el caracazo”.
Significó un punto de quiebre sin
retorno en la ruptura del contrato social venezolano, cuando masas enardecidas
de población salieron a protestar a las calles y fueron reprimidas, terminando
todo en lamentables hechos de sangre.
Cuando hablamos de que se trata
de una fecha para recordar, nos referimos no solamente al duelo que debería
acompañar a cualquier aniversario de ese momento, sino también al
imprescindible análisis histórico de las causas y las consecuencias de aquellos
sucesos. Un análisis que debe propender hacia el aprendizaje, hacia nuestro
crecimiento como ciudadanía y por supuesto, a evitar de aquí en adelante las
circunstancias que desembocaron en tan graves hechos.
Es difícil hacer un punto de
partida de las causas que generaron aquel momento tan complejo, y más aún, es
imperativo pecar de reduccionismo para resumir un contexto tan particular. Pero
el hecho es que, al llegar a su segundo mandato, Carlos Andrés Pérez se
consigue con un país de finanzas exhaustas, pésimamente administradas, que para
variar –nuestra condena eterna- ha apostado al petróleo y sigue siendo, como
nos repetían en el colegio, monoproductor y monoexportador.
La nación había entrado en uno de
esos ciclos adversos y se había disfrazado, se había corrido la arruga. Podía
seguir conduciéndolo directamente hacia el precipicio o aplicar una terapia de
choque, una cirugía mayor. Optó por lo segundo. Y lo hizo sin anestesia.
En los números y en el papel, las
medidas de saneamiento parecían las más adecuadas. Era atravesar un desierto
para poner los números en orden y poder aspirar en un futuro, a un crecimiento
orgánico.
Pero, lamentablemente, se olvidó
el factor humano. El llamado “paquete” de medidas económicas se ha debido
aplicar de manera paulatina, con una intensa campaña explicativa de sus etapas
y beneficios y, finalmente, con programas de asistencia a los sectores más
vulnerables, quienes iban a ser los primeros que resintieran el shock negativo
de la decisión.
Nada de esto se hizo. La
impericia en la implementación de este tipo de programas causó un impacto
mayúsculo en ciertos sectores de la población, que reaccionaron con ira y la
suma de un descuido que se arrastraba por años, fue el caldo de cultivo para
aquellas protestas que llegaron a tan trágico final con dolorosas cifras de
fallecidos.
Por si fuera poco, se causó un
irreparable daño al comercio, por lo cual muchos pequeños empresarios lo
perdieron todo y además no pudieron seguir sirviendo a las comunidades que
atendían.
Las lecciones de aquel momento
son tantas como cabezas se dediquen a analizarlo. Quizá la más grande es que,
el descansar nuestra economía en el petróleo siempre trae consecuencias
devastadoras, como lo fue en aquel momento el caer en el ciclo negativo de los
precios, y encontrarnos no solamente sin ahorros, sino además endeudados,
producto de una pésima administración.
La bonaza petrolera de los quince
años anteriores tampoco se había aprovechado para diversificar nuestra economía
y hacerla tan robusta como autónoma frente al momento adverso que se sabía que
iba a llegar. Y todo eso fue aderezado con una pésima administración de los
dineros públicos, la cual hizo que se provocara lo que los especialistas llaman
“la tormenta perfecta”.
El “correr la arruga”,
postergando el enfrentamiento de la devastadora realidad nacional solamente
contribuyó a empeorar el escenario.
Y finalmente, cuando se decidió
tomar al toro por los cuernos, solamente se calcularon letras y números, sin
medir el impacto humano de semejante tratamiento de shock, que podía lucir
lógico, pero que a todas luces tendría consecuencias.
Hoy, estamos mirándonos en el
espejo de hace casi tres décadas, con lecciones aún sin aprender, aunque están
en nuestra misma historia, una historia muy reciente y que muchos aún
recuerdan.
Las “arrugas corridas” ante las
crisis, hacen que enfrentarlas sea cada vez más grave y doloroso, según pasa el
tiempo. En momentos adversos de la historia nacional, se debe ser
extremadamente sensible al sentimiento humano, al golpe que acusa la gente.
Y de una vez por todas, debemos
mirar a un nuevo modelo de país y de economía, porque ya nos hemos dejado
“sorprender” en el pasado por esa ilusión vana de prosperidad que es la bonanza
petrolera. Ilusión que se esfuma una y otra vez, dejando solamente un pésimo
sabor en quienes se la creyeron y confiaron en ella.
No estamos, ni de lejos, en el
mejor momento de nuestra historia; y aunque las circunstancias no se parecen,
de algún modo se repiten.
Evitemos pues hechos de este tipo
en nuestra amada Venezuela.
David Uzcátegui
Twitter:
@DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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