David Uzcátegui
@DavidUzcategui
No debería sorprendernos para
nada otra más entre tantas arremetidas autoritarias del gobierno, esta vez
contra las panaderías. La colección de actitudes avasallantes contra los
sectores productivos del país se pierde de vista desde hace rato.
Pero esta en particular – y
muchas más- atentan directamente contra el sustento de los venezolanos y
estrechan aún más la ya limitada supervivencia de quienes vivimos, o más bien
sobrevivimos, en esta tierra.
Dentro de la dimensión
desconocida que significan estos tiempos autodenominados “revolucionarios”,
ahora resulta que nos encontramos en un episodio absurdamente bautizado como
“Guerra del Pan”. Algo rematadamente ilógico, si tenemos en cuenta que las
“armas” de los laboriosos panaderos no son más que harina, azúcar y agua…
cuando consiguen.
Este nuevo capítulo, digno de los
microprogramas radiales titulados “Nuestro Insólito Universo”, es explicado por
el diario peruano “Gestión”, con la siguiente cita: “Panadería que incumpla,
será ocupada por el gobierno y la vamos a entregar a los Comités Locales de
Abastecimiento y Producción (CLAP) para que las que se pongan a producir”.
Y la agencia internacional de
noticias AFP relata al mundo: “El gobierno venezolano amenazó este domingo con
expropiaciones para ganar ‘la guerra del pan’, un complot que atribuye a los
productores para inducir la escasez del producto y generar malestar hacia el
presidente venezolano Nicolás Maduro”.
Lo que parece una pésima
pesadilla de mediados del siglo pasado, ocurre aquí y ahora. Un gobierno
autoritario amenaza con la fuerza a los sectores productivos. No hay que leer o
investigar mucho en la historia de la humanidad para saber los resultados de
estas actitudes: contracción de la producción y finalmente, miseria.
Por ejemplo, la Confederación de
Asociaciones de Productores Agropecuarios (Fedeagro) alertó que la industria
agroalimentaria venezolana opera a un tercio de su capacidad por falta de
materia prima.
Es decir, se obliga a los
establecimientos a vender en ciertas condiciones un bien que no pueden
producir, porque no existen los insumos. Y si no cumplen, les cae todo el peso
de la ley revolucionaria. La crónica de una muerte anunciada, parafraseando al
Premio Nobel Gabriel García Márquez.
Lejos, muy lejos están quienes
hoy administran el país, de entender que la economía no se moviliza a punta de
órdenes y que ellas, por el contrario, son contraproducentes. Más aún cuando
los errados modelos económicos que se aplican desde hace más de década y media,
tienden a crear un embudo en el cual se atasca el flujo económico que es
necesario para que exista abundancia de bienes.
Y nos referimos por ejemplo, al
fracasado modelo de control de cambio, en el cual insiste el gobierno,
rebautizándolo y maquillándolo, para que siga siendo igualmente engorroso e
inoperante. Se trata sin duda, de una de las causas de las penurias nacionales
que hoy sufrimos.
La intimidación y la persecución,
aunadas a las enormes dificultades para conseguir la metería prima y al asedio
de la delincuencia, han hecho desistir a muchos venezolanos con ganas de ser
productivos, y mantienen contra la pared a otros que luchan hasta el final pero
que pueden hacer muy poco; mientras quienes gobiernan se lavan las manos frente
a las dificultades que ellos mismos generan y para colmo, tienen la
desvergüenza de criminalizar a quienes son nada menos que sus principales
víctimas.
Se amenaza con expropiar a las
panaderías que no puedan producir. Pero resulta que la productividad es
prácticamente un imposible en estas circunstancias.
Vamos al ya conocido escenario de
las expropiaciones e imaginemos que el grueso de los establecimientos de pan
pasan por ese calvario. ¿Qué se gana? Porque ya sabemos el destino de las
empresas expropiadas, que están muy lejos de ser productivas.
¿O es que el rosario de
expropiaciones vividas en la última década han servido para abastecer al país?
Los venezolanos solamente vemos un retroceso alarmante de nuestra calidad de
vida, al cual el liderazgo oficialista responde con la negación, la amenaza y
la creación de un irreal escenario de país feliz a través de sus numerosos –y
costosos- medios propagandísticos.
Dice el dicho: “Pan para hoy y
hambre para mañana”. Bajo el terror y la amenaza, quizá se pueda crear una
aparente burbuja de solución, que explotará en poco tiempo. Si a la situación
explosiva se agrega la escasez de materia prima, dudamos que pueda existir pan
incluso para hoy.
Ojalá la administración pública
actual tuviera habilidad para producir soluciones de la misma manera que los
hace con las amenazas. Ese es su verdadero trabajo, pero aún no lo entienden.
Solamente avizoramos una profundización de la estrategia de agitar las aguas.
¿Cuál es la ganancia?
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