viernes, 28 de abril de 2017

¿Constituyente?

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Que el gobierno actual está con el agua al cuello, ya no es un secreto para nadie. Tanto es así que, de manera sorprendente, ha comenzado a poner sobre la mesa mecanismos que puedan servir para destrabar la gravísima crisis nacional, la más alarmante que hemos tenido en nuestra historia como nación.

Sin embargo, hay que hilar muy fino y leer entre líneas. Porque el caos actual ha llegado a tales extremos justamente por la terquedad de la dirigencia oficialista, y un cambio en su conducta solamente quiere decir que la razón está del lado de quienes protestamos.

Es pues, una confirmación de que no se puede seguir por este rumbo que lleva al despeñadero a paso de vencedores. Pero, ¿cuál es la solución?

Asombra que desde la misma tolda roja salgan propuestas como unas elecciones regionales y una Asamblea Nacional Constituyente, cuando fueron ellos quienes negaron un referendo revocatorio legal, en tiempos y masivamente apoyado por la ciudadanía.

Eso, para no recordar que también llevamos retraso con unas elecciones de gobernadores y alcaldes en las cuales la gente pasaría factura no solamente a las pésimas gestiones regionales y locales de los autodenominados revolucionarios, sino que también servirían como válvula de escape del descontento ante la nefasta gestión del actual Ejecutivo nacional.

Revocatorio y regionales no favorecerían a quienes hoy gobiernan, y por ello se escamotearon sin pudor alguno. Sin embargo, hoy aparece un nuevo elemento en el tablero, un elemento que no sorprende, porque es un submarino, que desaparece a ratos pero que vuelve a salir a flote con cierta frecuencia. Se trata de la todopoderosa Asamblea Nacional Constituyente.

Es una figura tan potente como peligrosa. Se puede interpretar como una refundación de la República, y si la vemos desde este punto de vista, no cabe duda de que es tentadora. Venezuela, qué duda cabe, necesita de un “reseteo” inmediato, ante el desmantelamiento de su institucionalidad.

Se trata de redactar una nueva Constitución, de lo cual se encargarían parlamentarios electos popularmente; para ir luego a elecciones de todos los cargos ante el nuevo esquema republicano que estrenaríamos. Es tentador, pues. Un caramelito de cianuro, como se dijera en algún momento.

Eso lo hemos vivido los venezolanos unas cuantas veces, la más reciente de ellas en 1999, bajo el furor del entonces muy popular Hugo Chávez. De allí salió nuestra constitución actual, redactada por constituyentistas casi en un ciento por ciento chavistas, gracias al llamado “portaviones” que significó el entonces jefe de Estado y gracias también a unas fórmulas electorales que aplastaron en su momento a lo que para entonces eran minorías.

Se pregunta uno: ¿por qué quieren entonces cambiar a la que hasta no hace nada y por casi 20 años defendieron como la “Constitución más perfecta del mundo”? ¿Qué hay tras ello?

Quizá desesperación, ante el escaso abanico de salidas a las penurias nacionales, ante la obvia respuesta de que los responsables son quienes tienen el poder. ¿Es un pote de humo? ¿Soluciona algo?

Desde nuestro punto de vista, no. Históricamente, los países con mayor número de constituciones son, casualmente, los más inestables. Y lamentablemente, Venezuela no ha sido la excepción, con sus veintiséis Cartas Magnas y dos siglos de marcados mayoritariamente por reveses y desencuentros. 

Como se ha dicho desde hace mucho tiempo, cuando caigamos en la tentación de cambiar la Constitución, preguntémonos si más bien la solución no será cumplir con la vigente. ¿Se le respeta? ¿Se le sigue al pie de la letra?

Porque, como dijéramos líneas más arriba, el gran desencadenante del mal momento actual, ha sido la confiscación de un referendo revocatorio previsto en el texto constitucional vigente. Ergo, por allí no es la cosa.

Sin embargo, hilemos fino y rescatemos el avance que este episodio ha detonado. El presidente actual sugirió que es necesario ir a un proceso popular constituyente, pues a su juicio “Venezuela necesita un nuevo desencadenante histórico, democrático, revolucionario y popular”.

Desde la cúspide del poder se reconoce que las cosas deben cambiar. Que hay que pasar la página e inaugurar una nueva etapa histórica. No lo dice un representante de las fuerzas alternativas democráticas, no. Lo dice el depositario de un proceso agotado, el mismo que, al hablar de un “nuevo desencadenante histórico” reconoce que casi dos décadas de un modelo errado, son demasiados años.

El gobierno reconoce la urgencia de cambio. Bravo. Pero cuáles son las herramientas para ese cambio, es una respuesta que solamente puede dar la gente, que es la que tiene hoy el verdadero poder, con su presencia masiva en las calles y con una reprobación al gobierno actual que ya es inocultable.

viernes, 21 de abril de 2017

“19 de abril y ciudadanía”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

El haber transitado esta semana por una nueva conmemoración del 19 de abril de 1810, no puede sino generarnos el deseo de desmenuzar un poco más esta fecha tan importante, que para muchos se asume como el punto de partida de la Independencia de Venezuela.

Un proceso tan orgánico como lo es la fundación de una República, tiene por razones obvias, que partir de la gente. Y por supuesto, también de la calle. Y es que todo nace del rechazo manifestado al nuevo gobernador dispuesto por la metrópolis española, Vicente Emparan, cuando se dirigía a misa en aquella Semana Santa de 1810.

Vino luego aquella famosa estampa histórica en la cual el aludido, desde el balcón, consultó a la gente, si quería que siguiera o no al mando. Y todos dijeron que no al pie del balcón, no sin la ayuda del presbítero José Cortés de Madariaga, quien apuntó con un gesto a los presentes la respuesta correcta; quedando así por cierto, plasmada la presencia de un miembro del clero en tan importante acontecimiento.

Nadie imaginaba lo que detonaría aquel día hasta el sol de hoy. Venezuela se pone los pantalones largos e inicia aquella larga y cruenta ruta independentista, que incluso fue exportada a otras naciones y ha valido que, hasta el sol de hoy, nuestra nación sea vista en el mundo entero como sinónimo de libertad.

Mirar hacia 1810 nos potencia para seguir adelante, luchando por el país que merecemos, porque la gran enseñanza de aquella jornada fue que los cambios se empujan desde la gente. Y en la calle.

Valga por cierto, el tardío pero necesario reconocimiento a un Emparan que supo retirarse a tiempo. “Yo tampoco quiero mando”, dijo ante la multitud que lo rechazó. Muy inteligente, de parte del depositario de un poder, es retirarse cuando ya no se le quiere. Forzar la barra conducirá sin duda, más temprano que tarde, a salir por la puerta trasera, sin posibilidad alguna de regreso.

Lo cierto es que aquella fecha fundacional oficiosa de nuestra República tuvo un elevado nivel de civismo, de conciencia, de claridad en los derechos. No es un ejercicio vano el recordarla, muy por el contrario, nos recuerda cosas que no debemos perder de vista.

La primera es, sin duda, que el poder reside en la gente. Que, más allá de imposiciones monárquicas, los venezolanos fundacionales estuvieron muy conscientes de que el poder impuesto desde arriba no iba a ser jamás el signo definitorio de la patria que recién nació.

En segundo lugar, fue un campanazo de cuándo toca cambiar lo viejo. El añejo sistema colonial que ya tenía encima varios cientos de años, no solamente estaba basado en abusos e injusticias, además hacía aguas por haberse prolongado en el tiempo hasta la saciedad.

Tal como ha sucedido en otros pasajes históricos –la caída de la Unión Soviética y del Muro de Berlín, por ejemplo- el cierre de ciclos y el inicio de otros nuevos, es una sinergia entre la gente movilizada y el desplome por su propio peso de estructuras añosas e insostenibles.

Sí, ciertamente, muchos procesos de cambio en la historia –la gran mayoría, hasta donde logramos observar- ocurren impregnados de “sangre, sudor y lágrimas”, como dijera Winston Churchill a sus compatriotas ingleses en pleno trance de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, esa historia a contrapelo de la humanidad, ocurre también de tal modo, debido a la tozudez de quienes no entienden que su tiempo ya pasó, que no hay piso de legitimidad real que los respalde, que por el bien de los afectados, deben dar paso a una nueva página.

Y también es real que, tras el ejemplar e impecable proceso de 1810, se desató en Venezuela una de las más cruentas guerras de Independencia de su tiempo.

Para todo esto, queremos recordar que han pasado más de doscientos años. Que creemos en la superación y el avance del género humano. Hemos estudiado, avanzado en disciplinas como la diplomacia. Hay maneras de atajar lo cruento en los cambios sociales.

Lamentablemente, aún existen minorías que permanecen atadas a aquella caduca premisa de que “la violencia es la partera de la historia”. No tiene por qué ser así. No debe serlo. Y el 19 de abril de 1810 nos lo demuestra a los venezolanos en nuestro propio suelo y en la génesis misma de nuestro gentilicio.

Quizá pudiéramos atajar esa sangre, ese sudor y esas lágrimas, si aprendiéramos de nosotros mismos. Sí, tuvimos guerra y episodios heroicos, y compatriotas mártires. Pero hubiera sido mejor ahorrar todo el dolor que fuera posible evitar.

Y es también valioso volver los ojos a aquellos días porque nos reafirman el carácter cívico y pacifista de nuestros orígenes. Hay otras formas de modificar para bien la historia, y no podemos caer en la trampa de aceptar como única, la manera que solamente conviene a unos pocos y perjudica a muchos.

viernes, 14 de abril de 2017

“Olla de represión”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

En mucho se ha comparado desde hace rato la situación de Venezuela con una olla de presión, en cuanto al hecho de toda la tensión que se viene acumulando sin válvula de escape alguna.

Y ese símil parece que está encontrando su plena justificación en estos días, cuando la ciudadanía se ha volcado a protestar en contra de las incontables penurias que padece.

Sin embargo, la reacción de quienes hoy gobiernan, muy lejos de ser la de escuchar las demandas de la gente, ha sido exactamente la contraria: reprimir a los manifestantes.

Nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos si seguimos viviendo esta situación?

Porque los venezolanos efectivamente, vivimos literalmente en una olla de presión desde hace tiempo: la presión inflacionaria, la de la cada vez menor oferta de alimentos, la de los insólitos precios que alcanzan los que se consiguen, el viacrucis de recorrer infructuosamente farmacias buscando el medicamento para algún familiar, el acecho del hampa sin castigo que se lleva numerosas vidas casa día.

Y sí, había una válvula de escape a toda esta presión, como en las ya mencionadas ollas: contarnos. Recordemos que el año pasado nos tocaba el derecho a un referendo revocatorio, para cuya cita se movilizaron las fuerzas democráticas nacionales; pero que fue negado por las autoridades competentes, a fuerza de excusas endebles que a nadie convencieron.

También tenemos pendientes las correspondientes elecciones regionales, las cuales se han postergado con el insólito pretexto de la crisis. Una crisis que provocaron ellos mismos con su nefasta administración y que solamente se puede resolver permitiendo a los venezolanos reemplazar mediante el voto popular a las autoridades que no han sabido hacer su trabajo.

Pero, tras la avasallante victoria de la democracia en las más recientes elecciones parlamentarias, el miedo ha cundido en el oficialismo y han venido las excusas para no volver a medirse.

Mucho más allá de eso, factores afines a la ideología roja, están buscando la manera de confiscar las funciones legítimas del parlamento nacional, con el fin de anular el contrapeso que este debe ser por derecho y por mandato de la ciudadanía.

Y es allí donde la gente levantó su voz. No es ya solamente que el dinero no alcance, que no haya insumos para atender la salud o que la delincuencia sea un azote. No es simplemente el hecho de correr la arruga electoral: es pretender anular la única voz legítimamente electa con la que contamos los venezolanos.

Lo menos que se podía esperar era que la gente se lanzara a las calles. Y se lanzara indignada. Con la ira de las frustraciones acumuladas, de las necesidades postergadas, de los derechos atropellados y confiscados.

Pero ni siquiera esa expresión legítima es permitida. La represión por parte de las fuerzas del orden público ha sido tan desproporcionada como condenable.

Los ojos del mundo pueden verlo a través del valiente trabajo reporteril, ahora asistido por los dispositivos móviles y las plataformas sociales de todos los ciudadanos, que han documentado en fotos y videos numerosos excesos policiales que no pueden ser casualidad.

Olvidan quienes hoy administran a Venezuela, que esa gente que está siendo atropellada por gritar su descontento, es la misma a quien le deben cuentas. Parecen no tener idea de qué es la democracia y parecen también creer que el poder es su propiedad y no una encomienda entregada por los venezolanos a través del voto, sobre cuya administración tenemos derecho a exigir cuentas.

La realidad es que lo han hecho muy mal y que como empleadores de tan malos funcionarios tenemos derecho a despedirlos por las vías democráticas. Pero ellos no lo quieren aceptar. Aumenta la presión. Y la represión.

La gente se sigue citando en las calles. Los gobiernos del mundo se siguen pronunciando ante la alarmante situación nacional. Y la razón cada vez está menos del lado de la tolda gobiernera.

No se extinguirá la protesta ni con miedo, ni con represión, ni con gritos ni con órdenes. Todo esto la alimenta, porque lejos de ser un capricho, es la legítima expresión de las necesidades no satisfechas y de los derechos negados. Los poderosos juegan hoy en su propia contra, porque no saben qué más hacer.

El brutal y documentado trato a los manifestantes agrega más presión a la olla que no tiene válvula. Que no tiene ni referendo, ni elecciones y ya ni siquiera protesta. ¿A qué están jugando quienes gobiernan? ¿Miden, aunque sea remotamente, el tamaño de la tragedia nacional que están provocando? ¿Hasta dónde puede llegar la irresponsabilidad de estos empleados del pueblo?

El gobierno ha enviado un mensaje muy claro: no está dispuesto a escuchar ni a dialogar. Creen que siempre tienen la razón y si no logran imponerla, avasallan a quien pretenda reclamar.

jueves, 6 de abril de 2017

“Justicia polémica”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Quizá el quiebre más delicado que pueda ocurrir en la vida de cualquier nación sea la brecha en la fe que la ciudadanía le tiene a su administración de justicia. Y es eso, justamente, lo que está aconteciendo en Venezuela.

La más reciente crisis entre tantas que está atravesando nuestra patria, tiene que ver con la invasión de un poder sobre las competencias de otro, al colocarse el Tribunal Supremo de Justicia por encima de la Asamblea Nacional y dictaminar que el poder Ejecutivo puede crear empresas mixtas en el sector hidrocarburos sin la aprobación de la Asamblea Nacional.

Esta sentencia, la 156, surgida a raíz de la solicitud de interpretación del artículo 33 de la Ley de Hidrocarburos, pretendía anular a la AN en una de sus funciones y precisamente en una de las más delicadas, como lo es el supervisar todo movimiento que comprometa los recursos de la nación.

La independencia y separación de poderes es el punto de partida del equilibrio para mantener a una nación sana desde todo punto de vista y en pleno crecimiento.

Sin embargo, el enfrentamiento entre los poderes y la invasión de las competencias de uno por parte del otro, lo que traen es un pernicioso agotamiento, al enfrentar a un sector del país con otro. En la Venezuela actual, no hay manera de que los representantes de los máximos entes públicos trabajen coordinadamente y en la misma dirección, labor que debería hacerse teniendo como norte común el bienestar nacional. Y no va a haber entendimiento en tanto y en cuanto este objetivo no sea el fin último. 

Pero el insólito impasse va más allá: la Sala Constitucional del TSJ se atribuye funciones legislativas en una inédita usurpación de funciones que no está prevista en ordenamiento jurídico alguno y que además violenta la lógica más elemental.

Dentro de los atropellos que ha padecido la ciudadanía es este quizá uno de los peores. Se pretende dejar al margen nada más y nada menos que al poder Legislativo, electo hace menos de año y medio; y la descalificación al mismo  -una más entre tantas- viene justamente del hecho de haber obtenido una indiscutible mayoría opuesta al gobierno actual.

Quizá el cálculo desde las cúpulas del poder, fue que un país aturdido por innumerables problemas sociales iba a dejar pasar de largo semejante aberración, contando con el hecho de que la ciudadanía está ocupada en la solución de sus numerosos problemas cotidianos. Pero no fue así.

Nuestra gente tiene mucha más cultura política de lo que el liderazgo oficialista se imagina. La subestiman. A los venezolanos se les encendieron las alarmas ante este intento de colonización de un poder por parte de otro. El “fujimorazo” del siglo XXI.

Y todos sabemos muy bien de dónde vienen estos problemas que nos agobian: de la misma gente que hoy pretende tener carta blanca para negociar nuestros recursos sin los controles de ley, de los mismos que han causado el caos nacional a punta de manirrotismo y pésima administración.

Son los mismos que fueron sancionados por el voto masivo de la gente en diciembre de 2015 y que ahora no encuentran cómo evadir el ordenamiento constitucional para seguir haciendo lo que les viene en gana.

Y por si fuera poco, el disparate jurídico causó también un escándalo internacional de proporciones mayúsculas. Quienes perdieron la capacidad de asombro ante los insólitos acontecimientos de Venezuela, volvieron a quedar con la boca abierta ante el nuevo y desquiciado invento.

Y nos encontramos ante un hecho: la presión nacional e internacional sí obtiene resultados. Los poderes Ejecutivo y Judicial se desdicen, se contradicen, tratan de remendar, intentan salvar lo insalvable; pero no renuncian a la tozudez de tener la razón, por lo cual el maquillaje es muy endeble y se cae a paso de vencedores.

Tras el enorme ruido dentro y fuera del país, se suprimieron decisiones tales como la usurpación de las funciones del Legislativo por parte del Judicial y se restituyó la inmunidad a los parlamentarios, otra de las descabelladas decisiones que pusieron en alerta roja al mundo entero.

Sin embargo, como alguien dijo por allí, el daño ya está hecho. Ya es notorio el terreno minado por el cual transitamos los venezolanos en cuanto a la inestabilidad y al acecho que hay sobre los representantes legítimos de los ciudadanos.

Sí, ciertamente, el liderazgo rojo de tanto en tanto echa para atrás con algunas de sus imposiciones más descabelladas; pero no pasa mucho tiempo antes de que vuelva a intentarlas. Solamente la vigilancia del pueblo, la conciencia de la gente, y la reafirmación del poder que todos tenemos ante quienes son nuestros empleados y deben rendirnos cuentas, pueden atajar estos despropósitos antes de que causen males mayores.