Las más recientes informaciones
sobre el aumento del precio de la canasta básica venezolana, obligan a poner el
foco en qué está sucediendo en nuestra economía, para que este indicador
registre un alza tan notable.
El Centro de Documentación y
Análisis para los Trabajadores dio a conocer que la Canasta Alimentaria del
pasado mes de diciembre de 2017, tuvo un costo de 7 millones 980 mil con 314
bolívares.
La variación intermensual fue así
de 108,8% reflejado en 4 millones 158 mil con 185 bolívares. Vale acotar que,
según el organismo mencionado, esta variación intermensual es la más alta
registrada durante los últimos veinte años.
Lamentablemente, la reiteración
en el camino equivocado de las políticas económicas y de gobierno en general,
se sigue haciendo sentir cada vez con mayor fuerza en donde más nos debe doler
y preocupar a todos: en el bolsillo y en la mesa, que es al final del día el
sustento de cada familia.
No es por decir que lo dijimos,
pero desde hace mucho tiempo señalamos que algunos antiguos vientos traerían
las tempestades que hoy atravesamos.
Errores tales como el
acaparamiento voraz por parte del Estado de la actividad económica en general,
el hecho de confiar en los altos precios del petróleo para establecer la
llamada “agricultura de puerto” que fue una competencia desleal para los
venezolanos trabajadores que apostaban a producir en esta tierra, la
demonización de la iniciativa particular, han sido, entre otros, los
desaciertos que nos han llevado a pagar hoy de esta manera semejante colección
de desatinos.
Creencias ideológicas que están
ya descartadas en este siglo XXI que casi arriba ya a las dos décadas, son las
que vuelven al intermediario, al productor, al empresario, un enemigo per se.
Sin embargo, hasta el sol de hoy
no hay quien explique de manera satisfactoria, cuál es la alternativa y menos
aún existe quien implemente algún tipo de sustitución medianamente operativa,
para satisfacer las exigencias de la población en cuanto al más elemental
sustento. Derecho humano, por demás garantizado en nuestra Carta Magna.
El ingreso petrolero de la década
pasada logro crear una ilusión, un espejismo, que autorizó a avasallar el
aparato productivo nacional sin piedad alguna, porque, aparentemente, se había
encontrado la manera de colmar las urgencias alimentarias de la ciudadanía,
prescindiendo de los estigmatizados productores privados.
Y aquello fue comprar de todo a
manos llenas en otros países, colmar los puertos de mercancías que llegaban,
venderlas a precios subsidiados y con ello, dar la espalda a la tan nombrada
-pero poco apoyada- producción nacional.
Pero la ilusión tuvo fecha de
vencimiento, y esa tuvo que ver con la caída de los precios petroleros.
Cuando se puso cada vez más
cuesta arriba llenar esa canasta alimentaria con productos importados, se
volvió la mirada hacia la producción interna, solamente para descubrir que
prácticamente ya no existía.
A este panorama tan dramático se
agrega el hecho de que las empresas expropiadas por el gobierno han estado muy
lejos de ofertar los requerimientos nutricionales de los venezolanos. Y ello se
debe a que es mejor que el zapatero se dedique a sus zapatos.
Los gobernantes están para poner
reglas y hacerlas cumplir, no para oficios como la producción de alimentos,
que, como cualquier otra actividad, exige de conocedores para poder funcionar
adecuadamente.
Pero en esta década larga, ya
esos conocedores no existen. Se han dedicado a otras actividades, se han ido
del país o sencillamente fallecieron.
Tampoco existe el músculo
financiero para reactivar la industria nacional. El fabuloso ingreso petrolero,
que ha debido aprovecharse en ello como en otras cosas que trajeran bienestar,
se ha desvanecido, dejándonos con más deudas que haberes.
Venezuela, una vez más, como en
otros ciclos de su historia, ha vuelto a la época de las vacas flacas.
Errores que se cometen
cíclicamente, porque al parecer insistimos en tropezar con la misma piedra, por
más que la sabiduría haya quedado registrada en la historia.
En conclusión, y esto es un
precepto elemental de economía, hay muy pocos bienes para la cantidad de gente
que los demandan.
Y esto sucede porque no se producen
en las cantidades adecuadas. Y es ello lo que genera ese incremento en los
precios, que es imposible de controlar con órdenes o con decretos.
El daño a este momento, es amplio
y profundo. No hay soluciones mágicas ni cortoplacistas. Esa es la cruel
realidad. Como también es cierto que, mientras más se tarde en tomar los
correctivos, más grave aún será todo.
La buena noticia es que aún
contamos con gente dispuesta a trabajar en pro de soluciones, y con las
riquezas naturales de esta tierra generosa. Solamente falta la voluntad
política. ¿La encontraremos?
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
No hay comentarios:
Publicar un comentario